l programa Equilibrio Territorial de Eusko Ikaskuntza es un estudio detallado de cómo se encuentra el crecimiento o no de la actividad en el medio rural. Con el apoyo de la Diputación Foral de Álava y la Fundación Vital, la Sociedad de Estudios Vascos ha podido acometer una revisión sobre el terreno para poder realizar una diagnosis que sirva como estímulo para actuales y futuros emprendedores. Porque problemas hay muchos, pero es posible superarlos.
En ese estudio, Eusko Ikaskuntza pone de relieve que en la actualidad, las actividades económicas y las de mayor nivel tecnológico se concentran aún más en determinadas zonas urbanas. Este fenómeno, a su vez, lleva a la población más joven de los pueblos pequeños hacia las zonas urbanas, en consecuencia, a quienes tienen más posibilidades de encarnar o renovar las actividades locales. Podemos considerar esta tendencia como una pérdida.
Así, la dificultad de mantener y promover nuevas actividades económicas en entornos de escasa población es cada vez mayor. No es una dificultad de mercado, va más allá y se produce en medio de un debilitamiento estructural.
Pero es posible lograr los objetivos que se propongan. Y como muestra está Mendialdeko Ogia, una panadería ubicada en Maeztu, que se ha convertido en una más de las referencias de éxito en el País Vasco elaborando y vendiendo pan ecológico y con semillas tradicionales.
El negocio lo iniciaron Anna Montserrat y Natxo Beltrán alrededor del año 2014, pero en Azazeta. Llegados desde Barcelona, donde tenían sus trabajos y su modo de vida, decidieron cortar y volver a los orígenes con unas enormes ganas de trabajar y de mejorar su calidad de vida.
Explica el catálogo de Eusko Ikaskuntza que, en la actualidad, Mendialdeko Ogia es un proyecto sostenible y respetuoso con el entorno. Reconoce que el desarrollo del proyecto fue lento, ya que ha avanzado con los recursos de los promotores y a través de pequeñas inversiones.
A partir de ahí, y una vez que se ha consolidado el proyecto, fueron aumentando la inversión. Entre los pasos dados, el principal hito ha sido conseguir un local adecuado para el desarrollo de la actividad en Maeztu y, de este modo, crear y consolidar una demanda estable. Ha sido imprescindible trabajar en red con otros pequeños productores, de productos ecológicos alaveses a través de la asociación Bionekazaritza.
La dificultad más significativa ha sido la consecución de un local adecuado, así como el acceso a una vivienda en la localidad. Hubo problemas iniciales, ya que en el momento de la ejecución de la obra, en el establecimiento, se superó el plazo legal de tres meses para la obtención de la licencia municipal necesaria y eso supuso repercusiones económicas negativas en un proyecto pequeño y con escasa financiación como Mendialdeko Ogia. También hay que señalar que tratándose de un proyecto que se inició de cero, una mayor formación inicial les habría hecho crecer más rápido.
Pero superaron esas dificultades. De hecho, han aprendido a elaborar productos sostenibles, apetitosos y saludables sin agentes químicos. Asimismo, haber puesto en valor la amplia variedad de trigo local y su cadena de producción. En este sentido, han contribuido a la creación de redes de productores basadas en la confianza mutua.
Ha recibido subvenciones de diversos programas de ayudas, como Lehiatu Berria, Leader y de la Diputación Foral de Álava. Asimismo, son miembros de Bionekazaritza y, dentro de ella, forman parte de un grupo de productores denominado Saskibarazki. A través de Saskibarazki reciben la ayuda para la comercialización de los productos. También forman parte de Laborariak para la promoción de la marca Arabako Mendialdea.
Cuenta Anna que “desde que llegamos de Azazeta hemos notado mejoría en muchos sentidos, empezando por nuestras vidas personales porque allí era muy duro el trabajo con la carretera, la nieve, los dos pisos por lo que teníamos que andar por la calle”. De esta manera, al poder contar con local, con mejores medios y con más gente viviendo a diario, comenzaron a tener más clientela en el día a día.
Aquello se notó en su actividad y decidieron llevar más productos a la agrodenda. Les pilló, además, la época más dura de la pandemia. “Tuvimos mucho trabajo. La gente se movía menos de los pueblos y estuvimos abiertos todos esos meses dando servicio. Además, comenzamos a traer más productos de alimentación de los que teníamos, porque la gente nos los pedía dada la situación”. Aquella experiencia produjo un efecto muy positivo, y es que “la gente que de manera normal hacía su compra en Vitoria y no se acercaba a la panadería a por otros productos, probaron y hemos aumentado clientes”.
Esa es una parte de su actividad. Pero hay otra de gran importancia que ha llamado la atención por su singularidad y éxito. “Estos años”, cuenta Anna junto a Natxo, “a nivel de proceso del pan hemos podido poner unas cámaras de frío y hemos cambiado el proceso de cómo lo elaboramos y hemos ganado en calidad, porque podemos hacer una fermentación de toda la pieza de pan de 18 horas, en frío, que le da mucho más duración, aromas, sabor... ha ganado el pan en calidad”. A ello se suma que “hemos comenzado a trabajar con harinas locales, algo que nos apasiona, colaborando con agricultores y agricultoras de Álava”.
Mucho trabajo, pero al final “estamos muy contentos”, exclaman Anna y Natxo. Cuenta éste que “es un camino duro, porque el tiempo de Azazeta fue duro, pero la recompensa que hemos tenido ha sido grande, porque hemos contado con cada vez más gente que valora lo que haces”. Y es que aquel comienzo, con aquello de que “vienen unos de Barcelona para poner una panadería”, parecía que la gente no confiaba en que el proyecto creciera como lo ha hecho. “Empezamos tan poquito a poco que el desarrollo ha sido hasta natural: de pensar en una casita de paja para vender pan solo a amigos y conocidos al momento actual. Pero hasta que no llegamos a Maeztu mucha gente de la zona no lo ha tomado en serio, no nos han conocido realmente”.
Pero lo han logrado y se han convertido en una referencia de que es posible desarrollar proyectos en el medio rural. “Eso es lo que más ilusión nos hace, porque nosotros teníamos muy claro que queríamos retornar al pueblo, vivir en un entorno rural, que no fuese un dormitorio para ir a trabajar a la ciudad”. Comenta Anna que “eso lo teníamos muy claro desde antes de pensar en tener una panadería. Porque fue ella la que vino a nosotros y nos ha enganchado y ahora estamos felices. Estábamos con nuestra vida anterior, en la zona de confort y costaba dar el salto. Pero como se ve, se puede. Con esfuerzo, cariño y ganas de salir adelante, se consigue”.
Un ejemplo que se multiplica, porque “las seis personas que estamos ahora en la panadería han realizado el mismo camino que nosotros. Nos han visto, se han animado a venir y son ya familias nuevas que han llegado a Maeztu. Y eso nos da mucha alegría a todos”.