- Al gasteiztarra Ángel García todo lo que ha vivido en los últimos cinco meses le parece "como salido todo de una película", pero, eso sí, de las de terror. Su padre, un señor que a sus de 81 años era superjovial y plenamente autónomo, puesto que vivía solo, falleció el pasado 31 de marzo, en plena primera ola del covid. Una muerte que fue totalmente inesperada para su familia, "porque apenas tenía síntomas, solo cansancio", que sucedió apenas dos o tres días después de ingresarle en el hospital. "De hecho, él mismo entró por su propio pie en urgencias", matiza, y que se produjo en la peor de las circunstancias, "porque debido a las medidas de prevención, no pude en sus últimas horas darle la mano, ni un beso ni un abrazo". Y, para colmo, ni siquiera un último adiós porque los funerales estaban entonces prohibidos.

Pero lo peor vino después, como dice, porque "me quedé en shock, no me lo podía explicar". Una pérdida que le ha dejado devastado, pero, al menos, unos meses después de que ésta se produjese, reunió el coraje para marcar de una vez ese número que había leído unos días antes en el periódico y que había dejado apuntado por casa, el teléfono 900 908 744 de Betirako, para pedir ayuda a este servicio gratuito de atención psicológica para situaciones de duelo que puso en marcha el Gobierno Vasco desde junio destinado a personas que hayan perdido un ser querido durante la crisis del covid-19, tanto por el virus como por otras enfermedades, así como a familiares o personas allegadas que tengan cierta preocupación por alguien cercano y profesionales de diversos ámbitos. Y desde entonces no se arrepiente: "No solo recomiendo Betirako sino que creo que tendría que ser obligatorio para todas las personas que tengan esa necesidad de ser escuchados y comprendidos. A mí me ha aliviado porque tengo un profesional al lado, que, según me van viendo, me va dando unas herramientas u otras", aconseja Ángel, uno de los 55 alaveses que atienden en Betirako respecto a las 290 que en total se han puesto en contacto con ellos.

Y eso que él, como reconoce, siempre ha sido "un poco reacio para este tipos de cosas y no soy muy amigo de me ayuden", pero él mismo se daba cuenta de que algo fallaba: "notaba que estaba cayendo en un pozo", pese a que ya había acudido a su médico de cabecera para contarle que no podía dormir y le recetó ansiolíticos, "pero la ansiedad fue a más".

Algo que, por otro lado, tampoco entendía, "porque como soy un profesional sanitario, debería de estar más acostumbrado a lo que es el duelo, como cuando me ha tocado trabajar en la unidad de paliativos". Pero "no es lo mismo vivirlo", Y menos de esa forma. Es por eso que no paraba de darle vueltas y de sentirse culpable por cómo él no pudo darse cuenta antes de que su padre podría tener covid. "Pero es que no tenía ni tos, ni dificultad respiratoria", recuerda.

Como el cansancio de su aita fue a más, el doctor les dijo que lo llevaran al hospital. "Cogimos un taxi y llegamos a Urgencias. Andaba despacito, pero entró por su propio pie".

Pasó la noche allí y una compañera fue la que le dijo que tenía covid, "y que no le daban más de dos o tres días".

Ángel siempre fue a verlo durante ese tiempo, aunque con todas las restricciones que la pandemia imponía para salvaguardar la salud de pacientes, familiares y profesionales. "Íbamos escafandrados", describe respecto a los buzos, pantallas protectoras y demás material que conforman los equipos de protección individual (EPIs). "Lo peor fue no poderle dar ni siquiera la mano, ni un beso ni un abrazo sabiendo que eran sus últimas horas", lamenta. Su padre, además, protegió a los suyos hasta el final. "Veía lo que quería hacer, de ir a donde él para darle la mano o un abrazo y no me dejaba despedirme de alguna manera de él porque sabía lo que tenía y no quería tampoco contagiarnos, pese a que sabía que podía ser su final", agrega.

Por desgracia, no hubo nada que se hiciera por salvar su vida. "En dos o tres días se fue. Fue todo muy rápido", destaca. En ese momento no pudieron hacerle un funeral, pero sí un entierro, más triste de lo que suele ser habitual. "Solo pudimos estar tres personas: mi hermana, una sobrina y yo", precisa.

Cuando la situación sanitaria lo permitió, hicieron funeral, pero lo "más especial", fue el homenaje virtual, con fotos y dedicatorias, que hicieron a su aita, tras la sugerencia de Betirako. "Ahora estoy en la segunda de las cuatro fases del duelo. Y sigo con las sesiones. Pediría que Betirako fuera para largo", desea Ángel. Que para eso este servicio psicológico significa para siempre.

"No solo recomiendo el servicio de Betirako, es que creo que debería ser obligatorio"

Familiar de persona fallecida por covid