Pocos horarios hay mejores para un derbi que un sábado a las cuatro y cuarto. Una hora que admite vermú, comida –a alguno se le alargó la sobremesa y llegó justo al estadio– y, por qué no, pospartido hasta altas horas de la noche con dos festivos por delante para recuperar fuerzas.

Ese mismo análisis hicieron los cientos de aficionados de la Real Sociedad –se vendieron las 367 entradas de la grada visitante y otros tantos se repartieron por la grada local– y los asistentes recurrentes al templo albiazul que apenas dejaron asientos libres.

Horas antes del pitido inicial, tiñeron de color azul y blanco las calles del centro de Vitoria y los bares de alrededor del estadio. Reencuentros, piques amistosos y cánticos ambientaron la previa en la que, como es habitual en los derbis vascos, reinó la buena sintonía y el hermanamiento entre ambas aficiones, que compartieron zonas de poteo.

Ya en el campo, unos y otros se separaron. Los guipuzcoanos fueron los primeros en ocupar sus asientos en la zona visitante, pero quienes arrancaron la fiesta fueron los locales con el espectacular tifo preparado por Iraultza 1921, con el lema Elastikoa pasioz blai –la elástica empapada de pasión– y estandartes con muchas de las camisetas históricas del club babazorro.

Una vez sonó el silbato de Alberola Rojas, cada uno defendió sus intereses excepto cuando alrededor del minuto 26 todo el estadio al unísono coreó el nombre de Aitor Zabaleta, a quien se sigue teniendo en la memoria pese al paso de los años. El sector visitante respondió con aplausos.

Al comienzo de la segunda parte, la grada de animación extendió una nueva pancarta en referencia a los murales de Mendi de los que borraron su presencia: “Nuestra historia es imborrable, castigados, pero no vencidos”. Lo sucedido sobre el tapete tal vez no fue tan memorable como los pasajes de los murales y las camisetas, pero los tres puntos se celebraron como si lo fueran.