El gol es el gran regalo del fútbol. Quien tiene la posibilidad de conseguir uno vive un momento de explosión de júbilo, de alegría infinita. Marcar un gol acerca mucho al objetivo de la victoria. Hay muchas formas de conseguirlo y muchas más de buscarlo. Tanto unas como otras buscó ayer con ahínco el Deportivo Alavés, fino ejecutor en lo que había transcurrido de temporada. Por desgracia, hay días en los que ni siquiera la insistencia rompe el cántaro. No existe una explicación lógica. Cual muro invisible, una pantalla se levanta sobre la línea que determina qué es gol y qué no lo es. Ni tiempo ni oportunidades le faltaron ayer al Glorioso, pero cuando la suerte no quiere rendir una necesaria visita en el arte máximo del fútbol, el fracaso está garantizado. Así, por primera vez en lo que va de temporada el equipo de Natxo González abandonó el terreno de juego con el marcador propio reflejando un redondo cero que ni de lejos mereció. Es lo que ocurre cuando el balón se empeña en no entrar en la portería.

Experiencias como la que ayer le tocó sufrir al Alavés se suelen dar por lo menos una vez a lo largo de cada campaña. También la inversa, encarnada ayer por una Real Sociedad que apenas necesitó un remate peligroso entre los tres palos -realizó dos en todo el partido- para llevarse los tres puntos de Mendizorroza. En cambio, los albiazules remataron en más de una veintena de ocasiones sobre la meta de Bardaji, una docena de ellas encontraron el camino entre los tres palos e incluso en dos ocasiones el propio cuadro donostiarra estuvo a punto de marcarse en propia puerta. Pero no, no era el día indicado. La diosa Fortuna debía estar mirando para otro lado, dejando desatendidos los sobrados merecimientos alavesistas para marcar al menos un gol.

El colmo de la mala suerte tuvo a Sendoa como protagonista. Un penalti en el descuento de la primera parte supone una de esas oportunidades que marcan el desenlace de un partido. Y así fue, pero en el sentido negativo. Es raro, por no decir imposible, ver al vizcaíno errar una pena máxima en los entrenamientos. El mismo viernes, sin ir más lejos, lo demostró en repetidas ocasiones, añadiendo además una exhibición en lanzamientos de falta. Lo cierto es que ni siquiera lo tiró excesivamente mal, ya que su disparo fue fuerte. Desgraciadamente, Bardaji lo leyó a la perfección y se lo detuvo.

Fue la continuación de una serie de remates erráticos y el preludio de lo que ocurriría en una segunda parte esperpéntica en su desenlace. Tantas y tan claras fueron las ocasiones que resulta difícil explicar cómo el Alavés se quedó sin marcar por primera vez este curso.