Los carnavales alaveses arrancan el fin de semana anterior al Jueves de Lardero en la zona rural. Jornada festiva que despierta de su letargo a municipios y localidades como Kuartango, Egino, Ilarduia, Andoin, Zalduondo, Kanpezu y Salcedo. Los pueblos se adelantan de esta manera a una fiesta que nada tiene que ver con la de la capital del territorio y en la que la esencia de los ancestros sale a la luz procurando mantener su carácter simbólico y transgresor a pesar del paso del tiempo. Personajes como Markitos, el hombre de paja, Porretero o Toribio, culpables todos ellos de los males acaecidos durante el año, volverán un año más a ser los protagonistas.

A lo largo de este mes de febrero y durante el primer fin de semana de marzo, en diferentes lugares de Álava tendrán lugar unos festejos que dan inicio en Kuartango y que recuperan una de las tradiciones más pintoresca y con más calado en la vida de los pueblos. Así, el llamado hombre de paja desfilará un año más por las calles de Ilarduia, Egino y Andoin el próximo 18 de febrero a partir de las 16.00 horas, mientras que Markitos será objeto de mofa el domingo 26 a partir de las 13.00 horas hasta su quema en torno a las 19.00 horas. Kanpezu hará culpable de todos sus males a Toribio el martes 28 de febrero a las 19.00 horas, mientras que Porretero, de Salcedo, será el último en cargar con las culpas en el Carnaval rural alavés el 4 de marzo a las 19.30 horas.

El Carnaval es un festejo de origen pagano que viene marcado por el equinoccio de marzo. Simboliza la llegada de la primavera y con ella el renacer de la naturaleza y el comienzo de la siembra y las cosechas. El cristianismo absorbió esta fiesta ancestral y la convirtió en un rito de purificación en el que se representan el bien y el mal. En muchas zonas rurales se conserva la celebración tradicional de este tipo de fiestas por medio de una representación de los mitos primitivos.

Antaño, mucho antes de la Guerra Civil, la mayoría de los pueblos alaveses gozaba de un festejo que ponía colorido y música a sus austeras vidas. No se trataba de un espectáculo para ser contemplado, sino vivido. Una fiesta en el más estricto sentido de la palabra, un acontecimiento que todos vivían con gran ilusión, sobre todo los jóvenes, convertidos en los actores principales.

A través de sus máscaras, danzas y músicas, los habitantes de la zona rural tienden puentes entre el pasado y el presente con el único objetivo de ver la alegría reflejada en los ojos y conservar la magia del misterio. Así, desde hoy en el valle de Kuartango y hasta el próximo día 4 de marzo en Salcedo, cinco localidades revivirán sus antiguas tradiciones carnavalescas donde sus personajes, que acaban en la hoguera, representan el año que ha pasado y cargan con las culpas de todos los males acaecidos en estos pueblos durante los últimos doce meses.

Tal es la raigambre de la fiesta en las citadas localidades que éstas se afanan durante todo el año por mantener viva la tradición adaptándose a las circunstancias históricas para sobrevivir, y deslumbran con el esplendor de su renacer. Atrás han quedado los años en los que los jóvenes no compraban nada (excepto, en algún caso, las caretas); todos los materiales los conseguían de los desvanes, cuadras y cabañas de sus propias casas. Utilizaban vestidos viejos, sacos, pieles, sobrecamas o capotes de los pastores. Los más valientes desafiaban el frío saliendo desnudos de cintura para arriba, pintados de negro. No era extraño usar elementos vegetales para ocultar la identidad: hojas y pelo de maíz o hiedras. En la cabeza portaban gorros de paja o de lana y pasamontañas. El rostro lo encubrían con máscaras, mantillas, medias, huesos, nabos y cintas. También con pintura negra o roja. Era fundamental que nadie les reconociese. En las manos llevaban diversos elementos: vejigas de cerdo hinchadas o putxikas, palos largos, horquijas, sardas, trallas de gatos o yeguas, escobas, mimbres, hisopos de crin de yegua, porras de pastor o varas de avellano. Con ellos perseguían a los niños de la localidad, quienes podían refugiarse en el pórtico de la iglesia, lugar inviolable por los disfrazados.

Para recoger la comida llevaban cestos con paja para los huevos, cazuelas, cestas y alforjas. El sonido de los cencerros, el fuego, la ceniza y el colorido trasladan en los carnavales rurales a momentos del pasado que, con gran esfuerzo e ilusión por parte de los vecinos, han podido ser recuperados. La fiesta gira en torno a un personaje principal como Markitos (Zalduondo), el hombre de paja (Ilarduia-Egino-Andoin), Porretero (Salcedo) o Toribio (Santa Cruz de Campezo). Todos ellos actúan como chivos expiatorios. Y acaban ejecutados. A su alrededor, otros personajes tomarán las calles como la vieja, el oso, las autoridades locales, los ceniceros, los gordos, las puntillas, las cubiertas, los hojalateros o el porrero, entre otros. Sus disfraces replican fielmente los diseños tradicionales.

Tiempo de Transgresión El Carnaval fue siempre el tiempo de la transgresión. Se manifestaba, por ejemplo, en el robo. Los jóvenes, además de lo que les daban las mujeres de la localidad, se apoderaban de todo lo que encontraban a su paso: gallinas, conejos, huevos o cazuelas con comida, entre otras cosas. Compartir estas aventuras en las tertulias se convirtió en un momento de gran deleite para ellos. Al paso de la comitiva carnavalesca, los disfrazados podían arrojar o manchar con diversos elementos: ceniza, harina, agua? Incluso la basura fue muy utilizada en estas situaciones. En estos días, los carnavales se viven a la vieja usanza y se parecen bien poco a los de la capital. Por ejemplo, en Kuartango destacan los porreros, los sacos, la ceniza para purificar la tierra y los golpes de makila para despertarla porque se va acercando la primavera. Abrirán el programa de otras fiestas similares donde no faltará Markitos de Zalduondo, quien revivirá su ajusticiamiento y muerte después de viajar hacia su final sobre un pollino, acompañado por el cenicero que lanza ceniza, la vieja que lleva sobre su chepa al viejo o las ovejas que aportan al desfile fantasía y colorido.

En las pequeñas localidades de Asparrena, Egino, Ilarduia y Andoin ultiman ya los preparativos de la fiesta recuperada por los propios vecinos en 2007 tras su prohibición durante la Guerra Civil. En esas pequeñas localidades de Asparrena participan alrededor de cincuenta personajes entre los que destacan los ceniceros, los gordos, las puntillas, las cubiertas, los hojalateros, el porrero o las viejas.

Tras una buena comida popular, todos los personajes y asistentes a la celebración iniciarán el recorrido en Ilarduia en torno a las 16.00 horas, momento en el que visitarán varias casas recogiendo diversos alimentos y materiales. Posteriormente, la colorida y alegre comitiva se trasladará hasta la cercana localidad de Egino, donde se incorporan nuevos personajes. Alrededor de las 17.30 horas se completará una ronda por Egino y se recibirá al carro de Gurrumendi tirado por los dos bueyes. Para combatir el frío y reponer fuerzas se repartirán chocolate y torrijas. El hombre de paja llegará a Andoin sobre un carro a las 20.00 horas y allí será sentenciado a muerte por ser culpable de todas las desgracias del pueblo, siendo arrojado a la hoguera.

La localidad de Kanpezu se acercará a las tradiciones carnavalescas de antaño y Salcedo, el día 4 de marzo, completará el recorrido de los carnavales rurales en la provincia, una fiesta en la que reinarán la alegría y la confusión. El Carnaval también ha cambiado con el transcurso de los años, pero su nexo de unión sigue vivo en la actualidad: pasarlo bien y desinhibirse durante unos días.