a peor pesadilla de Maider comenzó el 3 de mayo de 2018, cuando su ahora expareja y padre de su hija -todavía un bebé- se la arrebató de los brazos a cientos de kilómetros de su Vitoria natal, en la localidad argelina de Orán, de donde él es originario. La pequeña Amira, también gasteiztarra, ya no regresaría más a la ciudad que la vio nacer apenas cinco meses antes, el 7 de diciembre de 2017.
Más de tres años y medio después de aquel episodio, la niña sigue retenida en el país norteafricano por su progenitor, condenado en España por violencia machista y sobre el que pesa además una orden europea de detención. Se le acusa de ser el responsable de una organización criminal que habría cometido, entre otros delitos, agresión sexual con arma, detención ilegal, extorsión y robo con violencia.
De nada ha servido tampoco una sentencia del Juzgado de Violencia de Género de Gasteiz, fechada en enero de 2019, que entre otras cosas dictó la prohibición de sacar a la menor de territorio nacional y derivó después en la retirada de la patria potestad a la expareja de Maider.
Tras un largo e intrincado proceso judicial desarrollado en Argelia, a donde la joven madre se desplazó en dos ocasiones para prestar declaración, la justicia de aquel país ha dictaminado este año que Amira es argelina, utilizando como argumento su arraigo cultural, y que debe quedarse con su padre. Sentencia firme ante la que no cabe apelación ni recurso y que ha sumido en la desesperación tanto a Maider como a Mar Robles, madre de esta y abuela de la niña. "Yo solo quiero que Amira sea una mujer libre, que pueda decidir y opinar. Que vuelva a su casa, porque esta es su casa. Quiero justicia", resume Robles en conversación con DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA.
Maider, que a día de hoy tiene solo 22 años, comenzó en Vitoria su relación con quien se convertiría en el padre de su hija cuando solo tenía 17. Los malos tratos fueron habituales, pero la joven se quedó embarazada poco tiempo después y la felicidad, al menos por un tiempo, llegó a su vida con el nacimiento de Amira.
Esta duraría poco, porque las agresiones a Maider no cesaron y llegaron a su punto más crítico cuando el padre organizó un viaje a Argelia con la excusa de conocer a su familia. Los tres partieron hacia el país magrebí el 1 de mayo de 2018, pero solo dos días después la vitoriana fue obligada a hacer las maletas, despachada del domicilio familiar y conducida al aeropuerto con un billete de vuelta a Alicante bajo la amenaza de que, si no se iba, no volvería a ver la niña.
Regresó sola, sin Amira, y al llegar a Gasteiz interpuso su primera denuncia ante la Ertzaintza. Arrancaba una larga batalla judicial con dos frentes abiertos, tanto en la capital alavesa como en Orán, donde la familia contó con la inestimable ayuda del anterior cónsul español. "Nos ha apoyado mucho", reconoce Robles.
El caso está ganado a este lado de la frontera. "Él sabe perfectamente que si pisa territorio europeo va directamente a la cárcel por más de diez años", enfatiza la abuela de Amira. Sin embargo, y pese a que en primera instancia la justicia argelina consideró que el padre había abandonado a la pequeña -incluso llegó a estar internada en un centro social-, el juzgado de menores de Orán dictó seis meses después de la segunda declaración de Maider, el 14 de marzo de este 2021, que Amira tenía que volver con su progenitor. Entre esa primera y la segunda comparecencia de la joven hubo varios cambios en la judicatura, así como elecciones en Argelia y, para colmo, llegó la pandemia, que ralentizó un proceso que meses atrás también "pintaba bien". "¿Qué ha podido pasar? A mí se me escapa, porque estamos hablando de un delincuente y de un secuestro parental en toda regla. Hemos tenido mala suerte", apunta Robles.
La fundada sospecha de la abuela es que en aquel "maldito" primer viaje a Argelia, tras el que Amira nunca volvería a Vitoria, la niña -con nacionalidad y documentos españoles, aunque con primer apellido argelino- entró al país norteafricano con un pasaporte de allí dentro de una estudiada estrategia de su padre para reforzar, posteriormente, ese presunto arraigo cultural.