vitoria no es un planeta, pero tiene un Anillo: una envoltura verde de más de 580 hectáreas que el Ayuntamiento empezó a cuidar a comienzos de los noventa con un ambicioso proyecto de recuperación hasta convertirlo en un pulmón irremplazable. Ya nadie entendería la capital alavesa sin ese enorme espacio de altísimo valor ecológico. Ni los gasteiztarras, acostumbrados a disfrutarlo a pie o en bicicleta, ni, sobre todo estos días, las aves que surcan los cielos alaveses durante su proceso migratorio. Acercarse a algún punto de todo ese fantástico entramado de parques periurbanos es, ahora mismo, lo más parecido a acudir a una estación de servicio, desplegar una silla y contemplar el variado trajín de vehículos que entran y salen. Se pueden ver, volando o repostando, bandas de cigüeñas, garzas, espátulas, chorlitos, papamoscas, cerrojinos... Y, con mucha suerte, hasta algún que otro carricerín cejudo, la única especie de ave pequeña que está amenazada de extinción en Europa y la motivación principal por la que hace ya doce años empezaron a llevarse a cabo campañas de anillamiento.

Con ellas, es posible conocer las condiciones físicas de los pájaros y sus movimientos, desarrollar planes de gestión que ayuden a su supervivencia y, de esa forma, continuar conciliando la preservación de nuestros ecosistemas con el progreso humano. “Y Salburua es, en ese sentido, un lugar estratégico”, subraya Luis Lobo, técnico de la Unidad de Anillo Verde y Biodiversidad del Departamento municipal de Medio Ambiente y Salud Pública. Desde finales de julio hasta mediados de septiembre, son miles las aves que se detienen en las balsas que custodian Vitoria en su viaje desde el norte de Europa hasta el África subsahariana, donde pasan el invierno. “Si esta joya que tenemos aquí desapareciera”, apunta el experto, “no podrían completar su migración”. Y un escenario así sería nefasto, sobre todo en el caso del carricerín cejudo, un pajarito promiscuo de apenas diez gramos que cría en pantanos con vegetación corta y, en su trayecto hacia el calor, se detiene en toda clase de medios húmedos, como los que proporciona la capital alavesa. De hecho, fue la desecación de ese tipo de zonas con fines agrícolas la que lo convirtió en una especie tan vulnerable.

Y, aun así, sigue siendo un ave increíblemente fuerte, capaz de viajar sola, la mayor parte del tiempo de noche, desde Bélgica a Senegal. Un fenómeno milagroso del de por sí increíble proceso migratorio. “Las aves hacen todos los años el mismo viaje, son animales de costumbres”, explica Azaitz Unanue, integrante de la asociación Txepetxa, a la que el Ayuntamiento de Vitoria le tiene encargado el servicio de anillamiento. Según cuenta, “es frecuente que nos encontremos pájaros anillados en años anteriores por nosotros mismos e incluso puede suceder que los capturemos el mismo día que en el año anterior”. Ya ha pasado en esta edición. Reencuentros emocionantes que son posibles gracias a una madrugadora labor. Los anilladores salen de la estación antes del amanecer, a eso de las seis y media, ya que durante las primeras horas del día y las primeras de la noche las aves están más activas. El objetivo es preparar las redes, metros y metros inocuos y bien disimulados repartidos por las balsas de Betoño y Arkaute.

A lo largo de la jornada, los dos anilladores y sus colaboradores hacen cinco o seis pasadas. “Aunque también depende de la climatología”, especifica Unanue. Si sopla viento del este o del nordeste, favorable para el proceso migratorio, las aves no alargan tanto la parada, por lo que es más difícil capturarlas. Si pega de cara, como sucedió la pasada semana, o estallan borrascas, como se espera a lo largo de ésta, entonces es como pescar en luna creciente. Las redes se llenan. A partir de ahí, los trabajadores introducen los pájaros en unas bolsas de tela llamadas colectoras y las trasladan a la estación, situada en Betoño mismo. En ese lugar cuentan con los instrumentos necesarios para realizar el procedimiento. Nunca se demoran. Aman a los animales tanto que se afanan por liberarlos lo antes posible. Con unas tenazas, les colocan en las patas unas anillas con un código alfanumérico que identifica individualmente a cada uno. “Algo así como el DNI en los humanos”, aclara Lobo. También se reconoce la especie, la edad y el sexo y se toman una serie de medidas biométricas y datos fisiológicos para, a partir de ese momento, poder llevar a cabo un seguimiento.

Al final de la campaña, la información se remite a la Sociedad Aranzadi, que a su vez está coordinada con todas las estaciones de anillamiento del mundo. “Todas juntas constituyen la base más potente de seres vivos que existe a nivel internacional”, subraya Unanue. Así, si en la otra punta del planeta otros profesionales capturan aves que pasaron por Vitoria, se pueden contrastar los datos, comprobar la evolución de las aves, si por ejemplo han engordado o musculado... Y, en definitiva, establecer planes de gestión totalmente integrales para garantizar su continuidad. El propio Ayuntamiento gasteiztarra ya ha desarrollado actuaciones en las balsas de Betoño para mejorar la zona de repostaje de los pájaros en su viaje migratorio, pensando especialmente en el carricerín cejudo. Y por eso, es una alegría para los anilladores de Txepetxa encontrar en cada campaña algún que otro pajarito de esta especie. “La sola captura de un individuo es muy importante y en estas semanas llevamos dos”, desvela Unanue.

Es seguro que habrá una decimotercera campaña de anillamiento. Y una decimocuarta, una decimoquinta... “Esta actividad ofrece unos rendimientos científicos muy interesantes: nos ayuda a conocer mejor la biodiversidad y a tomar decisiones de gestión fundamentales para el estado ambiental de nuestros espacios naturales”, insiste Lobo. Y no sólo eso. Vitoria se ha convertido ya, además de en una imprescindible estación del proceso migratorio de las aves, en una pequeña escuela de referencia para quienes quieren dedicarse a esta labor. “Viene gente de Euskadi y Navarra, de Extremadura, Madrid, Cataluña, y también de distintos países de Europa. Italianos, franceses, holandeses... En estas semanas ha habido, por ejemplo, una chica griega”, cuenta Unanue. Muchas de esas personas “se están preparando para el examen de anillador, una profesión que requiere una formación previa que garantiza que las aves no sufran y un permiso”. También las hay que son amantes de la Naturaleza y quieren participar en alguna actividad relacionada con el cuidado y la preservación del medio ambiente.

Si alguien quiere apuntarse para la actual campaña aún está a tiempo. La directa es hacerlo a través de la web de Txepetxa, www.txepetxa.org. Y quien simplemente quiera disfrutar del espectáculo avícola, basta con que acuda a los humedales de la ciudad. Aunque la odisea camino a África vaya por picos, según los cambios de presiones y la dirección del viento, todos los días hay animales que paran a estirar las alas. “Hoy puedes ver unas cigüeñas negras que mañana no estarán y mañana quizá te encuentres con una nueva banda de espátulas, con chorlitos, patos, cercetas...”, subraya Lobo. La belleza de la migración de los pájaros, al descubierto.