l vecino de Laguardia, Lorenzo Ugarte, andaba extrañado de encontrar restos humanos cada vez que paseaba por los caminos de un paraje de esa localidad denominado San Juan ante Portam Latinam debido a que en aquella zona había unas viñas que habían sido propiedad de una antigua cofradía que tenía ese nombre. En varias ocasiones había recogido algún resto, pero una mañana de abril de 1985 alguien le dijo que una máquina, que andaba arreglando caminos, había desenterrado un montón de huesos y nadie se podía imaginar lo que aquel lugar guardaba como un secreto.

Aquel hallazgo, lógicamente, disparó las alertas. Hasta allí fue la Guardia Civil, un gran número de curiosos, se paró la obra y se avisó a quien entonces era el director general de Cultura de la Diputación Foral, Armando Llanos.

El lugar era un espectáculo. La pala habría roto una enorme losa y por el camino se veían numerosos restos humanos, una gran cantidad esparcida por la senda y cuneta, pero nada comparado con lo que se pudo localizar tras el trabajo arqueológico que se encomendó a José Ignacio Vegas, arqueólogo e historiador de arte alavés.

Hoy, retirado del intenso trabajo de campo que ha desarrollado a lo largo de su vida en numerosos lugares, accede a rememorar para Diario de Noticias de Álava los recuerdos y conocimientos de aquel descubrimiento y posterior excavación.

"Fue una emoción tremenda", recuerda como sensación al llegar a Laguardia. "Al principio no me di cuenta de la dimensión del tema, por lo emocionado que estaba. La verdad es que en aquella zona, en Laguardia, hay varios sitios donde tenemos localizados huesos, pero tenía muchas ganas de ver hasta dónde llegaba lo que había aparecido".

Así comenzó aquella historia que se prolongaría varios años. "Había una enorme roca que tapaba como una especie de agujero, como si fuera una visera de la cueva o de lo que hubiera allí". La sospecha es que había 'algo', pero "ni tenía ni idea de cuál era su volumen, ni su importancia". La cuestión es que aquella enorme visera ocultaba lo que pudiera existir en el interior y había que esperar a tener la excavación organizada.

La impaciencia les podía al profesor y al equipo que habían formado y "comenzamos a perforar aquella roca, que se había partido, y aquello fue toda una aventura".

Pero al hueco no se podía acceder tan fácilmente. Y para lograrlo se tuvo que recurrir al expeditivo medio de voladura con dinamita. "Había una forma de quitarla con una grúa, pero el problema era su tamaño, ya que pesaba veintitantos mil kilos, y a eso se unía su extraña forma, que impedía saber exactamente cómo era". En cualquier caso era el primer paso antes de comenzar la excavación, como recuerda Vegas, trabajando desde la zona superior a la piedra, que era donde estaba el camino desde donde la pala había sacado parte de los restos. Fue desde esa zona donde se pudo comprobar que el amarre previsto para la grúa era muy complicado para poder levantarla.

Esa solución se descartó y se estudió otra fórmula: ir haciendo unos agujeros en la roca para introducir unas barras de hierro para sacarla entera. "Aquello parecía muy fácil y se le ocurre a cualquier, pero en la práctica era un problema y no sabíamos si podíamos causar daños a lo que hubiera debajo".

En cualquiera de los casos, también calcularon que si levantaban la enorme piedra entera, "¿dónde la dejábamos? Porque allí no hay sitio, está lleno de viñas. Era imposible".

La búsqueda de una solución se antojaba difícil, hasta que al final "decidimos lo que se hizo después: taladrar en varios sitios, para provocar explosiones mediante pequeñas voladuras y poder retirar trozos, para no estropear el yacimiento".

Los arqueólogos estuvieron trabajando en dos etapas. La primera fue cuando se descubrió, en 1985, y después fue cuando se desarrolló la planificación para retirar la piedra y tratar de comprobar si debajo había yacimiento.

Recuerda que en la primera fase, una excavación de emergencia, "se trabajó con mucha ilusión porque era evidente que era un yacimiento arqueológico y que además se desconocía completamente". Afloraron numerosos huesos, pertenecientes a un centenar de individuos, así como puntas de flechas, de silex, algunas hachas pulimentadas y diversos objetos de adorno, pero no se podía conocer su verdadera dimensión a causa de la piedra.

Todo aquello se recogió, se documentó, se llevó al Museo, a Vitoria, para su custodia y estudio y se comenzó a planificar cuándo se podía volver para quitar la losa y proseguir.

Fue en 1990, con ayuda financiera de la Diputación Foral, cuando José Ignacio Vegas pudo regresar con medios, tiempo, equipo y proyecto de trabajo para continuar la excavación.

Lo primero fue retirar, mediante las explosiones, la enorme losa y llevar sus restos a un lugar adecuado. "Lo primero que vimos fue una primera capa de huesos y tierra" que ocupaba una extensión de 12 metros cuadrados, restos humanos en perfecta conexión anatómica, como huesos aparentemente aislados.

Comenzada la excavación, llamó la atención "la gran cantidad de puntas de flecha que encontramos. Era el material más abundante, aunque en menor medida también localizamos piedras pulimentadas convertidas en herramientas, azuelas... pero lo que no había y que creíamos más que probable que encontraríamos era cerámica, ya que suele ser la compañía más adecuada".

De esta manera, al centenar de restos humanos localizados en 1985 se añadieron otros dos centenares, hasta superar los 330 esqueletos. Según el estudio que se realizó "un tercio de esa población no llegaba a la edad adulta e incluso hay algunos fetos a término o neonatos. La distribución por sexos es también, aproximadamente, de dos tercios de individuos masculinos por un tercio de femeninos", según el informe antropológico que realizó C. de la Rúa.

En el estudio realizado por Jose Ignacio Vegas, Angel Armendariz, Francisco Etxeberria, Mª. Soledad Fernández, Lourdes Herrasti y Francisco Zumalabe se busca una explicación a ese enterramiento de casi tres centenares de personas. Lo que está claro es que "tanto los individuos completos o casi completos, como las simples partes esqueléticas en conexión, proporcionaron información fiel sobre el modo en que fueron dispuestos originalmente los cadáveres. Éstos fueron amontonados unos sobre otros, sin distinción de sexo o edad, y sin orientación determinada. Las posturas son también variables: sobre todo flexionadas en diferentes grados, pero también extendidas y, en alguna ocasión, incluso boca abajo. Sin embargo, incluso en los cuerpos que se depositaron con las piernas extendidas, los brazos se encuentran siempre plegados. Esto indica que los cadáveres no se arrojaron de cualquier modo al interior del covacho, sino que todos ellos fueron objeto de algún tipo de tratamiento previo".

Lo que no parece tan claro es el porqué. "La explicación no es fácil. Es un montón de huesos, pero donde no hay estratigrafía". Por ello Vegas deja volar la imaginación, ante lo que parece evidente y cuenta que "parece -y esta es una interpretación imaginativa que me habla para contarme- que se trataba de uno de los pueblos que había entonces formados 200-300-400 y hasta 500 individuos que hacían juntos sus recorridos para buscar asentamientos, materiales como el silex y otras cosas. Y en este sitio tuvieron un incidente muy grave, algo parecido a una batalla. Entre los restos no hemos encontrado diversidad de orígenes, porque parecen todos más o menos de la misma fecha, con una aproximación de cien años" y esto se asienta en que muchos de los restos, cerca de 40, que tienen todavía clavadas las puntas de las flechas de silex, casi todas ellas en la zona de atrás del cuerpo, que presumiblemente acabaron con sus vidas. También se encontraron roturas de huesos a consecuencia de golpes con algún objeto contundente y tres trepanaciones que se pudieron haber realizado para curar heridas. En conclusión, no parece evidente que hubiera habido una masacre en un momento muy concreto, pero si fueron enterrados un gran número juntos.

erá difícil conocer la causa de algo que ocurrió aproximadamente 3.300 años antes de nuestra era, a finales del neolítico. La investigación tropieza con algo importante para la datación como es la ausencia de cerámica, "aunque encontramos algún pedazo muy pequeño y no nos atrevemos a decir que era de ellos o si vino de algún lado, o en algún cesto". Comenta el arqueólogo que entre el ajuar encontrado hay mucha abundancia de silex, pero ese material abarca tiempos muy amplios. También había colmillos de jabalí perforados, usados seguramente como colgantes, un collar, un canino de ciervo también perforado, conchas de moluscos marinos.

El misterio de San Juan ante Portam Latinam forma parte de la rica historia de Rioja Alavesa, donde han aflorado el conjunto de dólmenes, el poblado de La Hoya, el del Alto de Castejón, los abrigos de Sierra Cantabria y es que "esta tierra siempre ha sido muy rica, aunque no sé si entonces había o no viñas", pero desde luego es la razón de la llegada contínua de grupos de gentes de otras zonas. Y añade, como anécdota, que "hace mucho tiempo que le vengo dando vueltas a donde podría estar la cepa más vieja y hay multitud de restos que se pueden atribuir a épocas que van desde el neolítico más antiguo hasta la edad del Hierro". De hecho señala que en el tiempo del poblado de La Hoya fue el del impulso de la cerámica, mostrando "que había una gran cultura y un montón de gente dedicándose a ella", aunque eso no quiere decir que se elaborara vino, "aunque pudo haber", sin descartarse.

Con los resultados de las excavaciones realizadas, tanto en 1985 como en 1990 y 1991 se realizaron dos exposiciones. Una fue en Laguardia y la otra en el propio Museo de Arqueología, a través de unas vitrinas para que los interesados pudieran conocer algunas muestras de los huesos, de los silex o las hachas. En la actualidad, el lugar del yacimiento no conserva más que una pared de piedra, decorada con un símbolo moderno, que recuerda el lugar donde se trabajó para encontrar una respuesta a ese impresionante enterramiento.