La industrial calle Barratxi anochece en silencio, como si quisiera disimular los secretos que empezaron a levantarse el 1 de diciembre en el interior del pabellón número diez. Dentro están las carrozas del Carnaval 2016. Y sólo al cruzar la puerta, la tranquilidad de la calle se rompe con taladros, martillos y rotaflex. Ruidos intermitentes. Las pocas estructuras que no están terminadas se encuentran a falta de unos remates. “El generador no se pone hasta el último momento, porque cada día que pasa es un día de alquiler que hay que pagar”, revela Javier, integrante de la comparsa de Corazonistas, mientras instala el ramillete de luces del soldadito de plomo. Es electricista profesional. Le tenía que tocar a él poner el punto final a la creación. “Me pidieron ayuda y no pude decir que no”, admite, “pero cada uno colabora en lo que puede, en lo que sabe o en aquellas cosas para las que no hace falta saber”. Porque de eso se trata esta fiesta. Del esfuerzo de unos pocos, horas y horas de tiempo de ocio y familia destinadas a crear cada año nuevos desfiles, para el disfrute de muchos.

“Cuando me preguntan por qué sigo, y ya llevo siete años, siempre respondo que lo hago porque me río”, afirma Txomin, miembro de la comparsa de la Parroquia de San Francisco Javier, de Sansomendi-Lakua. Se le nota orgulloso de cómo está quedando la carroza cuando cuenta el proceso seguido, los materiales usados, “todo sostenible”, y cómo la purpurina de la parte trasera “simboliza el amor, que siempre brilla”. Para este año se decidieron por dar vida a la película de La bella y la bestia, “o los bellos y las bestias”, apuntilla con sorna, y no va a faltar ni un detalle. La parte delantera recrea el gran salón donde los protagonistas, dos maniquíes que cada vez se parecen más a los auténticos, bailan antes de la conversión del monstruo en un príncipe, con un público que incluye a la señora Potts, a Lumière y Ding Dong. Fantasía en gran formato que se acompañará de coreografías a pie de calle.

Txomin quería que se incluyera la canción central de la banda sonora de la película en los bailes, “la de la tetera”, pero los adolescentes de la parroquia “son los que se encargan de la música y han decidido poner cosas modernas”. El trabajo de las comparsas se hace en equipo, distribuyendo funciones. “Salimos a la calle 212 personas, pero los que hacemos el trabajo sucio, la carroza, los disfraces, las gestiones, somos unos pocos, y nos repartimos las tareas en función de nuestras habilidades”, reconoce. La suya es la construcción de maquetas. Por eso en el año 2009 le convencieron para formar parte de la comitiva. “Mi mujer iba a la parroquia y ahí es donde comentaron que querían hacer una carroza para participar en el Carnaval, pero no sabían cómo”, cuenta, “y así es como pasé de hacer pequeños prototipos a grandes”. Con él, en esta ocasión, han estado “Ana, Idoia, Mari, José, Javi e Itzi”. Gente bien avenida, con pasión por la fiesta donde cada cual puede ser lo que quiera, acostumbrada ya a las contingencias que pueden surgir en el camino.

Txomin recuerda aquel año en que “se estropeó el generador en el último momento”, ese otro en el que “la música no funcionaba” o cuando, tras varios carnavales de lluvias, se acostumbraron a adquirir impermeables transparentes con antelación, independientemente de las predicciones climatológicas. “Hace tiempo ya que he comprado para esta edición”, asegura, “aunque por ahora parece que el sábado aguantará y el domingo puede que haya suerte”. En Marianistas también están preparados para las inclemencias venidas del cielo y eso que es la primera vez que desfilan. “Eso lo hemos tenido en cuenta, aunque como somos novatos todo cuesta un poco más y algo se te puede pasar”, reconoce Álvaro, en pleno remate final de la carroza, un homenaje a los Minions admirablemente levantado, para ser el fruto del trabajo de unos primerizos. “En el colegio había gente con ganas de participar en el Carnaval”, aclara, “y al fin nos animamos a dar el paso”.

Mientras un compañero le pregunta si lo mejor sería “pintar esta madera de gris”, Álvaro cuenta cómo llegaron al pabellón hace dos meses con gran parte del trabajo hecho. “Al empezar de cero, teníamos que comprar hasta el remolque y la instalación eléctrica. Así que empezamos a trabajar con bastante antelación y cuando llegamos al pabellón teníamos hechos hasta dos de los Minions”, explica. La gente que ha trabajado para dar forma al desfile, dividida en cuatro grupos (gestión, coreografía, disfraces y carroza), se siente “muy contenta” por los resultados. Y conforme han ido pasando las semanas también se ha notado una emoción creciente en todo el centro. “Algunas personas han ido viendo la evolución de la estructura en fotos y todo el mundo tiene muchas ganas ya de contemplarla in situ”, asegura este comparsero. También la recta final está siendo intensa por la preparación de las coreografías, “aunque los que bailamos mal nos disfrazaremos de Gru, el villano”, confiesa, entre risas.

Serán alrededor de 470 las criaturas amarillas que saldrán a la calle de la mano de Marianistas. La mitad, más o menos, en el caso de la Ampa del colegio Vera Cruz, que en esta ocasión ha apostado por la ficción literaria con una recreación de Don Quijote de la Mancha. “Este año se celebra el 400 aniversario de la muerte de Cervantes, así que, sí o sí, tocaba culturizarse”, cuentan Iker y Adolfo, dos de los responsables de la carroza. Ahora bien, su versión será bastante moderna. Sobre la estructura, junto a un molino, estará el hidalgo montado en una Harley Davidson y el escudero en una chillona Vespa. “Y luego ya en la comitiva iremos disfrazados de Quijotes, algún que otro Sancho Panza y las mujeres de Dulcinea”, dice Iker. “De Dulcinea algún hombre también”, corrige Adolfo. Ambos se ríen. Se nota que lo pasan bien. “Aunque es mucho trabajo”, apostillan, “y la verdad es que este año nos pilló un poco el toro”.

La experiencia les dice, no obstante, que al final todo sale. Y que sale bien o mejor. “Si tenemos que meter más horas al salir del trabajo, las metemos. Nos dejan la llave del pabellón y no nos vamos de aquí hasta la madrugada o hasta el día siguiente”, aseguran. Resulta inevitable preguntar si tanto esfuerzo merece la pena. “Yo creo que sí, que la gente disfruta y agradece la implicación de las comparsas. Si no lo pensara de esa manera, para estas alturas ya se me habrían quitado las ganas”, confiesa Iker, quien sólo ve un inconveniente a participar activamente de los carnavales. “Que te pierdes los desfiles que hacen los demás y no sabes cómo les ha ido hasta que ves fotos o vídeos”, asegura. Su colega le da la razón, mientras echa un vistazo rápido a la nave. “Todos los años se ven trabajos muy buenos que sirven para coger ideas”, afirma, “y algunos te invitan hasta a merendar”.

El compañerismo forma parte del espíritu comparsero. “Los conoces ya de vista y hay buen ambiente, aunque al final vienes a lo que vienes y hay mucho que hacer”, dice Javier, el electricista de Corazonistas. Y él, que es perfeccionista, se está esmerando por que no falle ni una sola luz. Trabajo con entusiasmo, si bien a veces no puede evitar pensar en la breve fecha de caducidad de las creaciones. “Esto es como cuando te vas de vacaciones y vuelves al curro. Al irte, todo es ilusión. Cuando se acaban y tienes que regresar a la rutina, da pena”, reconoce. Además, en su colegio son de los que ya están pensando en la idea del año siguiente casi antes de que haya finalizado el Carnaval. “Es desmontar uno y ponernos a barajar posibles temas. Este año ha ganado el soldadito de plomo y esperamos que la carroza le guste a todo el mundo”, desea. Cruzaría los dedos si no fuera porque sabe que va a ser así. Ha quedado, como todas, realmente bonita.