sabel. ¿Te parece?". El nombre es lo de menos con tal de preservar la integridad de esta bilbaina que, tras sufrir malos tratos durante más de cuatro décadas, aún hay días en los que no sale de casa por temor. "Y ellos están libres. Es tremendo", se lamenta sentada en el salón del domicilio familiar, donde vivió un episodio "muy fuerte". Tanto que no se atreve a verbalizarlo a micrófono abierto. Tanto que le tuvieron que poner protección. "Con el escolta me sentía segura, pero me restaba libertad. Sin él, tengo muchísimo miedo. Tendrían que vigilarlos a ellos", reclama. Solo así podría caminar tranquila por la calle. "Muchas veces voy mirando para atrás. Veo a alguien y me parece él. Estoy en alerta. Es muy duro".

Podría decirse que lo que vivió Isabel, tras casarse, fue una eterna luna de hiel "Sufrí malos tratos psicológicos desde el primer día. Físicos, un poco más tarde, aunque no tan fuertes como al final", apunta. En la práctica le hacía quitarse el maquillaje antes de salir con él porque "así van las zorras". Le exigía "las notas" de todo lo que compraba, aunque fuera "una botella de lejía o una aguja de coser". No le dejaba quedar con las amigas "cuando él se iba de cena con los amigos y volvía a las tres o cuatro de la mañana". La empezó a pegar hasta por hablar. "Un día íbamos por el Ayuntamiento y dije: Qué divino eso. ¡Qué divino, no sé qué, no se cuántos! ¡Pum! Una bofetada". Isabel imita la voz bronca de su agresor como si aún le resonara. Acongoja escucharla por lo imprevisible de aquel ataque en mitad de la calle y por lo que se presupone que pudo venir detrás. "Que podía decir bonito, pero no divino. Cosas así".

En el principio del calvario ella le tenía "en un pedestal" y creía que la corregía por su bien. "Que me cuidaba diciéndome: ¡Esto no!". Vuelve la voz brusca. Cuando empezó a darse cuenta de que aquello no era "normal" se le juntó su "carácter débil", que le impedía hacerle frente, con la falta de apoyo familiar "por la cultura que había" en aquellos tiempos. "Le decía a mi ama: Jo, me ha hecho esto. Ay, hija, no me cuentes. Te has casado con él para toda la vida y hay que aguantar lo que nos echen".

Lo que le echaron a Isabel durante 45 años daría para escribir varios libros de terror. Pese a todo, nunca denunció a su maltratador por miedo a las represalias. "La cosa cada vez fue a más hasta que me pasó algo muy heavy". El tiempo que permaneció privado de libertad a ella le pareció "un ratito" y, además, "en cárceles con gimnasios, centros de estudios, piscina... que no tengo yo en mi casa".

La noticia de que, cumplida su pena, iba a salir a la calle la recibió "muerta de miedo". "Tuve unos días fatales. Lloré lo habido y por haber porque no quería llevar escolta, pero me dijeron que la necesitaba", relata. Ha estado dos años y medio con las espaldas bien guardadas. "Me sentía muy mal porque no podía salir ni a tirar la basura. Le tenía que avisar para ir a comprar, a tomar un café, a comer con mi familia... Estaba tranquila porque sabía que estaba él ahí, pero entrar a una tienda con una persona que te está siguiendo te incomoda", asegura.

La protección se la retiraron por razones que prefiere omitir, no vaya a darse la bicha por aludida. Si se la volvieran a ofrecer, se lo pensaría. "Con escolta me veo sin libertad y, sin él, también. Las dos cosas son duras. No hay ninguna buena", dice. Bueno, sí. Que sean los maltratadores los que "estén custodiados o tengan que presentarse en comisaría una o dos veces por semana. Que estudien alguna forma para que sean los hombres los que estén controlados y vigilados y no nosotras".

"REINCIDEN CON LA MISMA U OTRA"

Para Isabel, que ha sufrido la violencia machista en sus propias carnes, "habría que cambiar las leyes porque los castigos son muy lightSi fuesen más duros y tuviesen miedo: Si cometo esto, sé que no voy a salir de la cárcel en diez o veinte años, se frenarían y terminaría un poco esta lacra. No que les tengan un ratito en cárceles de lujo y luego sigan haciendo lo que les dé la gana, mientras nosotras seguimos con miedo", denuncia y lamenta que haya "muchas mujeres que desistan de poner la denuncia porque algunos tienen muy poca sensibilidad con las personas que sufrimos".

Atajar ese goteo incesante de víctimas mortales, la punta del iceberg de las miles que sufren en silencio, también pasa, dice, "por educar a los niños pequeños en la igualdad para que los hombres no tengan esa potestad que tenían sobre la mujer. Yo no la llegaré a conocer. Se va avanzando y me alegro, pero falta mucho por hacer", advierte y urge a "tomar medidas porque el día de la mujer víctima de violencia no es el 25-N, son los 365 días del año" y "muchos reinciden, si no con la misma, con otra, y ya han empezado con niños". En el fondo, dice, "son unos cobardes que no soportan que la mujer se enfrente a ellos o que trabaje y tenga una independencia".

Isabel la tenía, pero aguantó todo y más porque le daba "pena" desestructurar la familia. "Me podía haber ido antes porque yo trabajaba, pero pensaba: Si él se va y tiene hijos con otra, luego mis hijos con unos hermanos... Un poco rotas las cosas. Ahora yo me separaría. Es duro, pero no aguantaría por los hijos. En todos los matrimonios hay discusiones, pero ya cuando te faltan al respeto, te maltratan psicológica y físicamente, eso no se puede permitir porque te cohíbe y te impide desarrollarte como persona".

A Isabel, que no ha dejado de tratarse con psiquiatras y psicólogas, le está costando levantar el ánimo. "Rompen las familias. Te destrozan para toda la vida. Ya no tienes esa ilusión, esa alegría. Yo estoy intentando trabajarlo, pero no termino. Si fuese una persona más fuerte o más joven, lo llevaría de otra manera, pero así lo llevo mal", confiesa. Pese a todo, lanza un mensaje a las mujeres mayores que aún no han aunado fuerzas para dar el paso: "No necesitáis a nadie para ser felices".

Por la educación que recibió, Manoli López, de 58 años, tampoco denunció a su agresor. "Nunca dije nada y apechugué con todo lo que me venía. Hoy por hoy habría funcionado de otra manera", reconoce esta mujer que nunca ha tenido que llevar escolta, pero presta su voz a otras víctimas de violencia de género que sí tienen que convivir con ella. "Dicen que les da seguridad, pero les corta totalmente la libertad porque le tienen que llamar para todo", ya sea "llevar a los niños al colegio, ir a una reunión con una psicóloga o un abogado o salir a comprar". En un acto tan cotidiano como ir al supermercado no se pueden permitir ni un despiste. "Si suben a casa y resulta que se les ha olvidado la leche, ya no bajan porque eso implicaría volver a llamar al escolta otra vez", explica esta portavoz de la asociación Haize Berria, quien reitera que la protección "está muy bien porque les da seguridad, pero también les priva de libertad tanto a ellas como a los hijos".

Mientras que la mujer va acompañada "en todo momento de alguien que está viendo sus pasos", dice, "la otra persona, que puede estar en libertad provisional, haber salido por buen comportamiento o haber cumplido su condena y siempre va a estar ahí acechando, puede salir, entrar, recogerse a la hora que le dé la gana o hacerle una llamada y decirle: Te estoy vigilando, estoy en el portal tal, porque él no tiene a nadie siguiéndole las 24 horas del día. La mujer, que es la víctima, la que lo ha sufrido, está vigilada, y el maltratador, libre de todo movimiento", censura Manoli, para quien las víctimas tendrían "mayor seguridad si la escolta la tuvieran ellos porque se las saben todas".

Como botón de muestra cuenta que hay mujeres que no pueden asistir tranquilas ni a un funeral. De hecho, "se ha dado el caso de estar en uno con la escolta y que el teléfono esté pitando, lo que quiere decir que él está a menos distancia de la que dicta la orden de alejamiento. La escolta buscando dónde podía estar, fueron dos coches patrulla y, al cabo de una hora, se dieron cuenta de que se había quitado la pulserita y estaba en una papelera", relata. Situaciones como esta, lamenta, "conllevan tener a la mujer en un momento alto de ansiedad, de preocupación, porque cree que, aun con escolta, él va a aparecer por algún sitio. Si la escolta la hubiera tenido él, no habría tenido oportunidad de quitarse la pulsera porque en todo momento habría estado vigilado".

Pese a que, según asegura, han reivindicado "muchas veces" que el control recaiga sobre los agresores, aún no han obtenido una respuesta que les convenza. "A nivel policial y judicial dicen que lo mejor es que ella esté vigilada y nosotras decimos que por qué no está vigilado él. No hay un argumento que nos pueda satisfacer", rebate y aporta otro ejemplo para reforzar su demanda. "Se ha dado algún caso de que él está en la cárcel, pero ha tenido a algún amigo haciendo las amenazas de parte suya. Por eso él tendría que estar más vigilado, esté donde esté, pero las leyes están así", señala.

Aunque el fin sea protegerlas, el hecho de tener que llevar escolta, una vez han conseguido salir de la espiral de la violencia, les dificulta tomar las riendas de una vida normalizada. "No es que no puedan levantar el vuelo. Es que les están cortando las alas. No pueden rehacer su vida de ninguna manera", afirma la portavoz de esta asociación.

En primer lugar, explica, "porque vivir una situación así también te crea muchos miedos. Aunque no se generalice que todos los hombres son iguales, evidentemente si tienes esa figura ahí detrás tuyo vas a estar reticente ante cualquier hombre que te pueda decir algo". La presencia de los escoltas en todos los ámbitos impide que la víctima se evada. "Puedes decir: Si se busca un trabajo, ella ya desconecta No puede desconectar sabiendo que en cuanto salga de la oficina, de la casa, de limpiar un portal o de donde sea, el escolta va a estar ahí para llevarla. Eso crea mucha ansiedad, que les impide vivir los momentos del día a día en libertad, como lo harían si fuera él quien tuviera el escolta detrás".

Por todo ello, esta superviviente de la violencia de género reivindica "que miren más hacia el agresor, sobre todo si es reincidente, ya que pocos se rehabilitan. Por mucho que quiera la reinserción social, acaban haciendo lo mismo. Las medidas tendrían que ser mayores hacia ellos".