las fiestas están cambiando, y el txupinazo fue ayer un buen ejemplo de ello. Si el año pasado estuvo marcado por la ausencia de vidrio, y con ella de los habituales heridos por cortes, o por los controles a la entrada de la plaza. El ambiente en la bajada de Celedón de ayer evidenció sin duda los vientos de cambio que, impulsados en gran medida por las nuevas generaciones, las fiestas de La Blanca están sufriendo en poco tiempo. Hubo alguna excepción, como el baño de kalimotxo que sufrió Gorka Ortiz de Urbina, a quien según sus propias palabras le quedan “al menos tres años” encarnando al aldeano de Zalduondo -siempre ha dicho que no superará los años que estuvo Iñaki Landa-, pero si cuando hace 18 años empezó su andadura como Celedón le dicen que iba a poder hacer el pasillo entero desde la plaza hasta la balconada en poco más de dos minutos y medio (2:41) y sin que nadie le quitara la txapela, no se lo hubiera creído. También habría sido impensable hace unos años sustentar el llamamiento a las fiestas en un mensaje claro y contunden contra el machismo y las actitudes denigrantes hacia las mujeres, pero en pleno 2018 nadie entiende ya una semana festiva como ésta de otra forma.
Así, con un calor sofocante en la plaza aliviado por el agua de los siempre eficientes Bomberos de Vitoria, los cuatro exultantes txupineros -Juan Luis Soriguren, Andrea Corres, Tita Izquierdo y Daniel Uriondo, representantes de los centros de mayores de la ciudad- prendieron la mecha festiva a las 18.00 horas con la ilusión de alguien que lleva toda la vida soñando con hacerlo. La multitud en la plaza, que en una amplia mayoría no necesitó secundar el llamamiento institucional a acudir con camiseta morada para dejar claro su apoyo a la reivindicación feminista, empezó a cantar, gritar y beber -sin vidrio- mientras el muñeco del aldeano de Zalduondo descendía bajo el cielo desde San Miguel.
Al llegar a la abarrotada -aunque no en los niveles que se esperaba al caer en sábado- Plaza de la Virgen Blanca, Celedón transmutó en su versión de carne y hueso con Gorka Ortiz de Urbina en la piel del personaje alavés. Un percance con el paraguas, también de color morado para la ocasión, que se rompió nada más abrirlo, no fue sino una simple anécdota, pues este año el recorrido fue plácido como nunca -el segundo más rápido de la etapa de Ortiz de Urbina- y la gente respetó como pocas veces el camino de Celedón y su guardia pretoriana, salvo un baño con kalimotxo que dejó morada, precisamente, la camisa blanca del protagonista.
Acalorado más que cansado, ascendió por la escalinata y, previo trago de agua, saludó a las autoridades presentes antes de coger el micrófono y tomar la palabra. Primero, para lanzar las tradicionales loas a Vitoria y la Virgen Blanca; después, para tener un recuerdo especial a las neskas y los que no las respetan - “entzun! ez da ez”, espetó- y por último, para tener un recuerdo “por todos los que no pueden estar hoy con nosotros celebrando el 4 de agosto”.
Un mensaje abierto que él mismo explicó, visiblemente emocionado, posteriormente. “Ha sido algo muy personal mío. Es algo que me pilla de cerca, cuando quieres a alguien pero no puede estar aquí contigo duele”, lamentó Gorka Ortiz de Urbina antes de destacar el buen rollo en la plaza de esta edición del pistoletazo de salida festivo: “Este año he disfrutado mucho. Ha sido el primero que he llegado con la txapela intacta. Alguno me ha echado kalimotxo, igual porque pensaba que tenía calor, pero chapéu a quienes estaban en la plaza porque ha sido un pasillo que no me esperaba en absoluto. Pensaba que siendo sábado iba a ser duro pero veo que el respeto hacia mí ha calado. Y hacia las mujeres también. Hay que denunciar si vemos actitudes y agresiones machistas y ser parte activa, disfrutando de las fiestas desde el respeto y el cariño”. Palabra de Celedón.