la picaresca es universal. No entiende de deportes ni nacionalidades, y guste o no, siempre acude a la llamada de los más espabilados. Por eso, cuando ayer el Baskonia mantenía a sus aficionados con el corazón en un puño en el ya histórico partido contra la Cibona, muchos de los espectadores presentes en el Buesa Arena sacaron a relucir sus mejores ideas para forzar la prórroga. Unos abogaban por dejar anotar a los croatas y esperar a equilibrar el marcador.

Otros, más imaginativos, pedían que el pabellón de Zurbano sufriera un inesperado y casual apagón hasta que en Moscú el árbitro pitara el final del duelo. Y, alguno, menos avezado en la reglamentación, solicitaba directamente a Huertas que se metiera una autocanasta para encarar la última jugada con opciones de igualar la contienda. Una solución sencilla, clara y directa que, sin embargo, es totalmente ilegal en el mundo del baloncesto.

Pero no siempre fue así. Hasta que un equipo español cortocircuitó las normas de la FIBA, la reglamentación oficial ni siquiera dedicaba unas líneas para satanizar el hecho de que un equipo metiera voluntariamente una canasta en su propio aro para beneficiarse de ello. Y, curiosamente, el equipo que abrió la caja de Pandora fue el Real Madrid. Corría el 18 de enero de 1962 cuando el conjunto madrileño, entrenado por el mítico Pedro Ferrándiz, cambió el curso de la historia. La Copa de Europa -apenas un bebé aquella temporada, pues cumplía su cuarta edición- encaraba el primer partido de los cuartos de final entre el cuadro merengue y el Ignis de Varese.

El club italiano había renunciado a última hora a jugar el duelo de ida en el moderno palacio de los deportes de Milán para jugar en su vetusto y diminuto pabellón, en el que los espectadores podían contemplar el encuentro de pie, casi pisando la línea de fondo. La jugada les salió redonda. Los hinchas transalpinos, bengalas y petardos en mano, acongojaron hasta tal punto al árbitro, que éste fue incapaz de erradicar la contundencia defensiva de los italianos -especialmente sobre Wayne Hightower, estrella madridista- y, además, cargó de faltas al Madrid.

Incluso en medio de ese infierno, el conjunto blanco vencía 68-78 a falta de dos minutos. Pero un último arreón del Varese colocó un empate a 80 puntos cuando restaban dos segundos para el final. En ese momento, ante la tesitura de encarar la prórroga con un equipo casi sin efectivos, Pedro Ferrándiz decidió que el mejor escenario posible era meterse una autocanasta y afrontar el duelo de vuelta -que, por cierto, ganaron 83-62- con sólo dos puntos abajo en el average. Dicho y hecho.

Encargó al pívot Lorenzo Alocén que anotara en cuanto recibiera el balón del saque de fondo, y ante la estupefacción italiana, así lo hizo. Años más tarde, el propio Pedro Ferrándiz -miembro del Hall of Fame de la NBA- explicaba los pormenores de la jugada. "Si le dábamos el balón al adversario, como si nos hubiésemos equivocado, a lo mejor no querían o no acertaban a meter canasta. Había que hallar un método infalible y yo creía tenerlo. En explicar la jugada apenas se me fueron quince segundos. Les advertí que nada más marcada la canasta se retirasen a toda prisa hacia el vestuario por si había problemas", recordó el entrenador. Por su parte, el propio Alocén plasmó sus recuerdos en un texto publicado en el año 2002 por la web www.basketconfidencial.com. "Mi compañero Lluís me entregó el balón y, sin más, encesté limpiamente. Uno de los árbitros dudó en señalar una técnica, pero finalmente no se decidió a hacerlo ya que el público se volvió loco de alegría pensando que me había equivocado. Pero en el Ignis había un jugador húngaro, llamado Toth, que fue quien se dio cuenta de la jugada y al correrse la voz el público montó en cólera y se volvió más irascible de lo que había estado" recordaba hace unos años el autor de los hechos.

el precedente azulgrana Después de aquello, la FIBA cambió el reglamento para evitar que nadie repitiera semejante actuación aunque, como pudo comprobarse el pasado jueves en el Buesa Arena, las opciones para la picaresca son muchas y muy variadas. Al igual que ocurrió el pasado jueves, hace siete años el Baskonia también prefirió empatar un partido para forzar la prórroga. Si en esta ocasión el objetivo eran los cuartos de final, por aquel entonces el objeto de deseo era la clasificación para la Copa del Rey.

El equipo azulgrana llegaba a la decimoséptima jornada de la ACB con la imperiosa necesidad de vencer su choque ante el Breogán gallego por más de diez puntos y que el Barcelona venciera al Lucentum Alicante. Un año después de hacerse con el doblete, la escuadra de Ivanovic estaba a un paso de quedar fuera de la Copa de Valencia -que acabaría perdiendo en una emocionante final contra los culés-, y a punto estuvo de confirmar su fracaso.

Los vitorianos, que cuajaron un nefasto partido, vencían a pesar de todo al Breogán, pero por una diferencia insuficiente. Así que, ni cortos ni perezosos, se dejaron empatar. En la prórroga, el TAU vencía por cinco insuficientes puntos, así que necesitaba un pequeño milagro que llegó gracias a los árbitros y a la ira descontrolada de Nacho Biota.

El jugador del Breogán, desquiciado porque le habían pitado unos pasos, recibió una técnica descalificante y se fue hacia el colegiado como un rayo antes de ser detenido por Ivanovic, que se encontraba junto a él y salió en su defensa. Los posteriores tiros libres de Foirest y Nocioni situaron el marcador sobre la barrera de los diez puntos (81-70) para regocijo baskonista. Los que pensaron que aquella iba a ser una noche irrepetible en el futuro, se equivocaron completamente.