El Museo Etnográfico de Artziniega cobró vida de nuevo al mediodía de ayer para celebrar una txarriboda. Una fiesta que pretende recordar aquellos encuentros familiares y vecinales que tenían lugar con motivo de la matanza del cerdo, y que ya pocos lugares mantienen. Y es que, tal y como recuerda el miembro de Artea (gestora del centro expositivo), Mateo Lafragua, “se trata de una tradición que se ha perdido, ya que hoy día está prohibido sacrificar al txarri en el caserío. Pero hasta hace pocas décadas era una técnica de supervivencia con la que nuestros ancestros se garantizaban la proteína para el invierno”.
De hecho, la matanza, chamuscado y despiece del cerdo era una importante actividad que antaño tenía lugar en gran parte de los caseríos y casas de los pueblos del País Vasco y que suponía una importante parte de la alimentación humana, pues tal y como dice el refrán, del cerdo se aprovecha todo, hasta los andares. “Las nuevas generaciones no entienden que el tocino y la manteca fueran durante siglos el aceite con que se condimentaban muchos alimentos en los hogares, pero así era”, apunta Lafragua.
No en vano, hablamos de una época en la que no existían las neveras, sólo arcones y fresqueras, por lo que el ser humano recurría a conservar la carne en salazón o a curarla en forma de jamones y chorizos. “También había piezas como el solomillo que se comían en fresco, pero dependía de las necesidades de cada familia el conservar más partes o no en sal hasta el momento del consumo”, indican desde Artea.
En la actualidad, recrear el despiece del cerdo, y la elaboración de chorizos y morcillas en vivo se ha convertido en un espectáculo, para los muchos visitantes que se acercaron al museo. “Me encanta venir a Artziniega. Este museo, sobre todo el área de labranza, me retrotrae a mi infancia”, aseguraba María Arranz, una vecina de Orduña que no quiso perderse la txarriboda, porque “en casa también se mataba cerdo, era un día de fiesta, todo un evento social al que se acercaban los vecinos a ayudar. Los hombres sujetaban el animal, lo sangraban, chamuscaban y despiezaban, mientras las mujeres preparaban la comida y todo el trabajo duro de elaborar morcillas, chorizos, poner el tocino en salazón y demás. Mi ama hasta hacía pastillas de jabón con la manteca que no se consumía en el año, añadiendo sosa. Dejaba las sábanas de un blanco que ya quisieran algunos detergentes de hoy día”, subrayaba.
Roles de género Y es que en el ritual de la matanza del cerdo, como en casi todo, había unos roles de género muy marcados que, ayer, en Artziniega intentaron diluir, más acordes a los nuevos tiempos, ya que también hubo mozos jóvenes que se remangaron para elaborar chorizos, morcillas, tocino y txitxiki que luego se hicieron a la brasa para degustar, de forma gratuita, entre los asistentes, al tiempo que sonaba música de trikitixa. No fue el único atractivo de la jornada, ya que mientras en el salón de actos se proyectan vídeos de antiguas matanzas, en el anfiteatro exterior se llevó a cabo el chamuscado del cerdo. “Antiguamente, tras el sangrado del animal se procedía a quemarle el pelo prendiendo una cama de helechos, y luego le dejaban colgado toda la noche para que se enfriara la carne, antes de proceder al despiece. Pero nosotros, por la normativa sanitaria, lo hemos traído ya muerto, y hemos comenzado por la parte del chamuscado”, apuntaba Mateo Lafragua.