Cementerios civiles hay algunos en nuestro país, pero autodenominados ateos, aparte de los que se pusieron en macha en Suecia hace pocos años, es probable que sólo exista el Ibaola herriak, de Villabuena de Álava, iniciativa de Joseba Ibáñez, un agricultor con una clara afición por las piedras y su talla.
El lugar, una gran extensión de terreno flanqueada de menhires colocados recientemente y donde se han instalado varios monumentos megalíticos por parte del propietario, muchos de ellos con tallas o con relieves, adquirió notoriedad a mediados de septiembre de 2016, cuando el colectivo Ekiloreak organizó un acto de memoria histórica para homenajear a los fusilados por el franquismo, cuando se cumplían 80 años del golpe militar.
En el acto, que comenzó con una kalejira desde la plaza de Villabuena, tomaron parte txalapartaris del pueblo de Elvillar, txistularis de Oion y dantzaris de Eskuernagako kaxkabar dantza taldea de Villabuena. Además, participó el rapsoda Javier Alonso Alvarado, vitoriano vinculado a la comarca, que leyó poemas de León Felipe y de Wislawa Szymborska. Por su parte, el vocalista del grupo logroñés Perro Lobo, David Merino, interpretará a capella el rap La Rioja 1936.
También hubo testimonios de familiares de personas represaliadas en el contexto de la guerra civil por parte de descendientes de vecinos de pueblos de Rioja Alavesa y de La Rioja, entre los que se dirigió al público Jesús Vicente Aguirre, autor de Aquí nunca pasó nada, obra indispensable en lo relativo al relato de la represión en la comunidad vecina.
Finalmente se descubrió un monolito con una placa en honor a todas las personas represaliadas en la Guerra Civil en la comarca, con una cita de José Saramago: “Hay que recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza por el silencio y se termina en la indiferencia”.
Más de 40 vecinos de la Rioja Alavesa fueron asesinados tras el golpe del 18 de julio del 36 a manos de escuadrones de la muerte fascistas, sobre todo en Labastida, Elciego y Laguardia. La citada comarca fue además la primera en el ranking de expedientes de responsabilidades políticas incoados por el régimen de Franco.
Por ello, y habida cuenta del 80 aniversario del golpe, Ekiloreak organizó este homenaje, el primero que con carácter comarcal se celebra en la Rioja Alavesa desde que concluyera el franquismo hace 40 años.
Pero el espacio donde se celebro aquel evento ya tenía unos años. Y es que su propietario había visto que aquel terreno no daba para tener una viña, ya que a apenas 20/30 centímetros de profundidad hay roca, una inmensa lastra que hace inviable cualquier proyecto agrícola que necesitase raíces profundas. Con esa perspectiva, Joseba Ibáñez pensó que aquel era un buen sitio donde dar rienda suelta a una afición, jugar con las rocas, y un sueño: construir un dolmen.
Cuenta que “todo esto es consecuencia del tiempo libre que tengo para disfrutarlo, Esto te aporta algo más que beneficio económico, como es el hecho de venir, relajarte y perder el tiempo en cosas que no dan dinero, pero te relajan y sales de la monotonía de dar vueltas a la cepa como un desgraciado. Aquí le das vueltas a la piedra”.
El hecho de volcar su tiempo libre en esta afición no parte de un de un proyecto inicial, como reconoce. “Esto es la suma de una serie de circunstancias. Primero de que aquí no podía poner viña y también de que soy muy aficionado a las piedras, me gusta la estética de los monumentos megalíticos”. Hace gala de ser ateo y el hecho de tener un sitio donde reposar definitivamente “me llevó a la idea de hacerme un dolmecito, algo que quería desde chico. Para hacerlo estuve ‘cuscuseando’ las piedras del entorno y una vez que hice el dolmen me dije que había visto unas piedras que me gustaban y pensé en hacer un crómlech, y luego un menhir y al final vas por ahí, vas viendo piedras y, en la medida que puedes, le encargas al de la excavadora que coja la piedra y la ponemos? pero todo de forma muy relajada, porque un año lo mismo pongo dos o tres piedras, otro año una?no es un objetivo llenar este lugar de piedras sino que lo voy haciendo según voy tropezando con las piedras y con la idea de hacer algo”.
Su idea no era ir más allá. Al principio no se le pasó por la cabeza la deriva hacia un cementerio ateo. Pero fue la gente que pasaban por allí y veían “el dolmecico comentaban que les gustaría, el día que murieran, que en vez de aventar las cenizas y estar en un sitio indefinido, echasen las cenizas aquí, al lado de mi dolmen”. Al final, los amigos y los conocidos le preguntaban si eso mismo lo podían hacer ellos y si podrían traer sus cenizas. “Así que piensas que esto puede llegar a convertirse en un vertedero de recuerdos, porque ahora estoy yo aquí y mañana ya no y la gente vendrá a echar aquí las cenizas. Así que decidí estructurar esto de otra manera. Ya que sigo poniendo piedras, lo voy a hacer de una forma más ordenada. Las pongo de metro o metro y medio y el que quiera la puede elegir, con una pequeña contribución, en principio son 500 euros por la piedra, la placa? y es una forma de contribuir al gasto que supone traer tanta piedra. Y el mantenimiento, porque en realidad si esto estuviera plantado de viña me daría menos trabajo, porque entre que tengo que regar los arbolitos, que si los plantas, que si cuidas la hierba, que si limpias?” Comenta que quienes buscan algo diferente esto se lo parece, por su estética distinta, De esta manera tienen la opción de tener su piedra personalizada donde depositar las cenizas y estar ahí de forma más ordenada, dentro del conjunto. Para Ibáñez, “esto encaja dentro de la idea que tengo de que cada uno tenga su piedra, un recuerdo de que alguien estuvo en este mundo. Y eso entra dentro de la idea o de la filosofía con la que se crearon estos monumentos megalíticos.”
Lo que no se imaginaba este agricultor es que un día que estaba disfrutando de sus piedras aparecieran por allí “unos chavales que no conocía y me comentaron la idea de que querían hacer en Rioja Alavesa un reconocimiento a las víctimas del franquismo, que era algo olvidado y que no se tenía en cuenta”. Los jóvenes habían estado mirando por los pueblos y los permisos de los ayuntamientos y le contaron que “saliendo un poco de esos rollos con la administración de permisos y puñetas, éste podría ser un sitio que estuviera bien para ello. Yo les dije que no me importaba y les pregunté por su idea. Ellos no tenían nada claro, tampoco un cantero que les hiciera algo, no tenían presupuesto. Solo tenían buena voluntad y nada más. Yo acababa de poner una piedra y se lo dije y les pregunté que si conocían a alguien que la trabajara. Más que nada para no ponerlo todo yo. El caso es que no tenían idea de qué hacer y aunque tenían buena voluntad de hacer cosas les faltaba el aspecto material y económico”.
La cuestión es que Joseba quería colaborar en ese proyecto, así que les dijo que iba a pensarlo y les plantearía lo que podía hacer hacer. Así, “se me ocurrió la idea de hacer una cavidad en la roca que simulara un poco la fosa donde están enterrados. Detrás de la fosa una pequeña ventana por donde entra la luz, simbolizando que el recuerdo y la luz sigue a nuestros muertos. Y dentro de lo que es el hueco puse un ‘lauburu’ simbolizando un poco culturalmente el referente de nuestro entorno”
Y lo hizo, aunque en realidad esa actividad no es la suya. Él es “agricultor, pequeño agricultor porque tengo pocas viñas y afortunadamente eso me permite dedicarme a estas cosas con tiempo”. Confiesa que “no he estudiado, ni tengo puñetera idea de tallar. Simplemente me puse y ya está. Con una rotaflex, el cincel y la maceta sé dibujar algo, vaciar el entorno y con paciencia voy construyendo algo en la medida de mis posibilidades. En mi caso, son escasas de habilidad en cuanto a la piedra porque no he estudiado, ni tampoco tengo mucha práctica”. En el fondo no dejaba de ser una afición sin más: “más que tallar me dedico a jugar con las piedras: a colocarlas, a ponerlas, a levantarlas, y luego a hacerlas una pequeña marca, un pequeño trabajo, que es básico, porque cualquiera lo puede hacer. Lo único que necesita es dedicarle tiempo”.
Pero la idea evolucionó hacia ese cementerio ateo y ahora ya hay varios nombres tallados o impresos en plaquitas que recuerdan a vecinos de la localidad y otros lugares. De hecho, a la entrada de ese enorme recinto hay una piedra con un código QR. “Antes puse unos folletitos explicando qué era esto, porque la gente que venía se lo preguntaba. Por eso hice un pequeño blog en el que lo explico y aparecen cuatro fotos, de manera que ahí como todo el mundo lleva en su teléfono el lector de QR es una manera de simplificar la información, los carteles o las indicaciones que se tienen en los sitios”.
Y hasta ahí llega, porque esta actividad forma parte de su tiempo libre, Por eso insiste en que no trabaja con proyectos. “El único que tuve, y que se hizo con una idea previa, fue el dolmen, pero lo demás me voy dejando llevar? Si me doy un paseo por ahí y veo una piedra, un día se lo comento al de la pala y me la acerca para ponerla. Pero sin más. Luego, viendo la piedra, me digo si la dejo tal cual, porque está muy bien, o tiene posibilidades para hacerle un hueco, un agujero o un nosequé? Y lo hago”.
Para quienes deseen visitar este lugar se deben dirigir a la plaza del Ayuntamiento y desde allí parte un camino, asfaltado al principio, de kilómetro y medio aproximadamente. Al llegar a las proximidades de la presa de origen romano, a la derecha, sobre la loma, se divisan los menhires que rodean la finca.