Dusko Ivanovic se mesó los cabellos antes de cruzar un apretón de manos cargado de satisfacción con su antiguo ayudante, el tipo de los títulos, el brazo de Chichi Creus en el banquillo, un entrenador al que el público del Palau respeta mucho más de lo que lo respetó a él. El montenegrino se sabía ganador, había conseguido lo que nadie ha podido hacer durante los 16 últimos meses: llevarse una victoria en la ACB del pabellón en el que fracasó como entrenador. Tenía una deuda pendiente. Y la saldó con creces.

Ayer Ivanovic le dio una lección de baloncesto a su discípulo. Le sacó los colores a Xavi Pascual, amante de los vinos, persona respetuosa y uno de los pocos que había advertido a adivinos y amantes del pronóstico sobre la dificultad que entraña disputar una final ante un equipo con la experiencia que acumula el Caja Laboral. El duelo inaugural de una serie que todavía enfrenta al mejor equipo del continente contra un meritorio elenco de gladiadores que rebosan ansias de reivindicación se convirtió en una exhibición de cómo plantear el primer asalto de una final.

Las canastas las convirtieron Teletovic o San Emeterio, los balones los robó Huertas y los rebotes los capturó Teletovic, pero el partido se ganó desde el banquillo. Y no ayer, sino durante los días previos, con un trabajo de estudio y planificación que cristalizó en campanada. Aunque los propios inquilinos del vestuario gasteiztarra, el entrenador e incluso el presidente habían reclamado cierta dosis de crédito a lo largo de la semana, nadie daba un duro por el Baskonia. Ahora algunos dan medio duro, pero el extraordinario trabajo desplegado sobre el parqué del Palau merece cuando menos que al cuadro azulgrana se le pueda considerar como un digno rival del combinado que ha ido arrasando a cuantos adversarios se topaba por el camino en todas las competiciones que se ha ido echando al zurrón durante la temporada.

Ivanovic ahogó al Barça desde el salto inicial gracias a su planteamiento defensivo. El técnico montenegrino apostó por sellar las vías de acceso al aro y surtió efecto. Al menos durante los primeros minutos del encuentro, en los que el Barça dio la impresión de hallarse aturdido, sorprendido por la concesión de opciones relativamente sencillas de lanzamiento que el Caja Laboral consentía a algunos de sus jugadores. No a todos, por supuesto. Morris, Lorbek, Ricky y Sada gozaron de más espacio de libertad en el perímetro, y la mayor parte de sus lanzamientos hallaron el resultado que Ivanovic pretendía: errores y mayor aturdimiento. Todo funcionó a la perfección hasta el intermedio. El Barça subsistía gracias a los detalles individuales, casi siempre de sus secundarios. Un triple de Basile, otro de Lakovic. Y poco más.

El Caja Laboral evidenció haber realizado un excelente scouting y redobló esfuerzos en las situaciones de posteo de Lorbek, que apenas gozó de opción de mirar el aro, las penetraciones de Navarro, prácticamente inédito los dos primeros cuartos, Ricky, a quien Marcelinho ganó la partida a lo largo de todo el duelo, o Mickeal. El ex jugador baskonista, especialmente motivado, acabó el encuentro desesperado, irritado con Lakovic tras la pérdida de balón que supuso el deceso definitivo de su equipo.

El americano, uno de los puntos a los que Ivanovic dirigió los focos de su defensa, cerró el choque que estrenaba la final con valoración negativa (-4). Ricky (-6) y Morris (-1), el jugador que hundió a Unicaja en semifinales, no corrieron mejor suerte. Fueron víctimas propiciatorias de un maestro que ayer tenía una misión: ganarse el respeto de un escenario del que nadie ha podido escapar este año, como hizo él ayer, con la cabeza alta y la sensación de haber cerrado muchas bocas. Ivanovic ha golpeado primero y ha sembrado de dudas el entorno de un bloque que se creía invencible. Su discípulo mueve ahora ficha.