El campo alavés no siempre se ha alimentado solo de uvas, olivas, remolacha, patatas y cereales, principales producciones del medio rural y elementos de vida para muchas familias. Junto a ellos se han desarrollado otros productos complementarios y minoritarios. Y aún hoy se siguen trabajando o desarrollando novedades, algunas con una rentabilidad interesante. Un repaso a vista de pájaro por los campos alaveses muestra plantaciones de lúpulo, melocotones de viña, fresas, boniatos, frutos de cáscara como la nuez o la avellana, castañas, tomates, colza, nuevos o viejos cereales recuperados, novedosas patatas y otros productos que, en régimen ecológico, de experimentación o de mantenimiento en el medio en el que se desarrollan, conforman un rico patrimonio que complementa rentas o mantiene especies.

El diputado de Agricultura, Eduardo Aguinaco, comenta que “algunos de los nuevos cultivos se conocen desde una perspectiva doméstica, como son por ejemplo los nogales, pero otros son cultivos complementarios, no sustitutivos de los tradicionales, pero en esa complementariedad hay oportunidades tanto de diversificación como de rentabilidad y rendimiento económico”.

Explica que cuando habla de diversificación “es porque la misma política agraria también está potenciándola desde un punto de vista productivo y de regeneración de suelos”. Y matiza que “cuando hablo de diversificación hablo también de los cultivos tradicionales. Algunos se mueven siempre en rangos de bajos precios o de producciones de volumen y, sin embargo, algunos de estos cultivos sirven de soporte a producciones que están bajo marcos de garantía de calidad, por ejemplo el label”.

Lúpulos trepadores

Entre estos cultivos se refiere, por ejemplo, al lúpulo y enfatiza que “las cerveceras local,es, que ahora hay un gran impulso de este tipo de actividad de carácter artesano, están demandando lúpulo local”. Este llamativo cultivo surgió tras una propuesta de dedicar un terreno para realizar una plantación, ver cómo evolucionaba, probar varias variedades para valorar producción, calidad y características… Y además se partía de la realidad de que la demanda de lúpulo es tan elevada que, aun produciendo una gran cantidad, se seguiría necesitando la importación.

Así nació el proyecto de Berantevilla. Neiker participa, junto a otros nueve socios, en este proyecto para activar la cadena de valor de la cerveza en Euskadi. Se trata de una iniciativa que está suponiendo el primer ensayo de variedades de lúpulo. Este proyecto fue financiado por el Departamento de Desarrollo Económico y Competitividad a través de la convocatoria de Ayudas a la Cooperación. Y, como en otros casos, UAGA es el líder del proyecto, pero también participan como socios AGA, Ángel López de Torre (agricultor), las cerveceras Gar & Gar, Boga, La Salve y Olbea, el centro tecnológico AZTI y son socios colaboradores EGE (Asociación de productores vascos de cerveza), Licorería Vasca Olañeta y HAZI.

Este proyecto arrancó con una plantación de 300 plantas de lúpulo de seis variedades diferentes que ocupaban una superficie de 1.200 metros cuadrados y una duración de diez años. El presidente de UAGA, Javier Torre, contaba que la parcela se plantó, pero la terrible helada de abril de 2017 dañó las jóvenes plantas de lúpulo y retrasó su evolución. Ahora ya se han recuperado y ya están produciendo. “Para que el lúpulo entre en producción se necesitan cuatro años de trabajo en el campo. Después las cosechas son constantes cada ejercicio, ya que las plantas tienen una vida de 10 a 20 años, e incluso más”, afirma.

A esta iniciativa se suma otra de dos jóvenes en Quintana, que comenzaron un proyecto de plantación y ya lo han ampliado al ver los buenos resultados, aunque aún no estén a plena producción.

Otro de los cultivos en pleno auge es el manzano destinado a sidra. Localidades como Harana ya lo comenzaron a impulsar hace años, pero el momento más importante fue cuando a la sidrería de Trebiño y a la de Iturrieta se unió la de Kuartango, conformando entre ellas el brazo alavés de la Denominación de Origen Euskal Sagardoa. Por ello, Aguinaco valora que ese resultado final “también genera un interés, un impulso en un cultivo que, al igual que el del nogal, se ha dado bien en determinadas comarcas de Álava”.

En este último caso se destaca el aumento de la demanda de frutos secos, que crece alrededor del 5% al año en Euskadi. Sin embargo, solo el 20% de lo que se consume es producido en la CAV, lo que abre una puerta para la producción y comercialización de frutos como las nueces en todo el territorio.

La experimentación se está llevando a cabo en Berantevilla-Zambrana. En una finca Neiker está estudiando la viabilidad técnica de las variedades seleccionadas, el potencial agroclimático de la zona y su crecimiento, además de la rentabilidad de la implantación de frutales de cáscara con el objetivo de promover la entrada en producción de estos frutales en Álava. Los ensayos se están realizando en nogales, principalmente, y en almendros y avellanos.

Euskadi cuenta con alrededor de 200 hectáreas dedicadas a estos cultivos de frutales secos, pero son prácticamente para autoconsumo y la posibilidad de comercialización aún es baja aunque tiene un alto potencial. Por ello, con los datos actuales se puede afirmar que en Euskadi harían falta 400 hectáreas más de frutales de cáscara para responder a la demanda actual de frutos secos.

De sus posibilidades saben mucho los hermanos Torres que están trabajando en un centro de procesado de los frutales de cáscara que permitirá secar, pelar, calibrar y embolsar los frutos cosechados y añaden la posibilidad de realizar un centro de elaboración de pellet con las cáscaras de los frutales.

Autoabastecimiento

Por eso Eduardo Aguinaco explica que lo que se pretende “es apoyar la tecnificación en el conocimiento y aprovechando variedades locales darle un impulso económico. Porque hasta ahora ha tenido valor como autoabastecimiento alimentario, pero sin embargo hay una tendencia de consumo que claramente tiene interés en este tipo de producciones, lo tiene también en que sean producciones locales y están dispuestos a pagar por ellas”. Y lo mismo se puede decir, por ejemplo, del tomate o de las fresas. “Estamos consumiendo todos los días tomates, hay un cambio de hábito de consumo hacia verduras, frutas y hortalizas y Álava tiene un reto, que además también lo hemos descubierto durante la pandemia y ahora con el tema de Ucrania: que debemos ser capaces de incrementar en la medida de lo posible nuestro autoabastecimiento alimentario, porque somos dependientes de alimentación externa”.

Para ese paso adelante a otras formas de producción, a modelos de producción respetuosos con el medio ambiente, refiere que “hay nichos como el tomate u otras hortalizas que se pueden cultivar en invernaderos; o la propia fresa, que es un producto diferenciado de la fresa comercial que viene, por ejemplo, de Andalucía. Es otro producto completamente diferente, local, que genera empleo local, con explotaciones muy bien dimensionadas, muy profesionales, y este tipo de huecos son muy interesantes”

Santiago Osa Mendi, gerente de Fresaraba, en Antezana de la Ribera, cuenta que la clave de la fresa está en la variedad que cultiva, que es francesa. Y de ella lo que más le gusta a la gente son tres cosas: una, que es muy carnosa, no tiene tanta agua como las que vienen de Palos; dos, tiene un sabor dulce y característico; y el tercer punto es que es muy aromática. “La gente nos dice que cuando abre la nevera y tiene fresas se le inunda todo de aromas”.

Y es que el momento es la clave de la filosofía de Fresaraba: llevar el producto en dos-tres horas desde que se recoge en la mata y hasta que llega al punto de venta. “Esto es carísimo. Nosotros tenemos una persona en exclusiva haciendo el transporte de la fresa… Es caro, pero al final el contacto que tenemos con el frutero es directo y cuando hay problemas ahí estamos y lo mismo cuando las cosas van bien”, detalla.

En estas y en otras iniciativas está presente la Diputación con líneas de ayudas para las producciones y algunas de ellas van vinculadas a la primera instalación de jóvenes. “Los jóvenes vienen con ideas nuevas, se fijan mucho y están muy atentos a lo que ellos como jóvenes consumidores están haciendo y también a cuáles son las nuevas tendencias. Y en la primera instalación de jóvenes se apoya a este tipo de cultivos, como por ejemplo la plantación de lúpulo de Quintana”, así como a otros proyectos muy incipientes, pero que son interesantes: la transformación de aceite de la pipa de girasol o de la colza.

Sobre estas últimas, el diputado de Agricultura explica que “generalmente son cultivos que han ido destinados al consumo alimentario ganadero, mayoritariamente, pero sin embargo hemos descubierto que somos dependientes de la colza, del girasol de Ucrania… y sin embargo, aquí, es algo que habíamos olvidado, pero que podemos recuperar. Y por eso son muy interesantes este tipo de proyectos”.

Pan de semilla antigua

También hay iniciativas en torno a los cereales, a recuperar variedades para que, al menos, no se pierdan. “No van a ser decisivos seguramente en dimensión, pero sí en valor. Son medidas muy útiles para recuperar variedades locales, variedades que en los últimos años han sido desplazadas por variedades más comerciales, fundamentalmente porque su productividad es menor, pero que sin embargo han sido variedades que en el pasado se cultivaban, y que en unos casos se han mantenido a través del Banco de Semillas y que se vuelven a usar para la elaboración de determinados alimentos, como por ejemplo el pan del que ahora mismo hay variedades de muchas clases”.

Así se está demostrando día a día en Maeztu Nacho Beltrán, que junto a su mujer Montserrat, pusieron en marcha Mendialdeko Ogia. Allí uno de los panes se elabora con harina de granos de trigo antiguo, recuperados por azar y cultivados en Valles Alaveses y Montaña Alavesa por agricultores que desarrollan prácticas sostenibles, como Tierra Papel Tijera.

Esa harina llega a muchos sitios. Uno de ellos es la panadería de Maeztu, una tahona nacida en Azaceta por una pareja que abandonó las comodidades de trabajar en una gran ciudad como Barcelona para desarrollar un modo de vida propio, ligado a la tierra.

Cuenta Nacho Beltrán que “una de nuestras apuestas es mirar a lo cercano. Colaboramos habitualmente con varios productores alaveses en Saski Barazki, un grupo que estamos alrededor de la asociación Bio Nekazari-tza. Y algunos de los hortelanos que están allí producen cereal, han recuperado o ayudado a recuperar el trigo rojo de Sabando y variedades de valor añadido, como el trigo antiguo”, y aquello les dio pie para recuperar el pan antiguo de verdad, el que duraba un montón de días fresco y sabroso.

Sobre esta iniciativa, Aguinaco afirma que “lo de los cereales también va de la mano de lo mismo que las cervezas artesanas, o de la sidra de Euskadi. Al final, lo que se pretende es junto a las marcas de calidad aportarles valor”. Y en el caso concreto de esta harina, “ya existe un pan label, pero hecho con trigo producido en Álava. No sé si se labelizará pero, aunque no lo haga, sí que tiene un hueco comercial”.

Salvación de especies

Otras iniciativas no están teniendo la demanda que se esperaba, pero su importancia radica en que se han logrado salvar determinadas especies vegetales, como es el caso del melocotón de viña. En este caso es la propia institución foral, en la Casa del Vino, en Laguardia, “tenemos entre 12 y 20 plantones de melocotón de viña. Desde un punto de vista de producción no es un cultivo rentable, pero sí desde luego como mantenimiento del patrimonio genético, la diversidad y que esas variedades que han sido tradicionales, que estaban interpuestas dentro de los cultivos tradicionales de viñedo, cereal o de olivo en Rioja Alavesa, como el almendro, higueras y árboles de este tipo, se puedan conservar”.

Desde el departamento había inquietud desde los tiempos de Estefanía Beltrán de Heredia y tras una serie de encuentros con vecinos de Rioja Alavesa se encontraron en la comarca melocotones “abrideros” en los que su carne se separa fácilmente del hueso; los melocotones “amoscatelados” que muestran una carne blanca muy dulce y muy aromática que recuerda al moscatel. También se encontraron algunos melocotones “sanguinos”, con una característica y singular coloración rojiza alrededor del hueso. Y además, tras un exhaustivo trabajo de campo se logró encontrar un total de 92 melocotoneros de viñedo, muy dispersos por toda la comarca y en la mayoría de los casos con una respetable edad, superior a los ochenta años, según un estudio recopilatorio posterior acometido por la Red de Semillas de Euskadi. En ese estudio también se concluía que esos árboles se habían mantenido, bien porque estaban al borde de caminos y no molestaban o por una tradición familiar de conservar un ejemplar para autoconsumo. La realidad es que las escasas veces que estos frutos han salido a la venta han alcanzado precios muy superiores a los de los melocotones de cultivo y una rápida venta.