Desde el aire, la noche de San Juan parece un lienzo salpicado de luciérnagas. Historias sobre encantamientos y maleficios se cruzan con relatos supersticiosos y versos para atraer la fortuna en torno a la seductora incandescencia de las hogueras. En Vitoria, dos son los lugares en donde el rito resucita una vez al año con la fuerza de las lenguas de fuego: el parque de Arriaga y el barrio de Judimendi. Ayer, cientos de personas se reunieron al calor de las llamas, parapetadas con paraguas, para festejar esa celebración tan distinta al resto que llega cada 23 de junio. Las lluvias tormentosas que empezaron a taladrar la ciudad por la tarde fueron un obstáculo para algunos, pero no disuadieron a todos los gasteiztarras de disfrutar del mágico momento. Tampoco lo hizo la bajada de la temperatura. La tradición se impuso a las obstinadas inclemencias meteorológicas y las piras crecieron burlonas, rodeadas de humanidad, dibujando un trémulo camino hacia el cielo, como si buscaran allá en lo más alto el origen fantástico de la festividad, mitad religiosa, mitad pagana.
Por San Juan, no sólo se venera la figura del Bautista. También se celebra el solsticio de verano, una efeméride que se remonta cinco milenios atrás. Los humanos, que observaban cómo los días se acortaban poco a poco, creían que el Sol estaba perdiendo su fuerza. De esa convicción surgieron las primeras hogueras. Así, el hombre trataba de devolver al astro rey su energía. Con el paso del tiempo, llegaron las tradiciones religiosas, dedicadas a uno de los apóstoles de Jesús, en un esfuerzo por cristianizar las fuerzas de la naturaleza que se manifiestan en esta fecha. Nuevos y viejos rituales se entremezclaron y formaron un combinado indisoluble que resistió al transcurso de las épocas. Fervor y teatralidad se dan ahora la mano, en una fiesta icónica como ninguna otra.
Los gasteiztarras respondieron ayer a la hipnótica llamada del fuego y se concentraron en Arriaga y Judimendi. La cita de la ermita juradera de San Juan contó, tal y como manda el folclore, con la vespertina presencia del diputado general, Javier de Andrés, y todo un surtido de dirigentes políticos. Acabada la misa y entre los sones del aurresku, el líder foral tomó uno de los cirios y se acercó al montón de madera preparado para arder. Fue el inicio de una hoguera que se hizo descomunal, del momento más propicio para reducir a cenizas los malos recuerdos de los últimos doce meses y encarar con optimismo una nueva época. Los vecinos acompañaron a las teas hasta que la llamada de la chorizada popular, gentileza del restaurante Séneca, les llevó hasta el centro andaluz. Era el cuarto día de las fiestas del barrio. El último. Y lo aprovecharon al máximo, hasta que la discoteca móvil se apagó con el toque de la medianoche.
La diversión también crepitó en Judimendi, foco tradicional del jolgorio sanjuanero. Tras tres días de fiestas, las suyas, unas de las más populares de la ciudad, con el cuarto llegó la catarsis. Gentes de todas las edades, más jóvenes cuanto más oscurecía el cielo, devoraron bares y desgastaron aceras, hasta succionarle a la noche el último de sus alientos. Tras un concurrido pintxo-pote en la escuela de Judimendi, a las ocho y media de la tarde decenas de cuadrillas se reunieron en la plaza Sefarad para ser testigos del conjuro del solsticio de verano. Fue el preparatorio para lo que llegaría después. A las diez, en Polvorín Viejo, la noche se hizo luz con el encendido de las hogueras.
Como acostumbran a hacer desde hace tres largas décadas, los vecinos más osados del barrio celebraron el alumbrado por todo lo alto, cogiendo carrerilla y desafiando al vértigo saltando por encima de las brasas. Entre acrobacias y sorgin dantza, llegó el concierto de Joselu Anaiak, otro clásico de las fiestas populares. Cuando llegó la hora en que las carrozas se convierten en calabazas, la actuación llegó a su fin, pero la juerga continuó, discreta, a lo largo de la madrugada entre las barras.
Oficinas forales cerradas Tras la noche más corta del año, Judimendi se despereza hoy con precios populares en las barracas y la Diputación amanece con un día de descanso. San Juan es el patrón de la Administración foral, lo que significa que todas y cada una de las oficinas de la institución permanecerán cerradas. Quienes tengan que realizar trámites deberán esperar 24 horas. El asueto afecta, además, tanto a los funcionarios como a los responsables políticos. Según informaron ayer desde el Palacio de la Provincia, el Consejo de Diputados ha tenido que trasladar su reunión a mañana. Tras el encuentro, se llevará a cabo la habitual rueda de prensa del máximo mandatario alavés con los medios de comunicación para informar de los temas tratados. Al prender la hoguera de Arriaga, ¿De Andrés habrá hecho borrón y cuenta nueva?