artziniega - El Museo Etnográfico de Artziniega cobró vida de nuevo al mediodía de ayer para celebrar una txarriboda. Una fiesta que pretende recordar aquellos encuentros familiares y vecinales que tenían lugar con motivo de la matanza del cerdo, y que ya pocos lugares mantienen. Y es que, tal y como recuerda el miembro de la asociación etnográfica Artea -gestora del centro expositivo-, Mateo Lafragua, “se trata de una tradición que se ha perdido, ya que hoy día está prohibido sacrificar al txarri en el caserío. Pero hasta hace pocas décadas era una técnica de supervivencia con la que nuestros ancestros se garantizaban la proteína para el invierno”.
De hecho, la matanza, chamuscado y despiece del cerdo era una importante actividad que antaño tenía lugar en gran parte de los caseríos y casas de los pueblos del País Vasco y que suponía una importante parte de la alimentación humana, pues tal y como dice el refrán, “del cerdo se aprovecha todo, hasta los andares; aunque la realidad es todo salvo las pezuñas”, apunta Lafragua.
A las nuevas generaciones les puede parecer extraño que el tocino y la manteca fueran durante siglos el aceite con que se condimentaban muchos alimentos en los hogares, pero así era. No en vano, hablamos de una época en la que no existían las neveras, sólo arcones y fresqueras, por lo que el ser humano recurría a conservar la carne en salazón o a curarla en forma de jamones, bacón o chorizos. “También había piezas como el solomillo que se comían en fresco, pero dependía de las necesidades de cada familia el conservar más partes o no en sal hasta el momento del consumo”, indicó Agapito Gómez que, el año pasado, tomó el relevo al frente del despiece del txarri a Francisco Gutiérrez de 85 años, también presente en la exhibición.
En los últimos 16 años recrear el despiece del cerdo y la elaboración de chorizos y morcillas en vivo se ha convertido en un espectáculo etnográfico para los muchos visitantes que se acercaron al museo. Entre ellos había numerosas familias con niños y niñas, a los que Artea fue acercando cada una de las partes del cerdo para que las identificaran, pero también turistas extranjeros. “Cerca de Manchester hay una fábrica donde elaboran algo similar a la morcilla, pero no está tan buena como la de aquí. Nos ha encantado esta demostración”, apuntaron Julie y Pete, un matrimonio inglés que esta pasando un año en Balmaseda aprendiendo idiomas.
Entre el público también había personas que bien podían ofrecer la exhibición. “Me encanta venir a Artziniega. Este museo, sobre todo el área de labranza, me retrotrae a mi infancia”, aseguraba María Arranz, una vecina de Orduña que no quiso perderse la txarriboda, porque “en casa también se mataba cerdo, era un día de fiesta, todo un evento social al que se acercaban los vecinos a ayudar. Los hombres sujetaban el animal, lo sangraban, chamuscaban y despiezaban, mientras las mujeres preparaban la comida y todo el trabajo duro de elaborar morcillas, chorizos y poner el tocino en salazón”, subrayaba.
Y es que en el ritual de la matanza del cerdo, como en casi todo, había unos roles de género muy marcados que ayer en Artziniega también quedaron de manifiesto. Y es que mientras Agapito y Francisco, vigilados por la presidenta de Artea, Paki Ofizialdegi, se dedicaban a despiezar el cerdo, en el interior de la cocina del baserri fueron varios grupos de mujeres las que se remangaron para elaborar chorizos, morcillas, tocino y txitxiki que luego se hicieron a la brasa.
Así, Angelita, Maite y Arantxa -aunque también les echó una mano el alcalde, Iñigo Gómez- fueron las encargadas de elaborar morcillas “a base de puerro, cebolla, perejil, arroz, sal, pimienta, manteca y sangre”.
De su buen hacer pudieron dar fe todos los presentes, ya que Artea dio a catar tocino asado, txitxiki y morcilla en el salón de actos del museo, mientras se proyectan vídeos de antiguas matanzas.