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El código del ginecólogo

Tras una larga trayectoria en la que se mantuvo 18 temporadas en la élite siendo recordado como uno de los defensas más duros de la Liga, Pablo Alfaro acaba de estrenarse como entrenador.

El código del ginecólogo

LOS atacantes del Deportivo Alavés pueden estar tranquilos porque no van a tener que sufrir de cerca uno de los férreos marcajes de Pablo Alfaro. El que es el jugador más expulsado en la historia de la Liga, protagonista de algunas acciones tan espeluznantes como recordadas, ya hace un par de temporadas que decidió colgar las botas después de dieciocho campañas como profesional (era mucho más que un central duro) y desde hace poco más de un mes dirige los destinos del Pontevedra en su primera incursión en los banquillos.

Se trata de un difícil reto, pero los mismos han sido una constante en la prolífica carrera del central zaragozano, quien, tras destacar en el club de su ciudad dio el salto al Dream Team barcelonista. Tras muchas jornadas viendo los partidos desde fuera, para su debut Johan Cruyff le encomendó el marcaje de Emilio Butragueño, empresa que solventó con éxito. Tras Zaragoza y Barcelona, llegaron etapas en Racing, Atlético, Mérida y Sevilla, club de sus amores, antes de regresar a tierras cántabras para colgar definitivamente las botas.

Fue, precisamente, en su primera etapa en Santander cuando Pablo Alfaro completó sus estudios de medicina en la rama de ginecología. Por cómo se comportaba sobre los terrenos de juego, aplicándose siempre con una dureza en ocasiones excesiva, su imagen distaba mucho de la delicadeza necesaria para ejercer la medicina, pero lo cierto es que en alguna ocasión tuvo que aplicar sus conocimientos sobre el terreno de juego para echar una mano a un compañero en apuros, como ocurrió en un Recreativo-Sevilla en la campaña 2002-03, cuando el central tuvo que asistir a Quique Romero, que había quedado inconsciente sobre el césped tras un golpe que se quedó en un susto.

Pero lo cierto es que esta imagen no es la que pasará a la historia cuando se mencione el nombre de Pablo Alfaro, sobre todo en su exitosa etapa en el Sevilla, al que llegó de la mano de ese genial descubridor de talento y antes portero llamado Monchi. El maño es una auténtica leyenda para los aficionados del Sánchez Pizjuán, ya que sobre el terreno de juego se convertía en el auténtico faro de un equipo que jugaba siempre un poco más allá del reglamento y en demasiadas ocasiones superaba con creces los límites de la deportividad.

Así, expulsión tras expulsión, se fue ganando la fama de carnicero por la que muchas veces se tuvo que ir de los terrenos de juego antes de tiempo al castigarse con más severidad de la necesaria sus acciones sólo por el simple hecho de ser quien era.

El punto culminante llegó tras un pisotón a Míchel Salgado en un Real Madrid-Sevilla. La acción le costó cuatro partidos de sanción, pero su petición pública de perdón no le sirvió para evitar los duros ataques de unos medios de comunicación tan parciales como ciegos a los que sólo les faltó exigir la lapidación pública de un jugador que, tras su sentimental despedida del Sánchez Pizjuán, terminó su larga trayectoria profesional en Santander.

Tras poner punto final a su carrera tras dieciocho campañas como profesional, Pablo Alfaro regresó al amparo del Sevilla de la mano, una vez más, de Monchi, quien le ofreció un puesto en el organigrama del club como coordinador del fútbol profesional, aunque el pasado verano le comunicaron que ya no contaban con sus servicios, momento en el que, con el carnet de entrenador ya en el bolsillo, decidió emprender la carrera de los banquillos, que tras varios flirteos veraniegos con el Racing y el propio Pontevedra, acaba de arrancar ahora en tierras para seguir ligado durante muchos años más al mundo del fútbol.