Hay sueños de la infancia que desafían al paso del tiempo, tan persistentes que, tarde o temprano, se hacen realidad en la vida adulta porque no puede ser de otra manera. Así le ha ocurrido al niño de ocho años que fue Luis Herrador, el mismo que devoraba libros de aventuras y barcos en la biblioteca pasaitarra de San Pedro. Soñó entonces que algún día tendría su propio buque de vela, como la preciosa goleta Elsi de aquel libro cuyo préstamo renovaba una y otra vez, y que todavía recuerda medio siglo después.Herrador, donostiarra afincado en la Manga del Mar Menor, en Murcia, se ha embarcado en un proyecto que ha durado más de lo previsto, quince años, aunque en realidad la goleta Atrevida, un barco de velas cangrejas, recreación de un velero clásico que evoca la era de oro de la navegación, es el resultado de toda una trayectoria de vida.
Su valor es, sencillamente, incalculable. El donostiarra ha construido artesanalmente, pieza a pieza y con infinita paciencia, lo que ha acabado siendo un navío de gran atractivo estético, que además "es rápido y navega muy bien", algo infrecuente en este tipo embarcaciones clásicas tan complejas de maniobrar.
UN NUEVO RETO EN EL CALENDARIO
Haciendo gala de su nombre, la goleta Atrevida ya tiene marcado en el calendario la fecha de su nuevo reto: 30 de abril. Ese día zarpará Herrador desde Cartagena. Por delante, una gran travesía de 1.150 millas con destino a Pasaia, donde el patrón tiene previsto participar en el festival marítimo tras hacer escala en Cádiz, Lisboa, Vigo y Bilbao. "Se puede hacer en dos semanas, pero he preferido reservar un mes para evitar contratiempos", dice el marinero, consciente de que los vientos cambiantes durante la travesía pueden dar al traste con el objetivo de llegar a tiempo.
No sabe todavía si alcanzará el puerto guipuzcoano solo o en compañía. Lo que sí tiene claro es su deseo de participar en la edición del Pasaia Itsas Festibala 2022, que se celebra entre el 26 y 29 de mayo.
Después de recorrer medio mundo, Herrador, camino ya de los 61 años, no quiere dejar pasar la posibilidad de regresar a la localidad donde discurrió su infancia, entre maquetas de barcos, lecturas sobre navegación y paseos al puerto de la mano de su abuelo burgalés. Regresará a Pasaia, nada menos, que al timón del velero que siempre había querido, un barco artesanal que lleva su sello.
"De chaval siempre me decía que cuando fuera mayor tendría una goleta", cuenta este licenciado en Historia de la Filosofía, estudios que sacó adelante hincando codos por las noches. De hecho, con veinte años ya trabajaba en la Autoridad Portuaria, entonces llamada Junta de Obras del Puerto de Pasajes.
"El primer día de trabajo me preguntaron: bueno, chaval, ¿tú qué quieres hacer? Yo veía la Draga Jaizkibel y sus 60 metros de eslora y enseguida respondí: ir a la flota. Fue así como me hice marinero profesional; y a partir de ahí me aficioné más y más a la navegación", rememora este hombre de mar. Hizo después cursillos de vela y se tituló como patrón de cabotaje, siempre con la goleta de aquella infancia de navegante rondando en su cabeza.
'CEFALÚ': PRIMERA PRUEBA
La dársena guipuzcoana le ofreció un trabajo fijo, que con el tiempo acabó dejando. Pudo en él más su espíritu inquieto y aventurero, como cuando se cogió una excedencia para cruzar el Atlántico en velero. Ya por aquel entonces construyó en Pasai Donibane una embarcación de acero: Cefalú, con la que aprendió que culminar los proyectos cuesta más de lo previsto. Calculaba dos años. Fueron cinco.
Más de dos décadas después, Cefalú sigue navegando, aunque lejos de su constructor. Tuvo que vender el velero porque, por circunstancias de la vida, se marchó a vivir a Madrid. "En aquella época tuve otros trabajos, pero seguía estudiando todo lo relacionado con la ingeniería naval. De alguna manera, llevaba toda la vida preparándome para el momento", desvela. Encontró después un trabajo de patrón en Alicante, con el que descubrió que la navegación en el Mediterráneo tiene una temporada mucho más larga.
También aprendió que siempre hay tiempo para iniciar una segunda vida en pareja tras una separación. Conoció entonces a su mujer, de Murcia, con la que fijó su residencia en la Manga del Mar Menor, donde reside. "La idea de la goleta ahí seguía rondando. Son embarcaciones carísimas porque no se fabrican en serie, de modo que no tenía más remedio que construirla yo mismo. Era la única manera de acceder a ella", asegura.
Comenzó a estudiar barcos parecidos al que tenía tan presente en su mente. Como buen artista, supo mezclar trabajos elaborados por "diseñadores serios" para acabar creando su propio modelo. Era necesario cuidar tanto la parte estética del navío como la técnica, con un sinfín de cálculos él mismo realizó y que han contado con el visto bueno del ingeniero naval Antonio Rico.
RESINA Y PINO DE OREGÓN
Hasta que llegó el momento de ponerse manos a la obra en un solar, a cinco minutos en bicicleta desde casa, al que acudía todos los días después del trabajo. Fue haciendo acopio del material necesario. Adquirió primero la madera maciza (Pino de Oregón) que utilizaría para la estructura del barco y los mástiles. Después el contrachapado y la resina, los tres componentes principales en la construcción del barco.
"Los cálculos eran correctos y finalmente ha quedado todo como quería, muy bien en su línea de flotación", dice con satisfacción después de años de trabajo. No solo es una impresión personal. En el mundo de la vela clásica y de las embarcaciones de época, hay marineros de pedigrí que le han mostrado su sorpresa por lo bien conservado que está. Y la sorpresa ha sido todavía mayor cuando él responde que, claro que está bien conservado, como que es nuevo el barco. "Eso es precisamente lo que buscaba, que estéticamente parezca antiguo", desvela el marinero, que sigue siendo el mismo niño apasionado por la navegación, camino ahora de los 61 años.