Dice la sabiduría popular que las cigüeñas blancas regresan por San Blas. Pero de eso nada. Ya no. Ahora muchas vuelven antes del 3 de febrero. Y algunas ni siquiera terminan de hacer las maletas. Sus hábitos migratorios se han alterado una barbaridad. En parte, por el cambio climático. Los inviernos son cada vez más suaves, así que las hay que acortan el tradicional viaje hasta las cálidas arenas del Sáhara o no lo realizan. Por qué arriesgarse tanto y agotarse para evitarse cuatro días de frío. Y luego están las facilidades que encuentran aquí. Tienen presas de las que alimentarse a mansalva, amén de un magnífico vertedero orgánico, y nadie derriba ya sus nidos. Incluso les construyen plataformas ad hoc. Por eso, también su población ha crecido en nuestras tierras. “Al final, habrá que revisar el refranero”, se le comenta a Gorka Belamendia, coordinador del centro de interpretación de la Naturaleza Ataria y, con seguridad, la persona que mejor conoce a las zanquilargas que se reproducen e invernan en Álava. “Hay que revisar la biología entera”, replica él.
Ahora mismo, hay 159 parejas de cigüeñas en Álava. “Ahora mismo, porque conforme publicas el reportaje podría estar llegando alguna más”, apuntilla Belamendia. Son un montón en comparación con el resto de Euskadi: en Gipuzkoa no ha anidado ni una, en Bizkaia apenas 26. Casi todas se han hecho su casa en la Llanada central, dentro de los humedales de Salburua, en Arkaute, en el entorno del Zadorra y en la iglesia de San Vicente. El resto anda entre Ayala, Rioja Alavesa y Trebiño. Un 10% ya vive de continuo aquí, el 50% viene tras pasar en África la invernada, que es el periodo que va del 15 de octubre al 15 de noviembre, y el 40% lo hace desde distintas zonas de la Península, de Madrid para arriba. Todas tienen el mismo objetivo: reproducirse en el lugar donde ellas mismas nacieron. “Es lo que se conoce como filopatría”, aclara Belamendia. A las zancudas les gusta volver a su lugar de origen para aumentar familia, en un radio de no más de 15 kilómetros, hayan viajado más o menos lejos -si es que lo han hecho- en busca de unos días garantizados de sol y calor.
Y así andan ahora, en pleno periodo de reproducción. El matrimonio que se asienta junto al observatorio de aves de Las Zumas, en el Anillo Verde, fue el más tempranero. Puso los huevos en febrero, por lo que ya ha aumentado la familia. La incubación son 34 días. Otros continúan probando suerte. Tienen de tiempo para cantar bingo hasta junio, que es lo que dura esta fase de prueba-error. Y mientras, se hacen notar, tan dignas en sus nidos y majestuosas en su aleteo, con ese peculiar ruido -crotar, lo llaman- que hacen al chocar sus picos. Imágenes estéticas y sonidos románticos que Álava ha recuperado tras unos años grises. Las treinta parejas que había en 1948 pasaron a ser veintidós en 1957 y tan sólo seis en 1974. “Y en 1982, ya sólo quedaba una pareja, la mítica de Gamarra”, recuerda Belamendia. A las demás se las había espantado. La gente disparaba contra ellas y derribaba sus nidos, práctica en la que tuvo mucho que ver el clero, tan preocupado por la conservación de las torres de sus iglesias.
Aquellas dos cigüeñas solitarias no encontraron con quien alternar hasta 1986, cuando llegó una segunda pareja gracias a un nido artificial colocado en Legutiano. En 1990 se instaló otra en Lapuebla de Labarca, y una más al año siguiente en Laguardia. En 1994 apareció un matrimonio en la isla de Orenin, ese pueblo abandonado convertido en isla en el pantano de Ullibarri Ganboa. A mediados de los ochenta había habido un intento de convertir el lugar en refugio de zancudas y no cuajó, pero más adelante, con la naturaleza recuperando el ritmo, comenzó el aterrizaje. “En 2002 vino la segunda y en 2007 había quince nidos”, recuerda Belamendia. Y así, sin prisa y sin pausa, gracias a la mejora de los ecosistemas fluviales, la eliminación de tendidos eléctricos y la concienciación ciudadana, toda Álava fue desplegando la alfombra roja a la población cigüeñil, tanto antiguas como nuevas generaciones.
“Este año algunas parejas míticas no han venido, como la de Lapuebla de Labarca o la de Zambrana. Puede que estén a punto de aparecer o puede que hayan fallecido sin haber tenido crías el año anterior”, relata el experto. Las cigüeñas, como las personas, no siempre consiguen formar familia. “Entre el 60% y 70% llevará a cabo la reproducción. La de Llodio, por ejemplo, en 2014 no salió. La de Laguardia tampoco ha tenido pollos”, puntualiza. No obstante, “lo normal es que la población aumente”. En Álava tienen casi todo de cara para ir a más, muy especialmente la alimentación. Si algo les gusta a las zanquilargas es el cangrejo, una presa fácil que se encuentra en cantidades abundantes en nuestros ríos. Y luego están los vertederos. Su buffet gratuito. Llegan, aterrizan y se ponen moradas porque, y en este también se parecen al ser humano, les encanta la comida basura.
Lo dicen los estudios: algunas no migrarán, pero serán capaces de desplazarse un porrón de kilómetros tanto en periodo de reproducción como fuera de él para zambullirse entre los desperdicios. Son adictas declaradas. El problema gordo puede surgir si, en medio de ese banquete, se enredan con algún plástico, tropiezan con alambres o se pinchan con elementos que puedan causarles la muerte. De ahí la importancia que tiene para estas aves un reciclaje responsable. Por lo demás, lo normal es que su existencia, sobre todo ahora que ya no emigran tanto a África y que la gente les quiere, sea bastante tranquila. Y amorosa. Las cigüeñas son de las que cuando se dan el sí quiero lo hacen para toda la vida. Sus uniones sólo se rompen cuando una de las dos partes de la pareja fallece, aunque eso no quita para que alguna vez echen una pluma al aire. Gracias al anillamiento, Belamendia ha podido comprobar cómo en algún caso las crías no eran hijas de sus padres oficiales. “Otra cosa en la que se parecen a las personas. Monógamas, pero infieles”, apostilla el experto, a carcajadas.
También son buenos progenitores. Ella es la que incuba los huevos pero, ya nacidos los pollos, se alterna con él para darles de comer. Los protegen con ahínco hasta que, a partir del día 58, empiezan a volar. En julio comenzarán a estar preparados para migrar con los adultos. El viaje a zonas más cálidas de España o África, si es que se produce, empezará en agosto. Y, a su vez, llegarán a Álava otras zanquilargas, las negras, procedentes del norte de Europa para pasar aquí la invernada. Pero esa ya es otra historia.
Más de 15 años en Gamarra. La pareja de cigüeñas de la iglesia de Gamarra es mítica porque era la única que anidó durante toda la década de los ochenta en Álava, pero también porque a día de hoy, quince años después, continúa regresando al mismo sitio con el inicio de la fase de reproducción para poner huevos y aumentar la familia. Otras van camino de ganarse la misma popularidad, como el primer matrimonio de zanquilargas que se afincó en Laguardia en 1991. Desde entonces repite.