Babazorros, judíos, rabudos, haberos, gallegos, ratones, corteses, madrileños... Álava cuenta con 51 municipios y 336 concejos y en la práctica totalidad de ellos se ha estilado desde tiempos inmemoriales la figura del apodo o mote para distinguir a los vecinos de un lugar de otro cercano.

Un apodo es un nombre que se da a una persona en vez del suyo propio y que, generalmente, hace referencia a algún defecto, cualidad o característica particular que lo distingue. Generalmente se trata de apodos adquiridos a consecuencia de las características físicas más peculiares, o bien labores profesionales que existen desde épocas remotas.

Los habitantes de la zona rural alavesa han sido especialmente dados a rebautizar a sus conciudadanos con motes que, con el paso de los años, se han convertido en su principal seña de identidad. Tanto es así que esa afición ha sobrepasado el interés particular y hoy, poblaciones enteras, y por ende, todos sus habitantes cuentan con su propio mote colectivo.

‘Madrileños’, Ullibarri-Gamboa.

‘Madrileños’, Ullibarri-Gamboa.

La marcha de los jóvenes de los pueblos a la ciudad, los cambios de vida o las cada vez más escasas relaciones interpersonales amenazan con relegar al olvido esta curiosa tradición. Los vitorianos son conocidos como babazorros.

Sin conocer exactamente la procedencia de esa denominación, hay quien asegura que todo viene desde que un joven llegó a Amurrio, un tal Juan Gaztea de Arbulo. Este emparentó con los Anuncibai en la Casa de Mariaca, en donde todos lo llamaban babacorro porque era alavés y su principal alimento eran las habas. Poco a poco, este mote se fue extendiendo para todos los habitantes del territorio.

La historia real de los propios pueblos, el comportamiento de sus vecinos, la cercanía de otras poblaciones o la necesidad de comparación con ciudades grandes han dado lugar a una larga lista de motes a lo largo y ancho de la geografía alavesa.

Así, no resulta extraño que los vecinos de Yécora sean, para el resto de riojanoalaveses, zuqueros, pues el cultivo de la remolacha era habitual en esta localidad mucho antes de que sus campos se poblasen de las afamadas vides.

Arbejeros para los vecinos de Espejo y Lahoz, barbatillos para los de Arlucea, lentejeros para los de Maturana, Guevara y Estarrona, aceituneros para los de Anúcita, perretxikos para los de Ozaeta, endrinos para los de Ullibarri Arana y enebros para los de Mendibil claros ejemplo de la identificación de sus vecinos con los cultivos y plantas de sus campos.

En la localidad de Baños de Ebro sus habitantes son conocidos como olleros y gallegos se les llama a los de Barriobusto, este último también a las gentes de Elciego, pues es sabido que a ambos pueblos acudían en gran número en los tiempos pasados jóvenes procedentes de Galicia para ayudar a las tareas agrícolas, habiendo echado raíces algunos de ellos.

Los oficios que predominaban en los distintos pueblos alaveses han dado lugar a curiosas identificaciones. Así, los de Abetxuko son cencerreros, los de Aberasturi carboneros, los de Alcedo boteros, los de Antezana Ribera sarteneros, los de Lekamaña abarqueros, los de Markinez mortereros, los de Ribabellosa albarderos, los de Santa Cruz de Campezo cuchareros o los de Villanueva de Valdegovía, papeleros, entre otros.

Una amplia presencia de variados animales en las cercanías de ciertas localidades ha servido también para denominar a sus vecinos.

Así, muchos alaveses pueden considerarse raposos si pertenecen a Berantevilla, Doñoro, Montevite y Villabuena, gorriones (Anda, Burgueta y Betoñao), caracoleros (Nanclares de la Oca), buvillos (Lanciego), mochuelos (Olarizu) o avefrías (Azáceta).

Hechos ocurridos en ciertas poblaciones también han dado pie para llamar a la gente de cierta forma. Por eso se dice que a los de Guillerna se les llama chivos rojos. Además no están exentos de cierta carga crítica los apodos que pretenden, con una sola palabra, definir el comportamiento de sus vecinos más próximos.

De este modo, a los de Oion, Elvillar, Heredia y Galarreta se les denomina judíos. Los de Barambio son guapos, los de Elciego señoritos y los del Valle de Zuia pescuezos largos, por su fama de engreídos. La lista la completan otras localidades como Durana, cuyos vecinos son tercos, o los de Crispijana, apodados ruines.

En otros casos, es la propia historia la que brinda una excepcional ocasión para colocar estas peculiares etiquetas.

Así, los de Agurain son condes, pues el municipio se constituye en un condado que ha dado origen al título de Conde de Salvatierra.

Además, en los pueblos abundan las leyendas en las que se cuentan las procedencias que pueden tener sus motes.

Los vecinos de Ollábarre se conocen como espuelistas, ya que según narra la tradición cuando iban a Nanclares eran los últimos que se marchaban del pueblo.

También las localidades grandes e incluso ciudades extranjeras se han convertido en lugar de referencia para nombrar a los habitantes de las distintas poblaciones rurales.

De ello dan ejemplo los vecinos de Llodio, a quienes se denomina londinenses, o los de Abecia, cuyo sobrenombre es el de toledanos. Franceses los de Larrea, sevillanos los de Artziniega o madrileños los de Ullibarri-Gamboa.