Vitoria - Un aciago día de una primavera de hace treinta años, el 26 de abril de 1986, explotó el reactor número 4 de la planta nuclear de la localidad ucraniana de Chernóbil. Y aunque ya hayan pasado tres décadas de esta tragedia humana y ecológica que impactó al mundo, sus efectos aún se siguen sintiendo.
En especial, entre los niños que todavía habitan en las poblaciones afectadas por aquella nube radiactiva, que dejó a su paso una importantísima secuela de muertes y enfermedades entre la población de la zona. No en vano, la cantidad de material radiactivo allí liberada fue 500 veces mayor que la de la bomba atómica arrojada en Hiroshima en 1945.
“Todos los niños que traemos a Vitoria de las zonas afectadas vienen con la boca destrozada. Aquí les hacen revisiones en el dentista gratuitas y otros tratamientos médicos si los necesitan”, asegura Pilar Gamboa, una de las siete personas que forma parte de la Asociación Sagrada Familia de Vitoria, que nacía diez años después de este devastador accidente y que participa de forma voluntaria acogiendo en la capital alavesa a niños de Bielorrusia afectados por la catástrofe de Chernóbil. “La campaña de inscripción de este año acaba de empezar y las familias interesadas pueden apuntarse hasta enero”, explica esta mujer, que lleva dos décadas ocupándose de dar un pequeño respiro de esa tierra contaminada a los niños que llegan a Vitoria a disfrutar de sus vacaciones.
Lo hacen desde el verano de 1996, por lo que este año se cumplen veinte de aquella primera experiencia, que, desde entonces, ha conseguido traer hasta este territorio a 52 niños entre 7 y 17 años. Su programa, en concreto, se encarga de buscar familias alavesas para que les abran las puertas de su hogar durante uno o dos meses. Una experiencia gratificante que lleva a muchos a repetir. “La mayoría de las personas que acogen a niños de Chernóbil repite experiencia”, cuenta Gamboa, vocal de esta agrupación nacida de la parroquia de la Sagrada Familia.
Respecto a las familias que participan por primera vez, como dice Gamboa, no tienen por qué agobiarse, porque los niños participan en un programa cultural y de ocio adaptado a su edad y circunstancias. “Corazonistas nos cede unas aulas, donde hacen trabajos manuales o aprenden castellano de lunes a viernes, de 10.30 a 13.30 horas, y además también van a las piscinas”, aclara. A esto se añade que un día a la semana los niños van de excursión por distintos puntos del territorio. Por ejemplo, acuden a practicar la tirolina -“que les encanta”, aseguran- al parque de aventura de Sobrón. Es por ello que Gamboa anima a todos los alaveses que se quieran apuntar a esta experiencia este año a hacerlo antes de que finalice el plazo.
“De momento ya tenemos 40 niños, pero lo ideal sería poder traer al mayor número posible de ellos, entre 60 y 65 niños”, confía Gamboa. Pero para eso se necesita el mayor número de familias, que de media suele estar entre diez o doce, por lo que siempre se intenta que sean todas las que puedan. No en vano, desde la crisis no todos los menores de Chernóbil han tenido la oportunidad de pasar unas vacaciones en estos lares. “La cosa ha bajado” desde ese momento, afirma, porque difícilmente las personas a las que les cuesta llegar a fin de mes pueden permitirse incorporar a un miembro más a la familia, aunque sea durante unas semanas.
Y eso a pesar de que se trata de una experiencia muy breve en el calendario. Treinta días, que normalmente suelen arrancar a partir del 20 de junio, hasta poco después del día de Santiago (25 de julio). Pero son unos días que a los chavales les sirve de mucho. La prueba está en que los científicos temen que la radiactividad siga afectando a las poblaciones locales durante generaciones. “Son niños con muchos problemas, que están viviendo las secuelas de la explosión nuclear”, declara la voluntaria de esta agrupación. De ahí que sea importante que vengan a Vitoria, donde disfrutan de otro ambiente, limpio de radiación.
déficits nutricionales Hay que tener en cuenta que muchos de esos niños proceden de familias desestructuradas que arrastran secuelas psicológicas fruto de vivir en la amenaza permanente de la radiación, lo que ha provocado que muchas de las personas que viven en zonas contaminadas hayan adoptado una actitud apática y fatalista. Situaciones que han degenerado en problemas, como, por ejemplo, alcoholismo, depresiones, ansiedad o incluso suicidios. “La mayoría no tiene ni agua ni calefacción en sus casas”, asegura Gamboa en referencia a todos los casos que ha conocido en sus veinte años en tan noble causa.
Por otra parte, muchos de los menores también arrastran grandes déficits nutricionales, por lo que disfrutar de unos días en Álava también les sirve para disfrutar de una alimentación más sana. “Allí solamente hay manzanas, y sólo unos pocos pueden permitirse comprar otras frutas. Además, el pescado que comen siempre es congelado”, precisa Gamboa. Quienes quieran participar en la campaña de este año, pueden ponerse en contacto hasta enero a través de los teléfonos 626 708 674. y el de la parroquia de la Sagrada Familia 945 137 072. “Solamente se necesita tener mucha paciencia y dar mucho cariño”, recuerda Gamboa.