con paso cadencioso, como si levitase sobre el césped, pausado en las decisiones y con un tiralíneas por bota. Pasa el tiempo y pocas cosas cambian cuando se degusta el fútbol de Juan Carlos Valerón. Estirado, flaco, de alargadas piernas. Como si no estuviera a pesar de haberse convertido en un jugador eterno. De vuelta a casa tras dieciséis años de impartido magisterio del fútbol con las camisetas de Mallorca, Atlético de Madrid y, sobre todo, Deportivo de La Coruña, además de 46 partidos con la selección y presencia en dos Eurocopas y un Mundial, camino ya de los 39 años, y con el objetivo de hacer del Las Palmas de nuevo un club de Primera División. El ascenso con el equipo de toda su vida, el que descubrió al hijo de un trabajador de la fábrica de cemento de Arguineguín al que le sobraban piernas y le faltaban kilos, que no tenía cuerpo de futbolista pero que estaba dotado con una de las mentes más privilegiadas que ha dado este deporte en los tiempos recientes. Y lo sigue demostrado vestido de amarillo de nuevo.

El Flaco es ejemplo de superación. En un fútbol cada vez más físico, su calidad siempre ha destacado por encima de la media. En un deporte que consume, ha alargado su carrera hasta límites insospechados gracias a su talento. Tras dos años en blanco por culpa de graves lesiones de rodilla, volvió a renacer bien pasada la treintena. Ejemplo y referente, ídolo por donde pasa. Ni es el más rápido ni el más guapo ni el que mejor habla. Pero con un balón entre las piernas y en las cercanías del área, ningún futbolista en Segunda -y pocos en Primera- se expresan como lo hace El Palanca.

En un mundo de divismo, Valerón sigue siendo un bicho raro. La excepción a la regla. Humilde, como si jugase todavía con la pelota en su Arguineguín natal. Tanto que no permite que en su casa sus familiares -sobre todo su madre, que le acompaña a todas partes- cuelguen fotos o trofeos. O su negativa a ser mencionado como un jugador indispensable para su equipo, ya que considera que eso es menospreciar a sus compañeros. Introvertido, conformista, humilde, y religioso. Rara avis. Como su fútbol, un bien en peligro de extinción.

El descubrimiento de este futbolista genial hay que atribuírselo al técnico Juan Manuel Rodríguez, que vio por primera vez al chaval, que por entonces tenía 16 años, en ese pueblo de pescadores que es Arguineguín. "La primera vez que le vi, casi me da la risa. No llegaba a los 50 kilos", rememora. El menor de cinco hermanos que se pasaban el día jugando con el balón. Flaco, esmirriado y de largas piernas. Poca chicha al lado de chavales mayores y más fuertes. Pero quitarle el esférico de entre los pies ya era imposible.

La presencia de su hermano Miguel Ángel le abrió las puertas del Las Palmas, con el que debutó con apenas 19 años. Eso mientras se sometía a fuertes sesiones de musculación y fortalecimiento para ir ganando kilos. Pero, más o menos fornido, jugando siempre como si estuviese con sus amigos en la playa. Disfrutando de cada acción y siempre con un segundo de adelanto en la toma de decisiones.

Valerón no llegó a ser leyenda en aquel Las Palmas porque el dinero se cruzó en su camino. No tanto el que recibió, sino el que los clubes pusieron sobre la mesa. Quince millones recibió por su primer contrato profesional, una cantidad que ya le parecía elevada. Qué decir entonces de los 300 millones que pagó por él el Mallorca o los 1.800 que le abonó el Deportivo al Atlético. Hombre familiar al que le costó salir de su pueblo, hacer las maletas para irse a Palma y luego a Madrid supuso un paso duro, aunque posteriormente encontraría en A Coruña su segundo hogar, donde alcanzó la cima futbolística con títulos y reconocimientos mientras seguía siendo el mismo niño que disfrutaba jugando al fútbol en la playa.

Diferente en todo, también sus convicciones religiosas son extrañas de encontrar en un deporte de ídolos de barro como el fútbol. Su familia abrazó el cristianismo evangélico -protestantes, no reconocen la jerarquía del Papa e interpretan libremente la Biblia- tras un problema que sufrió uno de sus hermanos y profesa sus creencias en la intimidad y también destina a ella parte de sus ingresos. Precisamente, una de las iniciativas que la familia tiene puesta en marcha desde 1998 es el proyecto Abrisajac -un nombre surgido de la unión de los bíblicos nombres Abraham, Isaac y Jacob-, en el que se da la oportunidad de jugar a todos los chavales de Arguineguín y lleva adelante otras actividades como una granja o programas de radio. Altos, bajos, gordos o flacos todos los chicos del pueblo pueden jugar con un balón emulando a Valerón.