La alavesa Carmen Arreche llegó a Filipinas en los ochenta. Era monja y tenía una misión: ayudar a la comunidad de Tala, un paupérrimo barrio de Manila marcado por la lepra. Entonces no podía imaginar que el pequeño taller de muñecas montado junto a una compañera italiana se convertiría, con el paso del tiempo, en un perfecto ejemplo de comercio justo. Pero sucedió. Poco a poco, el grupo creció, desarrolló nuevos productos y, desde hace cinco años, aquel humilde intento por dar una oportunidad a las personas más necesitadas es una cooperativa. La Stardolls multi purpose. Cincuenta mujeres que trabajan para mejorar su vida y la de sus familias, sin explotación ni especulación, con la garantía de recibir por su labor el precio que merecen. Suficiente para cubrir sus costes de producción y seguir trabajando. Accesible para los potenciales compradores. Para gente como tú. La tienda de comercio justo que Medicus Mundi tiene en Vitoria vende el artículo estrella de estas luchadoras, las muñecas reversibles de cuentos populares, y algunas de sus últimas invenciones, como las maletas didácticas o los tapices interactivos.
Ayer, Día Mundial del Comercio Justo, las asociaciones alavesas que trabajan por un modelo más ecuánime de intercambio económico animaron a la ciudadanía a respaldar esta forma de trabajo para cambiar las discriminatorias reglas internacionales que consolidan la pobreza y la desigualdad del mundo. Cuatro son las claves del sistema: condiciones laborales y salarios adecuados para los productores del Sur que les permitan vivir con dignidad, cero explotación laboral infantil, igualdad entre hombres y mujeres y respeto al medioambiente en los procesos de producción. Todo un movimiento que necesita de gente comprometida para funcionar y que aquí en Vitoria cuenta con dos mostradores: la tienda de Medicus Mundi Álava, en la calle Pío XII, y la de Setem, en San Vicente de Paúl. No obstante, Intermon ya está buscando un local para sumarse a la cadena. Cuantos más puntos de venta, mejor.
Entrar en un establecimiento dedicado al comercio justo es como viajar a todos los continentes en un solo paso. Y lo más fácil es acabar con una bolsa en la mano. "¿Quién no tiene en su cesta de la compra habitual azúcar, café, chocolate, pastas, frutos secos, mermeladas, tés, infusiones, especies, galletas...? Son productos que en alguna ocasión todos adquiridos.Y todos ellos pueden encontrarse en este tipo de tiendas", explica, desde Medicus Mundi Álava, Marian Uriarte. La oferta en alimentación es muy variada, aunque también puede encontrarse un apabullante abanico de artesanías, perfectas, por ejemplo, cuando uno va buscando un regalo original o quiere tener un detalle diferente con una persona especial. "Todos los artículos tienen una calidad exquisita y resultan muy fáciles de incorporar a nuestra cotidianidad", apunta la trabajadora. Además, "sabemos que son buenos para quienes los producen, para quienes los consumen y buenos para cambiar el mundo".
De todos los productos que vende la tienda hay algunos especialmente demandados, como el café. Quienes lo han probado una vez repiten. Poco tiene que ver con los que se despachan en las grandes cadenas. Es de calidad arábica, cultivado a una altura media de 1.500 metros, con tueste cien por cien natural, de aroma intenso y sabor suave. Sus artífices viven en la región peruana de Quillabamba, en el departamento del Cusco. Son 4.272 pequeños productores agrupados en una cooperativa autogestinada formada a su vez por otras 24. Se llama la Cocla y proporciona a los agricultores asistencia técnica, crédito, industrialización y vías de comercialización. Muy parecida es la historia que se esconde detrás del azúcar de caña integral, otro de los artículos estrella de Medicus Mundi, elaborado sin ningún aditivo químico, rico en vitaminas y minerales. Lo producen los 21 socios de la cooperativa El Paraíso de Comercio Justo, en la provincia ecuatoriana de Pichincha. Cada uno es propietario de una plantación y de la maquinaria para extraer la panela, contrata mano de obra de la zona y paga a los operarios un salario digno, generando empleo y mejorando el nivel de vida de muchas familias. Además, el envasado da trabajo a alrededor de veinte mujeres de forma estable.
También el cacao se encuentra en el top de ventas de Medicus Mundi. Y esa es una buena noticia dentro de la triste realidad. Las ventas de chocolate generan más de 100.000 millones de dólares al año, pero esas colosales cifras no repercuten en quienes lo cultivan. En Costa de Marfil, principal productor mundial, los agricultores necesitarían cobrar diez veces más por su cosecha para salir del umbral de la pobreza. Para colmo, más de 284.000 niños trabajan en la cosecha de esta semilla, hipotecando la posibilidad de su desarrollo, y otros 12.000 lo hacen en condiciones de esclavitud. Y después ni tan siquiera lo saborean. Pese a que África produce el 73% del cacao en todo el planeta, sólo consume el 3%. Además, en el lado oscuro de este negocio asoman muchos conflictos armados. Demasiados problemas que benefician a unos pocos, los de siempre. "Estamos hablando de un nivel de oligopolio en el que cuatro empresas controlan el 50% de los molinos y de cinco empresas que facturan el 60% de las ventas de chocolate de todo el mundo", sostiene la Coordinadora Estatal de Comercio Justo. Por desgracia, no parece que exista un verdadero interés por revertir la situación. La entidad española asegura que "las multinacionales se comprometieron en 2001 a erradicar las peores formas de explotación en el sector, pero el cumplimiento del compromiso se ha ido posponiendo y posponiendo hasta el año 2020".
Sólo el 1% del cacao que se consume en el mundo procede del comercio justo. Demasiado poco. Por eso, Medicus Mundi anima a probar el que vende en su local. Lo hay puro y de taza, en tableta o en crema, con avellanas, naranja o frambuesa, con sal marina o anacardos... Una de las cooperativas que le brinda el género es Kakokiva, en Costa de Marfil. "Además de producir frutas y verduras para autoconsumo y para el mercado local, cultivan cacao y café y los distribuyen a través de los canales de comercio justo, lo que les permite vender hasta un 20% por encima del precio del mercado convencional", explica Uriarte. Con esos beneficios extra se desarrollan programas de salud, mejoras en infraestructuras de agua potable y proyectos de formación en técnicas agrícolas ecológicas. Además, la cooperativa ofrece becas escolares, apoya la creación de colegios rurales e impulsa campañas sobre igualdad de género. Proyectos todos que son decididos en asambleas periódicas.
Detrás de cada producto que se elabora en el planeta asoman miles de historias. Las de gentes que podrían vivir con más dignidad si el sistema que impone el Primer Mundo no les pisara la cabeza. Por eso, las asociaciones implicadas en el comercio justo instan a los consumidores a buscar la otra cara de lo que compran, a rascar etiquetas, a descubrir el origen y las condiciones de producción de todo lo que adquieren. Sólo así podrán ejercer un consumo responsable y, con ese gesto, cambiar la vida de millones de personas. Tan fácil y tan difícil.