Lantziego - Al pie de la carretera, el trujal de Lantziego permanece con las puertas abiertas aguardando la llegada de los tractores con las olivas que van recogiendo desde hace unos diez días los propietarios de olivos de la zona. Alrededor del lugar un fuerte olor, muy identificativo, es el primer elemento que señala que allí se están molturando las aceitunas, extrayendo el mejor aceite que irá a las casas de sus propietarios para disfrutar del mejor sabor.

Éste es el único trujal municipal al servicio de quienes tienen olivos en Lantziego. Aquí no acuden las empresas comercializadoras o las cooperativas, que habitualmente utilizan los servicios de los trujales de Oion o de Moreda de Álava. El de Lantziego sólo da servicio al autoconsumo, aunque con las mismas garantías de sanidad que cualquier otra instalación. Se dice que el trujal de Lantziego es uno de los más antiguos del norte del país que esté en funcionamiento, porque haber hay más, pero son museos. El de Yécora también es muy antiguo, pero en la actualidad está expuesto como museo.

No se sabe desde qué año está en ese lugar, pero lo que sí está documentado es que el trujal lleva cien años en manos del Ayuntamiento, porque lo cedió un particular en 1913 a condición de que siguiera estando en manos municipales y que estuviera al servicio de la molienda del pueblo, según lo cuenta el alcalde, Gorka Mauleón.

A él llevan sus aceitunas los olivareros, pero también hubo tiempos en los que ha funcionado no sólo como trujal de aceite. Al fin y al cabo es un molino, así que ha molido grano y varios cereales junto al aceite. Sin embargo, en la actualidad da ese servicio municipal de molturar para todas aquellas personas que quieren aceite en Lantziego. Aquí vienen con la aceituna y se les devuelve aceite, según el responsable municipal.

Con esta instalación se da un servicio al público, aunque, como es natural, los usuarios tienen que pagar el servicio, pero es casi una cantidad testimonial. Mauleón explica que al final de la campaña se calculan los costes del trabajo realizado, es decir, el personal que hay trabajando y la luz que se haya consumido, y posteriormente se repercute en los kilos que ha entregado cada uno. Así que una vez acabado el trabajo se calcula el rendimiento que ha tenido la oliva, se valoran los gastos y se le dice a la gente cuanto le va a costar por kilogramo, que suele ser una cantidad muy reducida. Esto es un servicio como otro cualquiera. Con esto el Ayuntamiento no gana ningún dinero, insiste el alcalde.

Cada año entran al trujal entre 80.000 y 100.000 kilos de olivas, lo que da idea de la importancia que tiene este producto de autoconsumo en este pueblo. Las traen los vecinos cercanos, pero también llegan de otras localidades porque les gusta el sabor del aceite de esta molturadora. Antes llegaban más olivas, lo que ocurre es que, al crearse marcas como Arrolan en Lantziego, necesitan un equipamiento más moderno para elaborar su aceite y se lleva a Oion, donde se controla aceite con label y ecológico. Esto ha restado algo de kilos al trujal municipal.

Arrolan es una marca que incluye a catorce agricultores de Lantziego. Unos tienen bodega y otros se dedican a diferentes actividades, pero comparten ese nombre que ha logrado convertirse en una de las marcas más importantes de Rioja Alavesa. En Lantziego, a pesar de ser una instalación muy artesanal, el procedimiento resulta cómodo y eficaz. Los tractores pueden llegar hasta una pequeña caseta donde se encuentra la tolva en la que vierten las olivas, que previamente han sido pesadas en la cooperativa, a escasos metros de distancia. De allí los frutos van pasando al molino donde unas muelas cónicas o rulos los machacan dejando una pasta que cae a un pequeño depósito, para ser después batida y calentada por una piedra circular para facilitar su prensado.

Esa pasta se extiende a continuación sobre unas piezas circulares y planas de esparto, con un orificio en el centro, que se van insertando en un eje. Apilándolas para poder recoger, en primer lugar la flor del aceite, el primer fruto sólo con la presión del apilamiento. Una vez conformada la torre de capachos estará lista la unidad de prensada, cuyo plato-soporte se desliza sobre raíles para conducirlos a la prensa, la cual ejerce una única presión por espacio de noventa minutos, extrayendo el oloroso aceite de oliva virgen, aunque con residuos. Ese aceite se recoge en un primer depósito y se va traspasando a otros donde, por decantación natural, se va clarificando y eliminando las impurezas. Acabada esta operación, se almacena el aceite en depósitos para su posterior embotellado y reparto a cada vecino, de acuerdo con los kilos de aceitunas que entregó inicialmente y de acuerdo con el pesaje realizado en la báscula. Aunque este año los olivos están dando unos rendimientos muy irregulares, según se hayan regado o no, los cálculos de las personas que están trabajando en el trujal afirman que el rendimiento puede estar en torno al 25%. Es decir, que de cada cuatro kilogramos de olivas está saliendo un litro de aceite, aproximadamente. Sin embargo, hasta el final del proceso, ya en enero, no se tendrán las cifras definitivas.

Queda, como residuo, la pasta, que se va amontonando en la trasera del trujal. Allí la recoge una empresa que posteriormente, en Valladolid, lo transforma en aceite de orujo tras nuevos prensados, o en otros productos diferentes, según cuentan los trabajadores de la instalación, que desconocen el destino final de la pasta.

Tras el trujal, la bodega Otra de las sorpresas que alberga este trujal es que bajo él se encuentra una preciosa bodega que desde el Ayuntamiento se quiere promocionar para que los visitantes la puedan recorrer. Cuenta Gorka Mauleón que “aparte de cedernos el trujal, la persona que hizo esa donación también nos dio la bodega que está debajo. Era don Eustaquio Álvarez de Eulate, el fraile que le dio el nombre al parque de La Huerta del Fraile, un terreno que también nos cedió para uso de todos los vecinos”.

La bodega se arregló hace unos cinco años con un programa del Gobierno Vasco de campos de trabajo. A través de esa iniciativa acudieron a Lantziego un grupo de jóvenes y durante un mes estuvieron limpiando a fondo tanto el trujal como la bodega. En ella, además, dejaron un suelo de piedras, ya que tiene tanta humedad que se filtra por el techo y de esa manera pasa bajo las piedras y no se forman charcos.

La bodega allí ubicada tiene varias galerías que se sustentan por impresionantes arcos de grandes piedras, que algunos comentan que pueden proceder de una antigua ermita ya que el trabajo de los canteros ha dejado marcas muy similares a los de los sillares de otros edificios religiosos. Llama también la atención que los dos extremos tienen una sorpresa. En uno de ellos se aprecia el lago de una bodega que pertenece a otro vecino, y en el otro hay una importante acumulación de agua cristalina que se filtra por la roca, aunque no se ha logrado averiguar su procedencia por el momento. Desde luego, de lluvia no es, porque el agua se ha mantenido durante este año de fuerte sequía. La idea que se baraja para esta bodega, además de las visitas, es el poder celebrar catas y actividades culturales en un futuro no muy lejano.