Si el Baskonia realizó el pasado jueves un conmovedor ejercicio de fe para reivindicar su cuota de protagonismo en una final donde nadie apostaba un mísero euro por su candidatura, ayer quedó asomado definitivamente a la gloria con otra exhibición para el recuerdo. Lejos de conformarse con el botín logrado, interiorizar la presumible resurrección de un rival picado en su amor propio y apelar al embrujo del Buesa Arena para elevarse a los altares, afiló nuevamente sus colmillos ante la atónita mirada del Palau para culminar una segunda obra antológica que deja el tercer título liguero al alcance de sus manos.
Lo que parecía hace unos días un precioso sueño de verano, un desafío de proporciones descomunales más propio de ciencia ficción, se ha convertido ya en una maravillosa realidad. Se palpa algo gordo en el ambiente, un éxito sin precedentes y la recompensa más grande soñada para un conjunto golpeado durante esta temporada por la lacra de las lesiones. Y todo por obra y gracia de un sensacional colectivo de gladiadores dotados de una asombrosa dureza mental y una fe inquebrantable que le permitiría derribar a cabezazos cualquier muro. De no mediar un derrumbe inesperado, el título más insospechado de la historia está a punto de descansar en las vitrinas del coliseo alavés.
Aunque nadie lo crea del todo, el Caja Laboral se halla a las puertas de doblegar al bloque más arrebatador de Europa. Tras un partido donde navegó a contracorriente desde el salto inicial y permaneció la friolera de 36 minutos agazapado y a rebufo de la bestia blaugrana, volvió a resurgir a lo grande en otro epílogo embriagador. Lastrado por el aciago día de su icono (Splitter) y el desviadísimo punto de mira de su lugarteniente (Teletovic), desangrado igualmente en la pelea por el rebote y víctima del vendaval Morris, terminó rehaciéndose para asestar, posiblemente, el golpe definitivo a un Barcelona reducido a escombros. Mientras la tropa de Ivanovic se sintió como pez en el agua en otra apretadísima recta final y gestionó con maestría los minutos de la verdad, el monarca continental titubeó de manera insospechada. Con el miedo metido en el cuerpo palpándose en cada ataque, se vio engullido por un forastero repleto de determinación, orgullo, espíritu y oficio. Todos los honores correspondieron en el capítulo individual a San Emeterio, el apóstol disfrazado de matagigantes. El cántabro, bien secundado por un descomunal Huertas autor de siete puntos consecutivos que colocaron el 63-69 edificó una redención explosiva que, sin embargo, pudo concluir en drama.
el drama final Cuando ya se saboreaba una victoria de valor incalculable, el enésimo rebote materializado por Mickeal, un error de bulto en un saque de fondo y una vergonzosa antideportiva señalizada a San Emeterio por agarrar a Basile sin el balón en juego devolvieron la incertidumbre. Los locales dispusieron de 1,6 segundos para certificar la tragedia. Otra vez, las uñas en carne viva. El Palau, más encendido que nunca para propiciar una insoportable atmósfera ambiental, volvió a rugir. Ricky sacó desde media pista, pero su envío en busca de un amigo fue interceptado por un omnipresente Ribas, autor segundos antes de otro robo portentoso a un Navarro desquiciado. La agonía dio paso a otro éxtasis inenarrable.
Así languideció otro duelo que destapó la inestabilidad local y engrandeció la figura vitoriana. Tres cuartos iniciales en los que Splitter no vio aro, el cuadro de Pascual se forró a base de continuos rebotes ofensivos y las pérdidas de balón hicieron un flaco favor al engranaje colectivo convirtieron la victoria en una misión imposible. Hasta que San Emeterio colocó la primera ventaja de la tarde a falta de cuatro minutos (61-62), la sombra de la igualada merodeó con fuerza. Sin embargo, el Caja Laboral nunca se descompuso. Aguardó su oportunidad de manera pícara y jugó con los nervios del anfitrión, donde Navarro fue esta vez una sombra de sí mismo. Resta el último paso, pero el tercer entorchado liguero se divisa ya a la vuelta de la esquina. Este martes, bajo el amparo del Buesa Arena, dispondrá del primer match ball para sellar la gesta. Quién lo hubiese dicho hace una semana.