Carlos Mtz Orduna
vitoria - Maitena Monroy (Bilbao, 1972) se unió a la Asamblea de Mujeres de Bizkaia cuando tenía 13 años, hastiada de unos comportamientos machistas que todavía hoy predominan en el día a día, pese a los avances logrados. El reciente asesinato de Ana Belén en Lantarón ha reflejado solamente la versión más extrema de esa desigualdad. Porque según recuerda la especialista, sigue habiendo “múltiples formas de expresión de violencia contra las mujeres que no se están detectando y sobre las que no se está actuando”. Monroy, que trabaja como fisioterapeuta en la red de Osakidetza, suma casi 30 años formando a mujeres en autodefensa, con escala en ciudades de medio mundo como Gasteiz, donde los lleva impartiendo desde hace algo más de una década.
En lo que va de 2017, cerca de 50 mujeres han sido asesinadas en el Estado por sus parejas o exparejas, casi tantas como en todo 2016. Lamentablemente, el reciente crimen machista de Ana Belén en Lantarón no es un caso aislado.
-Efectivamente. El problema es que si no conseguimos abordar esto correctamente, y con correctamente me refiero a través de la igualdad, seguirán dándose casos de violencia contra las mujeres. Los más salvajes son los que estamos viendo. Pero antes de que se produzcan hay múltiples formas de expresión de violencia contra las mujeres que no se están detectando y sobre las que no se está actuando. Tenemos que empezar desde abajo, primero para llegar a nuestro objetivo final, que es erradicar la violencia contra la mujer, pero también para que no se den los casos más extremos, como son los asesinatos.
Habla de trabajar desde la igualdad y desde abajo. Entiendo que debería empezarse siempre desde la escuela, con los más ‘txikis’.
-Desde todos los lados, porque somos seres sociales a los que influye todo lo que hay a nuestro alrededor. La escuela tiene una función determinada, pero lo que no puede ser es que se esté trabajando desde ahí por la igualdad y luego en los medios, en las redes sociales o en las tradiciones culturales se sigan manteniendo los estereotipos sexistas. Es algo que tiene que trabajar el conjunto de la sociedad, no se puede dejar sólo en manos de las instituciones, de la escuela o de las mujeres. Erradicar la violencia le compete al conjunto de la humanidad.
El hecho de que las expresiones machistas sean ahora, digamos, más sutiles o menos evidentes que antes parece un problema añadido.
-Es cierto. Nos hemos creído el espejismo de la igualdad en su momento y luego no hemos seguido trabajando para escenificar qué representaba la desigualdad. Es como cuando le planteas a la gente en la calle si está a favor de la igualdad de derechos. La mayoría te dirá que sí, pero cuando hay que desarrollarla en la práctica es cuando tenemos más dificultades. El problema es que no podemos hablar de conceptos abstractos, vacíos de contenido. Tenemos que pensar desde que nos levantamos y hasta que nos acostamos cuántas cosas hacemos a favor de la igualdad. No basta con decir yo no soy machista. Eso tiene que tener un desarrollo en el ámbito personal, social, institucional... en todos los ámbitos. Y ése es el problema. Desde las asociaciones feministas llevamos décadas denunciando la violencia contra las mujeres, diciendo dónde había que incidir, pero luego muchas veces se olvida que eso debe tener un desarrollo. Decir que estamos a favor de la igualdad es un paso importante, y hay un nivel de sensibilización que no tiene nada que ver con el que había hace 50 o 60 años, pero nos falta poner en práctica todo ese deseo de igualdad que muchas mujeres y hombres tenemos.
Da la sensación de que si no fuese por el trabajo del movimiento feminista seguiríamos anclados en el franquismo.
-Ya... El feminismo supone una revolución a nivel no sólo social sino personal, donde tú te tienes que cuestionar cómo quieres estar en el mundo. Y hay enormes resistencias en el avance hacia la igualdad, porque si no las hubiera ya la habríamos alcanzado. Si todo el mundo estuviese remando a la vez y por lo mismo, ya la habríamos logrado. Por eso, al feminismo nos toca seguir ahí para que la agenda política se cumpla, porque hay intereses para que no se haga.
¿Cuáles son esas resistencias o esos intereses?
-La violencia en sí misma es una expresión de la resistencia a la igualdad. En lo concreto, si salimos a la calle y preguntásemos a la gente si es machista, te dirá que no. Sin embargo, mucha gente diría no, pero... En ese pero se esconden muchas de las resistencias machistas que seguimos desarrollando hombres y mujeres en el mundo, y que luego nos llevan a tener prácticas sexistas. El problema no es solamente cambiar lo que hacemos, sino también cómo pensamos. Si en lugar de seguir pensando que hay cosas o colores para chicas y para chicos dejásemos a los niños y las niñas desarrollarse libremente, sin encorsetarlos en los estereotipos de género, probablemente tendríamos una sociedad más justa, más igualitaria y seguramente mucho más desarrollada en lo humano y en lo social.
¿El Pacto Nacional contra la Violencia Machista recientemente aprobado en el Congreso se queda corto? Por de pronto, ha nacido sin la unanimidad de los grupos.
-Ha nacido con bastante acuerdo, pero las críticas de los grupos que se han abstenido -porque nadie ha votado en contra- van por ahí, por que se ha quedado corto. No hay presupuesto para su desarrollo. Para que las leyes tengan desarrollo, tiene que haber recursos humanos y económicos. Es como la propia Ley Integral de Violencia de Género: Los juzgados abrieron sin que la gente tuviese formación ni en género ni en feminismo. El problema es que la igualdad no se considera un asunto de política mayor, cuando es uno de los elementos clave para una sociedad justa y democrática. Por eso, debe generarse un Pacto de Estado por la Igualdad, como ya ha ocurrido con otras cuestiones que sí se consideran de política mayor. Un pacto en contra de la violencia que sufrimos las mujeres por el hecho de ser mujeres. Como decíamos, hay una historia de desigualdad y de violencia hacia la mujer de la que mucha gente no se ha olvidado. Cambiarlo necesita de un trabajo profundo y transformador.
Una encuesta reciente determinó que un tercio de los jóvenes considera las conductas de control hacia la pareja como algo “aceptable” o “inevitable”. Este hecho es extremadamente preocupante.
-Sí... Lo extremadamente preocupante es que en algún lugar lo habrán aprendido. Ese modelo de amor romántico sigue estando muy vigente. En las sociedades igualitaristas, donde al menos al nivel legal hemos conseguido la igualdad, lo que se ha puesto sobre la mesa como resistencia patriarcal es... Vale, ya no sois desiguales por naturaleza, podéis trabajar y estudiar. Pero tenéis que subordinaros por amor. Y las mujeres nos hemos creído que el amor pasa por el sacrificio, por la anulación propia o por la entrega absoluta. Y los hombres, que tienen el derecho a controlar a sus compañeras y a corregirlas. Por eso insisto en que el tema requiere un trabajo muy intenso en muchos ámbitos.
¿En qué más aspectos podemos remar para erradicar esta lacra?
-Es muy importante romper con el sentimiento de impunidad. Los avances que estamos teniendo en cuanto a sensibilización son muy importantes, pero para que no se queden en un espejismo hay que pasar a la conciencia y de ahí a la acción. Por pequeño que sea, cada pequeño comportamiento sexista supone un muelle en el que impulsar a los machistas más violentos. Es muy importante en lo personal que nos revisemos, y que en lo social los agresores de todo tipo, no sólo los más salvajes, se encuentren con un rechazo. Que aprendan que sus actos van a tener consecuencias. Pero vuelvo a decir que para que no haya agresores el trabajo más importante pasa por construir relaciones igualitarias con todas las personas de nuestro entorno.
De vuelta al ámbito judicial, hablaba antes de la falta de formación en los juzgados especializados en violencia de género. A nivel local, además, han sido muchas las voces que han denunciado que se encuentran totalmente desbordados.
-Sin ir más lejos, una de las titulares de los juzgados de violencia de género de Vitoria ha hecho una gran demostración de su falta de responsabilidad y de preparación para estar ahí, y sin embargo no ha sido reprobada. La ley en su momento era necesaria, pero luego no ha tenido un buen desarrollo. Y a pesar de ello, sigue sin hacerse una revisión adecuada de lo que está fallando. Lo que no puede pasar es que una de cada tres mujeres asesinadas haya denunciado. Eso no puede pasar en una sociedad que dice que trabaja por erradicar la violencia y proteger los derechos de las mujeres. Eso quiere decir que las instituciones están fallando en los casos más graves, no sólo en el ámbito de la sensibilización. Hay resoluciones internacionales que dicen que el Gobierno español no está haciendo las cosas bien. Hay una gran carencia a nivel institucional de formación y un mal desarrollo de la ley porque no hay una dotación económica adecuada. Su única medida es pedir a las mujeres que denuncien, pero luego no dice qué medidas va a poner en marcha para empoderarlas, que es lo que hay que hacer.
¿Por dónde ‘empezamos’?
-Tenemos que trabajar de manera transversal y multidisciplinar si queremos acabar con la violencia, porque es una violencia que excede al sujeto. El responsable no es sólo el agresor machista, sino el conjunto de la sociedad, que ha generado un andamiaje cultural que le facilita creerse que puede decidir sobre los derechos, el cuerpo y la vida de una mujer. En este sentido, las medidas no sólo pueden ser punitivas. Hay dos frases que siempre utilizo mucho: Una es que la vergüenza tiene que cambiar de bando, porque ya basta de que las mujeres se sientan avergonzadas por ser víctimas de violencia. Y la otra, que tenemos que hacer de la causa de las mujeres la causa del conjunto de la humanidad.