Madrid - Ayer hizo 50 años que España cerró una verja alrededor de Gibraltar imponiendo un frontera dura e implacable entre el Peñón y el conocido como Campo de Gibraltar, una zona que hoy vuelve a vivir bajo la amenaza de quedar dividida si finalmente los británicos optan por salir de la Unión Europea sin acuerdo. Tras años de discusiones y negociaciones para amortiguar el golpe, la posibilidad de un Brexit duro que resucite las fronteras y frene en seco el tránsito de personas, mercancías y servicios en la zona vuelve con fuerza a tensar la relación. En primer lugar, la incapacidad de la primera ministra británica, Theresa May, para conseguir que el Parlamento diera el visto bueno al acuerdo de salida de la UE la ha llevado a anunciar su dimisión.
Segundo, el retraso en la aprobación de ese plan ha obligado a celebrar elecciones al Parlamento Europeo en Gran Bretaña, que ha ganado con holgura el principal partido en contra de la UE, el “partido del Brexit” del euroescéptico Nigel Farage. Y para acabar de enredar la situación, llega el presidente estadounidense, Donald Trump, en visita oficial al Reino Unido y azuza a los británicos animándoles a marcharse sin más de la UE y les tienta con firmar un “tremendo” y “ambicioso” acuerdo comercial con Estados Unidos. Del otro lado y para mitigar los efectos del Brexit, España y el Reino Unido ya han firmado varios acuerdos para regular las especiales relaciones con Gibraltar en materias como los derechos de los ciudadanos, sobre todo de los cerca de 25.000 trabajadores transfronterizos y de los miles de gibraltareños que tienen su residencia principal en España. Además, se han previsto mejoras en materias sensibles como la cooperación policial y aduanera, cuestiones de medio ambiente y el contrabando de tabaco. Todo esto quedaría en “papel mojado” si finalmente el Brexit es sin acuerdo, aunque para esta eventualidad el Gobierno ha aprobado un paquete de medidas “de contingencia” que regularía las relaciones en caso de Brexit duro.
Efectos nefastos Los efectos serán sin duda nefastos, pero no serán tan radicales como cuando el 8 de junio de 1969 el dictador Francisco Franco “cerró la verja” de un día para otro en protesta por la decisión de Reino Unido de dotar de estatuto de autonomía a este territorio británico.
El cierre fue total: por tierra, mar y aire. Hasta las líneas de teléfono quedaron cortadas. Entonces, familias enteras quedaron separadas por una verja a la que tenían que aferrarse para, a gritos, conocer el estado de sus seres queridos del otro lado.
Los más afectados, sin duda, los entorno a 30.000 gibraltareños que en aquellos tiempos vivían en La Roca y los más de 5.000 españoles que trabajaban en Gibraltar y automáticamente perdieron su empleo.
Hoy un cierre brusco frenaría en seco el tránsito diario de más de 7.000 coches, más de 350 camiones semanales de abastecimiento para el Peñón y, sobre todo, afectaría de lleno a las más de 13.000 personas que residen en España y trabajan en Gibraltar (unas 8.000 de ellas españolas). El descalabro sería de tal calibre que el propio ministro principal de Gibraltar, Fabian Picardo, ha asegurado hace unas semanas que, si finalmente no hubiera Brexit, se “cogería una tajada como un piano” para celebrarlo.
Pese a todos los temores y malos augurios sobre la salida del Reino Unido de la Unión Europea y de todos los buenos deseos para un futuro unidos y coordinados por normas de buena vecindad, lo cierto es que, para España el Brexit ha supuesto una “oportunidad histórica para un ajuste de cuentas, un reequilibrar de las balanza”, explicó un diplomático involucrado en las negociaciones.
No hay más que recordar que, cuando España entró en las Comunidades Europeas (CE) en 1986 tuvo que hacer decenas de concesiones al Reino Unido y asumir todos los beneficios y privilegios fiscales y comerciales aprobados en beneficio de Gibraltar. Desde entonces, la relación ha basculado entre los intentos de colaboración y diálogo impulsados por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, y el desafío frontal del Gobierno de Mariano Rajoy. Del Foro Tripartito impulsado en 2006 por el ministro de exteriores Miguel Angel Moratinos, que iba a suponer “la recuperación de la confianza y la cooperación”, al rotundo “Gibraltar Español” con el que el entonces eurodiputado José Manuel García Margallo recibió la noticia de que iba a ser titular de Asuntos Exteriores en el Gobierno de Mariano Rajoy. Y ahora, los días y días de negociaciones, cambios y precisiones no han hecho sino ahondar la desconfianza y las ganas de pillar al otro en un renuncio .