- Hace unos días, el obispo de Vitoria, Juan Carlos Elizalde, ofrecía su tradicional felicitación navideña, este año condicionada por la pandemia. Por eso, el prelado aprovechó a felicitar y agradecer a todas las personas que hacen posible la Navidad y a todas las personas que han formado parte de los servicios esenciales desde que se declaró la pandemia. En su mensaje hay también una llamada a la responsabilidad durante estas fiestas, sin renunciar a la celebración propia de estos días, pero con la mirada puesta sobre todo en los más necesitados y vulnerables. "Celebremos el nacimiento de Jesús salvando vidas y no dejemos a nadie excluido", dice el obispo.

Elizalde tiene siempre muy presente su responsabilidad como presidente de la subcomisión de Migraciones y trata de personas de la CEE y renueva su llamamiento al Gobierno de España y al resto de gobiernos europeos a "trabajar sin más demora hacia un gran pacto mundial para una migración segura, ordenada y regular". Además, apela a los ciudadanos a "no callarse ante las situaciones de vulnerabilidad que sufren los migrantes, ni a normalizar lo que les sucede.

¿También ésta es una Navidad diferente para el obispo de Vitoria?

-Menos encuentros y numéricamente con menos gente en las celebraciones familiares, sociales, parroquiales y diocesanas. Pero, por eso, serán encuentros más valorados, cuidados y profundos.

¿Cree que la imposibilidad de hacer grandes fiestas y encuentros hará que estas navidades sean más austeras?

-Yo creo que sí. Lo que sería deseable es que los beneficiarios de nuestra austeridad, personal e institucional fueran las personas más vulnerables y no nuestras cuentas corrientes.

¿Cuál sería el plan más cristianamente navideño para monseñor Elizalde, permítase soñar?

-Pues como en el caso de San Francisco de Asís, la gente de buena voluntad de nuestra tierra caminando, como en el primer belén viviente, hacia la Gruta de Greccio. Y traduciendo la imagen hoy: nuestra sociedad poniendo los ojos en lo fundamental, en los pobres, en la fraternidad y en la paz. Y la comunidad cristiana, encontrando su capacidad de transformación en los misterios que celebramos litúrgicamente en los sacramentos.

La gestión de la pandemia no está siendo fácil, y hay, entre el sector creyente de la población, un sentimiento dividido entre el cumplimiento de las normas de prevención sanitaria y la restricción impuesta para el culto en algunos momentos. ¿Cómo estamos llevando ese equilibrio en la diócesis?

-Sin problema porque desgraciadamente el 35% del aforo en nuestros templos, salvo en celebraciones excepcionales, es lo habitual. La congregación vaticana para el culto divino ha concedido un permiso excepcional para todos los sacerdotes del mundo, de manera que uno pueda celebrar hasta cuatro eucaristías el día de Navidad, Año Nuevo y Reyes. No creo que en nuestra diócesis tengamos que recurrir mucho a este decreto.

Se ha empezado a distribuir la vacuna contra el covid-19 entre la población. ¿Ha pensado en vacunarse de los primeros para dar ejemplo o de los últimos para que sean otros los primeros en beneficiarse?

-En mi familia hay toda clase de opiniones sobre este tema. A mi madre, que vive conmigo y sus muchos años, le llueven presiones muy diferentes sin salir de casa. Yo me vacunaré en cuanto me toque, inmediatamente.

La pandemia ha traído hábitos y ha hecho desaparecer otros, respecto a la cuestión religiosa. ¿Qué cree que puede quedar o desaparecer?

-Yo creo que siempre permanecerá lo esencial, aunque se pueda expresar de muchas maneras: la paz, la comunión fraterna, la alabanza, la recepción del cuerpo de Cristo, el arrepentimiento y la ayuda material a pobres y a la comunidad. La liturgia marca perfectamente los gestos esenciales vinculantes y los acentos accidentales dependen del ministro ordenado y de la comunidad concreta. Roma acaba de llamar la atención, por ejemplo, sobre el uso inadecuado de hojas y folletos en lugar de los libros litúrgicos. Debemos aprovechar este momento para celebrar mejor, más dignamente. La gente tiene derecho.

Los últimos nombramientos de obispos han afectado también a las diócesis vascas. El traslado de monseñor Iceta a Burgos, por ejemplo, aunque tampoco lo desliga del todo al ser cabecera territorial para Bilbao y Vitoria. En todo caso, ¿se esperan cambios de algún tipo que puedan afectar al funcionamiento interdiocesano de las diócesis vascas?

-Cada persona tiene derecho a interpretar los nombramientos y los hechos objetivos desde su imaginación y desde sus presupuestos teológicos, políticos e ideológicos. Mario será la misma bendición en Burgos que en Bilbao. Eso sí, ríos de tinta para los ociosos, porque estos cambios en el escenario eclesial les sacan del aburrimiento pastoral en que suelen vivir habitualmente. En el nuevo año, las reuniones interdiocesanas con Pamplona y Burgos se reanudarán, respectivamente, y con renovado entusiasmo, precisamente, por los retos que suponen los cambios.

Y para terminar, no sabemos si ya ha escrito la carta a los Reyes Magos pero, ¿qué le pide Juan Carlos Elizalde a 2021?

-Me voy a contentar con tres regalos: un pacto mundial para una migración segura, ordenada y regular, un futuro lo más corto posible para las últimas leyes de educación y eutanasia en España y un aumento en los jóvenes de las vocaciones sacerdotales, consagradas y de familia, para la renovación de las comunidades.