llos son una excepción en todo, hasta en eso de que la capital alavesa haya empezado a coger algo de gustillo a que llegue el último día de las fiestas de La Blanca. El artífice de esta incomparable gesta es la comparsa de gigantes y cabezudos de Vitoria, que cada 9 de agosto consigue sacar el lado más tierno de estos colosales personajes, cuando reyes y aldeanos se despiden de la ciudad, bajándose de sus tres metros de altura, para acercar sus mejillas hacia los gasteiztarras más txikis, esos locos bajitos que durante esa jornada llenan la calle San Antonio de familias deseosas de darles unos fuertes abrazos y besos, antes de que vuelvan a resguardarse en su guarida de Musika Etxea. “Empezamos hace poquito a bajar a los gigantes para que les den besos y a más de uno se le cae la lagrimilla, tanto por nuestra parte como por la del público. Es uno de los actos que más me gusta”, destaca Joseba Perea, coordinador de esta comparsa.
Una efusividad que seguramente el año pasado hubiera sido mucho mayor si alguno de esos peques hubiera sabido con antelación los estragos que causaría en este 2020 el coronavirus en la sociedad, cuya pandemia ha obligado a cancelar los festejos patronales, dejándoles así sin estas maravillosas figuras de las que la ciudad tiene el placer de disfrutar desde 1917, cuando dos parejas de aldeanos (los de Montaña y Aramayona) y cuatro cabezudos empezaron a desfilar por sus calles. Poco después, se sumaron los Regüeveros y finalmente los reyes de la baraja, de forma que Gasteiz ya no tuvo que pedir más a Pamplona que se los prestara, tal y como había hecho desde 1900 hasta 1916.
Así que a cabezudos y gigantes durante estas no fiestas y concienciados con el lema de que Este año toca/Aurten ez,Este año toca/Aurten ez no les ha quedado otra que confinarse, un esfuerzo titánico que han hecho con el fin de evitar aglomeraciones. Es por eso que DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA se ha adentrado en su refugio para ver qué tal han llevado este encierro en una época en la que deberían estar bailando, haciendo reverencias a la Virgen o aterrorizando a todos los niños a sus paso, como en el caso de Escachapobres, Cachán, El Pintor y Celedón, algunos de sus históricos cabezudos.
“Se nos hace muy raro no poder salir en La Blanca. En vez de un ensayo semanal, antes de las fiestas, hubiéramos hecho cuatro. Ahora no sabíamos qué hacer. Es una gran pena”, lamenta Perea. Unas declaraciones, que palabra por palabra, suscribe Llorón, el cabezudo encarnado por Julen Díaz de Argote. “Las mañanas han sido muy raras”, añade este joven de 23 años que entró en la comparsa cuando tenía 16 años porque siempre había admirado a gigantes y cabezudos. “Desde txiki iba siempre detrás de ellos con mis padres y con mi tía-abuela y cuando tenía unos 10 años mi padre me hizo un gigante chiquitito, de cartón piedra, bastante artesanal, y cuando cumplí los 16 años, como conocía a algunos de ellos, me animé a entrar como cabezudo”, relata.
En cambio, en el caso de Perea entró “casi por casualidad” porque hacía falta una persona que llevara la comparsa, aunque reconoce que siempre le ha gustado este mundillo, “que lo conocía desde fuera, pero una vez que te plantas aquí se ve muy diferente, por todas las cosas que hay que preparar porque desde dentro tiene mucho curro, pero es bonito”. Lo que más le gusta, en concreto, es “ver la satisfacción de la gente y, sobre todo, la de los niños por cómo se asombran al verlos. Es una especie de quiero y no puedo, porque en cuanto se les acercan los cabezudos…”, se ríe al recordar las trastadas de estos pequeños personajes. Por contra, lo más complicado es el saber cómo coordinar a la perfección las 37 personas que componen la comparsa (10 gigantes, con dos personas en cada uno de ellos, cuatro caballos, cuatro sotas, doce cabezudos, tres personas en el gargantúa, el coordinador más uno de reserva) “y que hay que saber gestionar bien en plenas fiestas de Vitoria porque todo el mundo es joven, le gusta salir... Y al final estoy pendiente de a ver si ese día por la mañana al final van a aparecer todos”, matiza. No en vano, la edad media de los miembros de esta comparsa oscila entre los 16 y 45 años. “Antes era hasta los 25 años, pero ahora la hemos aumentado por lo que vienen aitatxus, con hijos pequeños. Es otro tipo de relación, pero también es muy chula porque vienen con su familia a verlo”, agrega.
Para Díaz de Argote lo más satisfactorio son siempre los niños que se les acercan. “Hay muchos que se aprenden nuestro nombre y saben quiénes somos cuando nos quitamos la cabeza y nos vienen a saludar. Luego están las abuelas que en cuanto nos ven, nos traen a los nietos, porque ellas también han sido pequeñas”, recuerda. También le emocionan días como el año pasado, cuando fueron a La Florida a bailar frente a un público mayor, o cuando van de visita a residencias. “Hay muchos que te dicen que cuando eran jóvenes llevaron los gigantes o incluso nos hemos encontrado con el sastre que hizo la ropa para tal gigante”, precisa Perea.
Por lo general, los niños suelen tener cierto respeto, “aunque hay otros que nos empujan y hay que intentar llevarlo lo mejor posible”, puntualiza Llorón, quien, además, verifica esa leyenda urbana de que a los cabezudos les encanta azuzar a los txikis por las calles con bolas de poliéster (antaño eran con bochinchas de cerdo). “Sí, nos los pasamos muy bien corriendo y yendo detrás de ellos”, añade con una gran sonrisa.
Para Llorón lo más difícil suele ser el tener que correr con ese cabezón, “porque no tienes mucha visibilidad y también se te va un poco a los lados de vez en cuando y luego, cuando llevamos las históricas, sí que es bastante incómodo porque la visibilidad es prácticamente nula, tenemos que ir con una sota de la mano, y la verdad es que cuando estás quieto te pesa bastante y da calor”. Por ejemplo, con Escachapobres, uno de los cabezudos más veteranos, “tiene una chistera, que es como yo de alto, pero el resto de históricos tienen también una cabeza bastante grande con la que cuesta calcular la distancia y si hay mucho viento, al final te va echando para atrás”. Pero que sean de fibra de vidrio es una ventaja “porque cuando eran de cartón piedra, prácticamente había que renovarles cada año y ahora se conservan bastante bien”.
En general, los más difíciles de mover suelen los gigantes, “porque todos andan entre 50 y 62 kilos, pero cada uno tiene un centro de gravedad diferente. Por ejemplo, el basto te inclina hacia delante -explica Perea señalando al rey de ese palo- y otros van como más ladeados. Cada uno tiene su truco, aunque los más pesados son los Regüeveros, que normalmente nadie los quiere”.
Pese a no poder salir este año, gigantes y cabezudos ya miran a 2021, año en el que les encantaría poder celebrar a lo grande el 30 aniversario de los reyes de la baraja (los cuatro reyes, los cuatro caballos y las sotas), destaca, unas regias figuras que se presentaron el 21 de abril de 1991 en el contexto de las fiestas de San Prudencio. A la pregunta de si tienen algo planeado, “todavía no, pero algo queremos hacer, no sé si algún baile o algún acto”.
Igualmente, les haría una enorme ilusión que el Ayuntamiento destinara una partida para poder adquirir dos cabezudos más. Como añade Díaz de Argote, “faltarían La vieja y La señorita, que a principios de los años 90 o principios de los 2000 desaparecieron”. Y mientras cruzan los dedos para que todos estos deseos se cumplan, ya tienen en mente que en 2021 la ciudad va a poder contemplar nuevas coreografías “para darle unos nuevos aires a la comparsa, con unos pasos más elaborados y con los gigantes interactuando mucho más entre ellos”, anuncia.
“Estamos preparando coreografías nuevas para dar un aire nuevo a la comparsa el año que viene”
Coordinador de la comparsa
“Hay muchos que se aprenden nuestro nombre y que hasta nos conocen cuando nos quitamos la cabeza”
Cabezudo Llorón