El sector cinematográfico vive su particular edad de oro en Álava. Películas, producciones, directores, guionistas, actrices, actores... Cantidad, pero, sobre todo, mucha calidad. Ahí están los reconocimientos acumulados en los últimos meses, los premios, las nominaciones y, por supuesto, los éxitos en las taquillas acompañan a muchos de los alaveses que se dedican a este complicado mundillo.
En representación de todos ellos, todo un veterano del mundo de la actuación, con casi tres décadas de trabajo a sus espaldas, como Fernando Albizu ha sido elegido como pregonero de San Prudencio y Estíbaliz. Unas fiestas que este año son de cine y para las que el pregonero no duda en calzarse delantal, gorro de cocinero y tambor típico para, en un maremágnum de gestos muecas y risas, posar a los pies del santo y frente a las campas de Armentia que en unas horas serán un hervidero de alaveses disfrutando de la fiesta.
Desde hace años vive asentado en Madrid, pero en ningún momento ha perdido Albizu la relación con su Vitoria natal, el espacio que considera su refugio y al que se escapa para descansar. En cuanto puede, se escapa para hacer una visita a sus padres y degustar los guisos de su ama –alaba sus patatas con chorizo–, que ni siquiera cuando le toca trabajar en Álava, como recientemente ha hecho con el rodaje en Amurrio de Deviant, permite que duerma en cama ajena.
“Me he pasado toda la vida diciendo que soy vitoriano y alavés; patatero con mucha honra. Pero patatero, patatero, patatero y con un orgullo tremendo”
“Una de las razones para aceptar ser pregonero de San Prudencio y Estíbaliz fue poder ejercer de representante del cine alavés. Llevamos una temporada muy buena, con muchas nominaciones a premios importantes, también con premios, muchas producciones que se han gestado en Álava o que incluso se han grabado en el territorio, productoras, empresas de sonido... Hay un montón de gente trabajando y hacemos un cine de muy buena calidad. Eso hay que reconocerlo y aprovecharlo. Tenemos un plató fantástico, con muchos ambientes muy diferentes; y también tenemos mucho talento y eso hay que explotarlo más para atraer dinero y que también venga gente a conocernos”, relata.
El protagonista: Fernando Albizu
El pregonero de las Fiestas de Álava es una de las figuras más reconocibles del sector cinematográfico alavés, con una carrera de casi tres décadas en el mundo de la interpretación (se estrenó en 1994) y presencia en múltiples series de éxito y películas muy reconocidas.
La emoción de representar a todo su colectivo laboral se une al orgullo de ser reconocido en su propia tierra. Porque, por mucho que haya quien diga que es catalán, Fernando Albizu recuerda es “patatero y orgulloso de serlo”. “Durante mucho tiempo a mí me han colocado siempre en Barcelona, como que era catalán y nacido allí y es algo que nunca he entendido de dónde ha salido. Me he pasado toda la vida diciendo que soy vitoriano y alavés; patatero con mucha honra. Pero patatero, patatero, patatero con todos los patateros que quieras ponerle; y con un orgullo tremendo de serlo. Es un reconocimiento que la gente sepa que soy de Vitoria y de Álava”, asegura.
“Algo me pasa con los caracoles, no soy capaz de probarlos aunque en mi familia hay tradición; pero los perretxikos me los puedo comer como si fueran pipas”
Y, como buen alavés, ha vivido desde su infancia unas fiestas de San Prudencio y Estíbaliz que le han acompañado allá donde se encontraba en cada momento: “Una hermana de mamá era monja y cumplía los años en San Prudencio, así que de la fecha me he acordado siempre porque era el cumpleaños de la tía Dolores. Estando fuera o dentro, cualquier fiesta que se haga aquí la recuerdas”.
Fascinantes arin-arin
Cuando era niño, sus recuerdos del día de San Prudencio se retrotraen a una jornada que era “casi como viajar porque Armentia estaba alejado de Vitoria y cuando subías el pueblo estaba aislado de la ciudad; como si fueras al pueblo, al caserío de los abuelos, pero en plan festivo”. De la mano de sus padres, evoca el recorrido por el paseo del santo, “sin todas las casas que hay ahora porque los edificios se acababan en El Estadio”, y unas campas en las que su pasión por el mundo del espectáculo ya despuntaba. “Tengo la imagen de las neskas bailando y dando vueltas como locas en una tarima muy chiquitita y pensando cómo no se caen... Los arin-arin me fascinaban, los veía bailar y dar vueltas y vueltas y pensaba cómo no se matan dando vueltas a esa velocidad”.
El niño dio paso al adolescente y las campas dejaron su espacio a La Cuesta en compañía de sus amigos. “No llegábamos ni a subir a Armentia; no tengo recuerdo con la cuadrilla de estar arriba”. Una pasión por la algarabía que, ya llegado a adulto, ha dejado paso a la serenidad, la tranquilidad y la tendencia a evitar los actos masificados. “No me gustan los mogollones y huyo cada vez que veo más de cuatro personas juntas. Como me paso la vida rodeado de mucha gente, porque en este trabajo detrás de las cámaras puede hacer 150 o 200 personas durante el rodaje, me he echo un poco misántropo. Jamás se me ocurriría meterme en la plaza de la Virgen Blanca en la bajada de Celedón, así que me dedico a disfrutar del antes y del después”.
“Hay un montón de gente trabajando en Álava en el mundo del cine y estamos haciendo producciones de calidad; eso hay que reconocerlo y aprovecharlo”
Y del multitudinario y festivo patrón, a una patrona que el actor recuerda siempre haber vivido de forma mucho más relajada: “De Estíbaliz guardo muchos recuerdos porque está más cerca del pueblo de mis padres y una tía que era como mi madre también se casó allí. He ido muchísimo y me gusta. La imagen es de recogimiento, más alejado del jolgorio que es San Prudencio”.
Hablar de las Fiestas de Álava es hacerlo de caracoles, aunque Fernando Albizu tuerce el gesto cuando se nombra el manjar. “No soy de caracoles”, sentencia. “Creo que tengo un trauma de pequeño, algo me ha pasado con ellos porque no los termino de probar. Y eso que en mi casa se comían, mi ama los hace bien y papá los ha cogido. En la familia hay tradición, pero no es lo mío”, reconoce con cierta pesadumbre, al tiempo que los ojos le brillan cuando se le mencionan los perretxikos. “Me los puedo comer como si fueran pipas; me encantan”.