mariano Rajoy, presidente con nervios de acero y proclive a dejar que los problemas se diluyan sin intervenir en ellos, estaba afrontando con la misma disposición de ánimo las elecciones del próximo día 20, convencido de que volvería a ganarlas y de que el PSOE quedaría en segunda posición. Ciudadanos quedaría en tercera plaza, sin suponer ninguna amenaza para su liderazgo. Podría pactar con ellos para garantizarse la estabilidad. Todas las encuestas le dan la razón en la primera parte, ya que auguran su victoria. El problema estriba en que la segunda plaza no está tan clara y podría ser Ciudadanos quien se llevara el gato al agua. Y es ahí donde se han encendido todas las alarmas. En el PP y en el PSOE.
El PP está convencido de que, si Albert Rivera se ve en esa posición de fortaleza, no dará sus votos a Rajoy. Las hipótesis van desde que Rivera se presente a la investidura hasta que pida un candidato alternativo dentro del propio PP. Ya se habla de la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría. Las encuestas han sentado peor aún en el socialismo, que ve peligrar su oportunidad de ser segunda fuerza y liderar el cambio. Bajo de moral y rozando la desmovilización en buena parte de las federaciones, el partido de Pedro Sánchez intenta por todos los medios concentrar todo el voto contrario a Rajoy. Repite con insistencia, en Euskadi y en España, que el voto útil es la papeleta socialista. Lo dijo el jueves y lo repitió ayer. Es su mensaje principal y el resto queda eclipsado. Ferraz ha dado toque de corneta y la situación comienza a parecer desesperada. Incluso ha desenterrado los papeles de Bárcenas, los documentos del extesorero del PP que apuntarían supuestos pagos en negro de empresarios y sobresueldos igualmente opacos entregados a varios cargos, entre ellos el propio Rajoy. El socialismo enarboló ayer los presuntos 350.000 euros que habría cobrado el presidente español.
Podría verse en la tesitura de tener que apoyar a Rivera tras las elecciones si Ciudadanos queda en la segunda plaza. Con ser preocupante, no sería el mayor de sus problemas ya que, probablemente, el batacazo le llevaría a renovar su liderazgo, y es ahí donde vuelve a emerger la andaluza Susana Díaz que, por cierto, ya gobierna con Ciudadanos en su comunidad.
Rajoy comienza a prodigarse por programas de entretenimiento. Ha aparecido en el show de Bertín Osborne y ha dado collejas a su hijo en tertulias deportivas, una apuesta que choca con las críticas que él mismo lanzó contra Albert Rivera por sus apariciones mediáticas. Ayer volvió a parecerse al aspirante de Ciudadanos, al invocar a una de las figuras más admiradas por Rivera, Adolfo Suárez, exlíder de UCD. En compañía del hijo de Suárez, Rajoy no descartó una reforma de la Constitución desde el consenso, y también puso en valor los grandes acuerdos de la Transición. El candidato se arrimó por sorpresa al discurso de regeneración de los partidos emergentes, aunque sea el único superviviente de la vieja guardia después de que dieran un paso atrás Alfredo Pérez Rubalcaba (PSOE), Cayo Lara (IU), Rosa Díez (UPyD) y hasta el rey Juan Carlos I. Como tercer argumento, el PP pidió otra vez dejar gobernar al más votado. Es decir, según sus pronosticos, él mismo.
En ese río revuelto, sin alianzas claras, vuelve a tener opciones el PNV, que siempre ha jugado la carta de la estabilidad para rascar inversiones para Euskadi. Sánchez llamó ayer a los socialistas a liderar el cambio y pactar con otros partidos, entre los que citó expresamente a los jeltzales.