Vitoria - El cartel de la almodovariana Volver con la imagen de Asier Garitano sustituyendo al rostro de Penélope Cruz fue el gran protagonista del primer regreso, la pasada campaña cuando dirigía a la Real Sociedad, del actual preparador alavesista a la que fue su casa durante cinco temporadas. Tendrás tu ovación, pero con los tres puntos no sueñes y Asieritos somos y en Butarque nos encontraremos eran las ingeniosas frases que completaban la campaña del genial departamento de comunicación y marketing del Leganés, el club al que el técnico de Bergara condujo desde la Segunda División B hasta su ascenso y consolidación en la élite. Pero, por si dichos éxitos deportivos no fueran suficientes, el guipuzcoano es tremendamente querido en el club pepinero por haber sido un factor determinante en su profesionalización y también por la cercanía con los aficionados y la ciudad que protagonizó durante sus cinco años de estancia en el sur de Madrid. Se fue por la puerta grande -y seguramente algún día volverá a ponerse a los mandos de ese equipo- y como la leyenda que es será de nuevo recibido mañana, aunque su objetivo en esta ocasión sea poner un clavo más en el ataúd de un Leganés que él mismo hizo grande.

Entre la década de los noventa y el inicio del siglo XXI, el Leganés se convirtió en un clásico de Segunda División con once temporadas seguidas, desde 1993 hasta 2004, en la categoría. Arrancó entonces una larga etapa en el barro de la división de bronce, complicada para todos y de la que tan difícil resulta salir. Más aún para un club de una localidad satélite de Madrid y rodeado de grandes potencias. Tras nueve temporadas de proyectos frustrados, el matrimonio que dirige la entidad, conformado por el consejero delegado Felipe Moreno y la presidenta María Victoria Pavón, depositó su confianza en un joven entrenador de aún escasa trayectoria que había dado sus primeros pasos en los banquillos en el fútbol levantino, donde había dado sus últimas patadas al balón como delantero.

Discípulo aventajado de José Bordalás, Garitano puso en órbita al Leganés en un tiempo récord. Ascenso a Segunda División en su primera temporada, una permanencia tranquila en su retorno al fútbol profesional y en su tercera campaña el aldabonazo de subir a los pepineros a la máxima categoría -de la mano del Alavés, que también ascendió en la temporada 2015-16- por primera vez en su historia para luego rubricar dos sufridas permanencias antes de finiquitar su etapa de cinco campañas en el club en el verano de 2018 para poner rumbo a la Real Sociedad a la conclusión de la campaña en la que también condujo a los pepineros a las semifinales de la Copa del Rey tras eliminar al Real Madrid.

Pero, éxitos deportivos al margen, que ya de por sí no son cuestión baladí, Garitano instauró en Butarque un sistema de trabajo serio y profesional, además de una mentalidad competitiva dentro de un club que ni siquiera podía soñar con lo que después ha vivido. El garitanismo fue un estilo sobre el césped, pero también en la exigencia hacia el club. Por ejemplo, a la hora de demandar unas instalaciones deportivas que hoy son una de las joyas del Leganés o también en el momento de exigir futbolistas de calidad otrora impensables o de tender relaciones con poderosos clubes como el Athletic, que les ha cedido muchos futbolistas. Caló como profesional y también como persona. Vecino del centro de la localidad, el Ayuntamiento le nombró hijo predilecto de Leganés y estas navidades se celebró el tercer torneo solidario que lleva su nombre para recaudar fondos para causas sociales. Garitano regresa a su casa, donde es una leyenda.