‘Gestión de las emociones en los jóvenes que se incorporan al mercado laboral’. No parece el título de una conferencia con gafas de luces de colores, guantes para el público y un ponente con delantal, como sale en sus vídeos.

-Es cierto que despista un poco que en un aula formal, seria, como un auditorio universitario salga yo y empiece a hacer lo que superficialmente pueden parecer tonterías. Pero en realidad es una forma de comunicación mucho más eficaz que un soso Power Point. Si uso esas cosas es porque funcionan. Las emociones necesitan no un lenguaje científico sino sientífico, para poder sentirlas.

Viene a Vitoria a hablar a los jóvenes sobre el salto al mundo laboral y cómo gestionar las emociones, sobre todo los que se van a dedicar a empleos del mundo sanitario y la educación. ¿Eso no se lo enseñan en las facultades?

-Constatamos continuamente que en esos campos la formación se inclina mucho más al lado conceptual que al lado emocional, a cómo gestionar las emociones propias y las de las personas con las que van a trabajar. Muchos van a dedicar su vida a dar clases a alumnos, que tienen sus padres, o a trabajar con enfermos, que tienen a sus familias. Eso les va a situar en un pantano emocional en el que tienen que aprender a manejarse.

¿Ésta generación de estudiantes está mejor o peor preparada en ese sentido que generaciones anteriores?

-No sé si se puede comparar. La mía sé por experiencia que tuvimos que apañarnos por nuestra cuenta, porque la facultad no te facultaba para el mundo emocional. Ahora la informática ha introducido muchos filtros en las relaciones interpersonales y nos refugiamos muchas veces en el ordenador. Ponemos la pantalla por medio entre tú y yo y eso es un dificultador para saber conectar con el otro en profundidad.

Pero no toda la tecnología es negativa. Las redes sociales también pueden facilitar la comunicación.

-Creo que todo es absolutamente ambiguo. Por un lado lo bueno es que nos han puesto en comunicación a todos con todos, mientras el lado menos bueno es que el modo de comunicación es muy restringido. Lo que cabe en una pantalla, por muy grande que sea, no es lo que yo me encuentro si te miro a la cara de cerca. Facilita y limita a la vez.

¿Cree entonces que les cuesta más a los jóvenes relacionarse cara a cara que a través de un teléfono móvil o un ordenador?

-No me gusta generalizar con los jóvenes, porque luego lo lee uno que es alguien cercano y que no tiene problemas y piensa pero qué tontería es ésta. De cualquier forma, sí, creo que hay una tendencia en ese sentido porque tenemos muchas más facilidades y subvenciones para utilizar aparatos y manejarnos con ellos que para incrementar la profundidad en las relaciones.

¿Qué tiene que tener en cuenta entonces a nivel emocional un estudiante de enfermería o de magisterio que se lanza ahora al mundo laboral?

-Bueno, realmente el trabajo hay que hacerlo antes de dar ese salto. Aprender a gestionar tus emociones empieza desde pequeño. De lo contrario luego viene el susto del salto profesional y es de alguna forma como ponerte de repente a estudiar idiomas porque te acaban de nombrar director internacional de tu empresa. Irás con mucho retraso. El mundo emocional es mucho más importante para vivir que la razón, aunque suene mal decirlo.

Una de sus conferencias de más éxito es la que imparte sobre lo que denomina “basura emocional”.

-La basura física y la emocional son absolutamente paralelas. El que tiene un sufrimiento, una pena o un malestar emocional y lo tira todo a la basura cabreado y despreciándolo comete el mismo error que tirar todos los desechos a la basura, juntando las pilas de mercurio con los restos biológicos. No se dan cuenta de que hay un montón de cosas que puedes aprender de haberlo pasado mal. A algunos una crisis como la que estamos viviendo sólo les sirve para cabrearse, maldecir o enfurruñarse, pero a otros nos ha enseñado muchísimo y le hemos sacado partido a lo que a otros sólo les mosquea.

Es que esa frase de que “toda crisis es una oportunidad” suena muy bien, pero es muy complicado verle un lado positivo.

-Mira, la basura emocional no la reciclas, como la otra, sin pringarte y sin tener un propósito claro. Lo tóxico lo impregna todo, llena el ambiente de tristeza, irritación y malestar. Intoxica todo como cuando una habitación está guarra y da asco entrar. Nadie la limpia, la suciedad se acumula y al que entra le da igual seguir manchándola un poco más. Tiene que haber un incentivo para hacerlo, como sucede ahora en San Francisco con la basura.

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-En San Francisco el Ayuntamiento ha logrado reciclar el 78% de la basura de la ciudad con un truco muy sencillo: a la comunidad que recicla bien le pagan dinero, pero a las que no lo hacen las hunden a impuestos y multas. Con las multas que se ponen a unos por no reciclar como es debido se paga a los que sí hacen bien esa labor. Me parece precioso porque es de una lucidez tremenda. Ese tipo de reciclado, trasladado a las emociones, es por lo que estamos trabajando.

“En muchas profesiones los jóvenes que saltan al mundo laboral van a lanzarse a un pantano emocional que deben aprender a gestionar”

“La informática ha introducido muchos filtros en las relaciones personales que nos llevan a refugiamos en el ordenador”