ismos escenarios, horarios calcados, propuestas parecidas... De un año para otro cambian los nombres de los protagonistas de cada cita, aunque en ocasiones ni eso sucede, pero poco más. Hace tiempo que la programación cultural de las fiestas de La Blanca sigue un patrón en el que no hay ni sorpresas ni variaciones, y aún así, en este 2020 en el que el covid-19 todo lo ha parado, más de uno va a echar mucho de menos todo lo que un día puede llegar a dar de sí dentro del programa. Lo cierto es que la crisis económica de 2008 marcó un modelo que no ha cambiado ni lo más mínimo, sin que ello tenga que significar algo malo a la fuerza, pero tampoco algo bueno.

A la espera de que se afronte una reflexión seria y profunda sobre las ofertas culturales en estas jornadas -un debate siempre mencionado por las distintas partes implicadas en las fiestas pero nunca afrontado de verdad-, lo cierto es que este año se va a producir un descanso obligado que no ha sido deseado por nadie, con lo que ello también implica en cuanto a la ausencia de trabajo e ingresos para artistas, técnicos, montadores, programadores y un largo etcétera de personas siempre necesarias para llevar a cabo cualquier propuesta de índole creativo. Todo el sector se está viendo afectado por la situación, pero es evidente que no son pocas las formaciones e intérpretes que tienen en el verano y en las fiestas patronales su caldo de cultivo perfecto, desde grupos de verbenas a compañías de teatro de calle pasando por un largo etcétera.

Dejando al lado el 4 de agosto, que siempre es un día especial puesto que los actos oficiales no arrancan hasta las seis de la tarde, y el día 9, que es una jornada que cada vez está perdiendo más citas y escenarios sin que se sepa muy bien la razón, un día cultural tipo de La Blanca siempre tiene que empezar a las 12.30 horas con los trikitilaris de la Academia de Folklore en el Machete. Todo un clásico, igual que lo son, a la misma hora, los espectáculos infantiles de Conde de Peñaflorida. Son siempre esos dos primeros pasos -más allá de las dianas, los pasacalles y demás- los que marcan el inicio de un maratón que siempre, sin cambio posible, vive su tercera propuesta del día en La Florida con la Banda Municipal de Música de Gasteiz. Hubo años no tan lejanos en los que se contaba, en paralelo a estos conciertos diarios, con agrupaciones del mismo tipo de otras localidades y entidades (desde la Banda de la Ertzaintza hasta la de Laguardia, por poner dos ejemplos habituales), que ofrecían cada día actuaciones de mediodía en el Jardín Secreto del Agua, recitales que desaparecieron hace algún tiempo por aquello de los recortes, aunque algo se ha intentado recuperar sin tampoco demasiado ímpetu.

Dependiendo del día que se trate, puede que La Blanca aproveche la mañana también para escuchar algo de música clásica en Santa María -la Catedral no se usó el año pasado- o la Escuela Luis Aramburu, aunque esto se suele reducir a un par de ocasiones en todas las fiestas. Pasa lo mismo con algunas actuaciones especiales de danza o de teatro para niños en puntos como Falerina. Pero lo que sí es regla primordial dentro del programa es que la pausa antes de comer venga marcada por los mejores bertsos en el Machete. Otra cita que nunca puede faltar gracias al trabajo que se hace desde Arabako Bertsozale Elkartea.

Claro que si hay un acto estratégico para La Blanca del 5 al 8 (nadie sabe la razón por la que no se celebra el 9) es el concierto de jotas que siempre marca el inicio de cada tarde. Parece que no, pero ha llovido lo suyo desde 2003, cuando una ola de calor de las que hacen época obligó a suspender más de uno de los recitales de aquel año, que por entonces se llevaban a cabo en la plaza de La Provincia. Desde entonces se producen en Conde de Peñaflorida, donde la sombra está garantizada a las seis de la tarde, evitando así los peligros de aquel año tan caluroso.

A partir de ahí, el maratón de la tarde es exigente. Puede uno dejarse llevar por las orquestas y los bailables del quiosco de La Florida, o acudir al Machete donde se producen actuaciones especiales de tarde a las que siguen el habitual dan-tza plazan, o ir a los jardines de la parte trasera de la Catedral Nueva para disfrutar del Rincón del Humor, o quedarse en Conde de Peñaflorida para la habitual disko festa para los más pequeños, o irse al Principal para disfrutar de la primera de las dos sesiones habituales de alguna de las obras de teatro previstas, siempre comedias lideradas por nombres de la escena y la pantalla bien conocidos. Hubo años -estos sí ya más lejanos-, en los que también escenarios privados organizaban actuaciones especiales durante estas fechas, marcadas por el humor y el cabaret con los Arévalo, Esteso y compañía.

Con la noche ya presente, siempre es la música la que domina todo. Puede ser en forma de variedades como en la plaza de La Provincia, lugar que ha visto pasar casi de todo, desde las Mama Chicho hasta un amplio abanico de grupos de mariachis, por ejemplo.

La medianoche parece la hora bruja. El punto de referencia con más aforo es el escenario de Los Fueros. Imposible hacer un repaso a algunos conciertos inolvidables, aunque hubo un tiempo en Vitoria en el que todo el mundo aseguraba haber estado en aquella espectacular actuación que en su día ofreció Tino Casal. Pasó lo mismo con el concierto de Manu Chao y Mano Negra en las txosnas cuando su ubicación era tras la Catedral Nueva. De repente, todo el mundo había estado aunque nadie sabía de verdad si se había producido. Este recinto es, seguramente, el que más ha viajado por la ciudad a lo largo de las últimas cuatro décadas, aunque da la impresión de que el actual espacio en la zona de las Universidades parece consolidado, más allá de que sigue estando demasiado lejos para algunos.

Entre ambas ubicaciones, cualquiera que quiera disfrutar de los sonidos puede hacerlo también en el Machete, o en la Plaza Nueva, el lugar de las orquestas por excelencia, o en el Arca, donde las verbenas tienen el protagonismo. Aquí, sin duda, hay que hablar de Joselu Anaiak, dueños y señores de tantas y tan concurridas noches. Eso sí, cualquier madrugada de La Blanca, sobre todo el día 9, siempre termina en las txosnas. Sus tablas son las que más aguantan.

Todo ello, eso sí, este año queda en el recuerdo. La esperanza es que 2021 sea diferente y se pueda volver a disfrutar, a compartir, a celebrar, más allá de que las propuestas culturales de las fiestas de la capital alavesa necesiten desde hace tiempo sumar escenarios -sobre todo, fuera del centro de la ciudad-, horarios y públicos, sabiendo llegar a cubrir más intereses e inquietudes. Tal vez este 2020 fuese un buen momento para hacer esa reflexión que tiene que ir más allá de lo institucional.