La temporada albiazul no podía terminar de otra manera que con otro partido decepcionante. El conjunto babazorro peleó, pero fue incapaz de sacar adelante una actuación que ayudara a eliminar el amargo sabor de boca del descenso. La tristeza, el enfado y el hundimiento definitivo del conjunto babazorro contrastó, además, con la envidia de ver al Cádiz celebrar su permanencia en Primera División. Lo que tenía que haber sido, pero con otros colores diferentes.
Los gasteiztarras volvieron a no estar a la altura de las circunstancias en su último partido en Primera División, y el Cádiz fue capaz de llevarse el triunfo sin necesidad de completar la mejor de sus actuaciones. El escenario tras el pitido final fue desolador. A un lado del terreno de juego, en la esquina en la que se situaron los aficionados cadistas, la viva imagen de la alegría. Abrazos, aplausos, lágrimas de emoción, cánticos, camisetas volando hacia los seguidores... Incluso gritos de ánimo al Alavés, como señal de solidaridad y de agradecimiento por la acogida de los aficionados locales.
Al otro lado, todo lo contrario. La otra cara del fútbol, esa que nadie desea vivir. El fondo en el que se sitúa Iraultza, que apoyó al equipo mientras el esférico estuvo en juego y aprovechó para lanzar sus críticas antes del encuentro y en el descanso, volvió a mostrar su descontento con el club al término de los 90 minutos. Una mezcla de tímidos aplausos, críticas, insultos, pitos y un deseo común: "volveremos". Las caras de los futbolistas, todo un poema. Algunos se acercaron a agradecer el apoyo; otros, como Lejeune, pidieron perdón por no estar a la altura; y los demás se marcharon en cuanto pudieron al túnel de vestuarios.
OPOSICIÓN MÍNIMA
Quienes no tuvieron ninguna prisa por marcharse fueron los miembros de la plantilla rival y los aficionados andaluces, que protagonizaron unas imágenes que en tantas ocasiones ha vivido el Deportivo Alavés en las últimas temporadas. Pero en esta ocasión tocó verlas desde el otro lado. Envidia, no se puede describir con otra palabra. Sana, eso sí. Como el hermanamiento que tras la jornada de ayer se creó entre ambas aficiones. Una amistad que durará muchos años, aunque habría sido preferible la rivalidad que se habría creado de haber llegado el Alavés con opciones de salvar la categoría.
Lo sucedido en el terreno de juego, posiblemente lo menos importante ayer para el Deportivo Alavés, tuvo poca historia. El equipo fue profesional e, impulsado por los ánimos de la hinchada y con la motivación de jugadores como Jason o Miguel de la Fuente para demostrar que pueden ser piezas importantes en Segunda División, lo intentó y puso en aprietos a un Cádiz excesivamente conformista en la primera parte, más aún teniendo en cuenta todo lo que había en juego.
Una vez más, sin embargo, el esfuerzo de la plantilla no fue suficiente, ya que la falta de contundencia y calidad en las dos áreas impidió abrir la lata cuando el Alavés fue mejor y lo condenó a la derrota en la segunda parte cuando el Cádiz decidió lanzarse a por la victoria. Las únicas buenas noticias fueron el debut del canterano gasteiztarra Unai Ropero y los minutos de otro joven como Marc Tenas.
La despedida de quienes no seguirán, aunque no se conozcan todos los nombres aún, fueron frías. Algunos ni siquiera asistieron al estadio. Otros como Martín, dieron pistas al mover la mano en señal de adiós al dejar el césped. El verano arrojará luz sobre todo ello.
La afición del Cádiz quedó hermanada al alavesismo, al que animó tras el choque, mientras que los locales mostraron su decepción