Por fin llegaba el día que todos los gasteiztarras esperaban. Parecía que hasta el sol se había puesto de acuerdo para brillar con fuerza en el día de La Blanca.

Y es que en un 5 de agosto son pocas las personas que no pisan la plaza de la Virgen Blanca, ya sea vestidos de blusas y neskas para homenajear a la patrona de Vitoria, o con prendas de calle para rendir tributo a la virgen alzando el vaso de vermú en las abarrotadas terrazas del centro.

Como contraste, muchos visitantes de todos los rincones del Estado aprovecharon para pasear y fotografiar el centro de la ciudad, junto a los peculiarmente ataviados anfitriones que observaron. La tradicional ofrenda floral en la hornacina de la Virgen Blanca se disfrutó con la precaución que protagoniza esta semana de no fiestas, que se vio reflejado en el control policial situado en la escalinata de San Miguel para todos aquellos fieles que la visitaron.

Mientras tanto, los grupos de turistas atendían a escasos metros al guía que explicaba la historia detrás de la escultura de la batalla de Vitoria, mientras la observaban de arriba a abajo y realizaban las pertinentes fotografías. Eso sí, muchos se adentraron en la festividad sin haberlo planificado antes.

Desde Alicante, Zaragoza o Madrid, los recién llegados aseguraron que conocer de cerca la ciudad y no su fiesta era el objetivo principal del viaje. Aún así, no fueron pocos los integrantes de las cuadrillas gasteiztarras los que animaron el ambiente alrededor de ellos para que se sintieran como en casa.

Las calles del Casco Viejo se encontraban algo más calmadas, como si estuviesen aún recuperándose de la tarde anterior y sus cientos de jóvenes visitantes que celebraron, vaso en mano, el no txupinazo a su manera. "La gente quiere calle, no bar", indicó un hostelero de la zona, que aseguró que "cuando abrías, te hacían la ola".

Por ello, era tan importante la jornada de tarde, que se preveía igual de afluente que el día 4, como los preparativos mañaneros para acoger a los gasteiztarras.

Pegados al asiento

En cuanto las campanas de la iglesia de San Miguel resonaron para dar la bienvenida a las 14.00 horas, la dicotomía que se palpaba en las calles del centro respecto a los barrios colindantes durante la primera mitad del día se hizo aún más reseñable.

La previamente discreta presencia de blusas y neskas en el Casco Viejo completó un giro de 180 grados para reflejar una imagen bastante corriente en la zona antigua de la ciudad durante los días festivos: encontrar sitio en los bares era misión imposible.

Cuadrillas que se habían adueñado de una terraza y no tenían ninguna intención de emprender la marcha hasta bien entrada la noche, o los rezagados que observaban los movimientos de los acomodados alaveses en busca de un ataque a dos bandas para lograr el ansiado asiento. Todos se agrupaban en las calles más pobladas de la ciudad el día 5 para acompañar al ambiente festivo que se respiraba de forma más efusiva una vez entrada la tarde.

Tras dos años, seguía siendo raro. A pesar de salir a la calle y respirar ese ambiente único que puede ofrecer un 5 de agosto en Gasteiz, es innegable que no todos se divierten con la misma pasión y libertad que antes.

Los ciudadanos, ya sea vitorianos de pura cepa o los que estuvieron de paso, fueron respetuosos con las medidas, enmascarillados y teniendo en cuenta que, aunque se trate del día de La Blanca, el virus no descansa. Una prueba más de que unas fiestas patronales como las recordamos, en 2022, será posible.