En esta ceremonia de la confusión y del trilerismo político que tiene lugar estos días a cuenta de la (imposible) investidura de Pedro Sánchez, tenemos a dos representantes vascos entre los protagonistas, ambos socialistas: Patxi López en calidad de presidente del Congreso y Rodolfo Ares como miembro de la comisión negociadora del PSOE. Me malicio que ambos están haciendo de las suyas. Sería excesivo concluir que Ares es responsable del berenjenal en el que se están convirtiendo las negociaciones en las que Sánchez ha pretendido hacer creer que sería capaz de lograr la cuadratura del círculo. El acuerdo alcanzado entre socialistas y Ciudadanos es excluyente en sí mismo. Para Podemos es inasumible por múltiples razones, pero también para los catalanes y sería incómodo para el PNV, por mucho que Rivera haya cepillado de manera notable los aspectos más espinosos sobre el autogobierno, sobre todo las diputaciones forales y el Concierto, aspectos ambos que en un principio proponía suprimir. Con todo, no es obviamente un pacto con agenda vasca, más bien al contrario. ¿De verdad podía esperar Sánchez que alguien se sumara a un acuerdo ya cerrado, negociado de manera opaca -ay, la propuesta aquella de Pablo Iglesias de retransmitir en directo las negociaciones, lo que nos íbamos a divertir- y sin más mimbres que un maquillaje de regeneración? Ares, que ha estado en mil y una negociaciones en Euskadi, sabe de sobra que eso es imposible. No sabemos qué le habrá dicho al candidato ni qué le habrá recomendado, como buen discípulo de Maquiavelo que es. Pero saber, sabía lo que el pacto con Ciudadanos significaba. Otra cosa es que sea precisamente esa la jugada del equipo de Sánchez, sabedor del fracaso seguro de sus distintas fórmulas para ser presidente.
Así que es posible que nos encontremos, a partir de ya, de la precampaña electoral para los próximos comicios del 26 de junio y que todo responda a esta lógica. No les arriendo la ganancia a ninguno.
La gestión del otro protagonista vasco, Patxi López, está siendo realmente singular. Ya va por la tercera chapucilla, y apenas se ha estrenado. La colocación de Podemos en el gallinero del Congreso no fue, obviamente, decisión suya, pero tampoco supo pararla, gestionar la situación y proponer una alternativa a lo que era un sinsentido. Después se ha liado con las fechas de manera inverosímil, de suerte que, según la primera propuesta, si las previsiones son acertadas y hay nuevas elecciones, no caerían en domingo, sino entre semana. Y eso, jamás. La democracia es una fiesta de guardar. Pero en la rectificación jugó para casa para dar mayor protagonismo a su jefe, Pedro Sánchez. Hasta el PP le amenaza con llevar el tema nada menos que al Tribunal Constitucional.
Estos días sin gobierno están siendo los más esperpénticos desde que el del tricornio y bigote entró en la santa casa de la soberanía popular.