EstA historia empieza cuando descubrí que me había perdido el mejor libro de Mario Vargas Llosa. Le acababan de dar el Nobel de Literatura. Yo había leído varias cosas, las más evidentes, pero me había saltado Conversación en la catedral y a Juan Ignacio Pérez Iglesias le pareció que en realidad, no tenía autoridad para hablar del escritor peruano.

La recomendación fue una de las mejores que he recibido: Vargas Llosa no se lo tiene que saltar nadie. Y ese libro, menos. Por eso le pregunto al autor qué traslación haría hoy de aquella pregunta, tan usada, tan profunda por universal que formula Zabalita: ¿Cuándo se jodió el Perú? ¿Qué le parece a Vargas Llosa? ¿Cuándo se jodió España? Por concretar, la España que él imagina. La anterior a ser marqués por decreto real.

Sí, este intelectual, como muchos otros, abandonan rápidamente su racionalidad para apuntarse a las hinchadas ultras de las que tanto abominan, escriben una cosa en sus libros y la contraria en sus artículos. El escritor genial reniega de los nacionalismos, del resto, y decía cuando recibió el premio de la academia sueca: "Ojalá que los nacionalismos, plaga incurable del mundo moderno y también en España, no estropeen esta historia feliz". ¡Y tan feliz para usted! Siete años antes, en medio de la polémica sobre quién tenía derecho a la obtención de la nacionalidad española, a él se la dieron por vía monárquica saltando la lista de espera. Un carril totalmente democrático, claro. Al rey lo que es del rey y a Vargas lo que no le dieron a sus compatriotas. Añado: perdió las elecciones en su aventura política cuando decidió que volvía a ser el más peruano de los peruanos. Esos nacionalismos de ida y vuelta...

Así cualquiera es el primer español, entrando al nacionalismo por la puerta trasera y nombrado nada menos que marqués. Por eso, y supongo que por convicción, dedicaba estos epítetos nada intelectuales al nacionalismo en general y al catalán en particular en El País hace unas semanas: "minoría burguesa y conservadora" , "inexactitudes, fantasías, mitos, mentiras y demagogias", "No es una doctrina política sino una ideología (?) está más cerca de un acto de fe", "construcción artificial (?) incluso en las sociedades más cultas", "niños adoctrinados", "demagogos" (ahí se repite el gran escritor), "fanáticos", "maraña de tonterías, lugares comunes, flagrantes mentiras", "endeblez y falsedad", "época antidiluviana de la tribu", "dogma civil y retardatario", "epifenómeno de la colectividad, sin vida propia". Seguiría, pero hay una frase que merece un aparte. Escribe Vargas Llosa: "Pertenecer a una nación no es ni puede ser un valor o un privilegio".

Los nacionalistas vascos, y cualquier nacionalista, no necesitan ser intelectuales para aceptar una premisa que lleva implícita el sentido común. Lo llevan siglos aceptando. No en colectivo. Persona a persona. Pero dígame, señor Vargas, ¿acaso no ha empleado su privilegio para encontrar la nación que le apetecía? Supongamos que no lo hizo, aunque ser consecuente suele ir con el intelectual: ¿Los militares de La ciudad y los perros a quién se parecen? ¿A los militares nacionalistas españoles a los agentes de la Ertzaintza o a los Mossos catalanes? Escriba sobre eso.

Vargas Llosa es genial hasta para montar una guerra. Su aportación a la convivencia es nula. Por eso le premian, porque los premios los dan los instalados. También las montó cuando después de ser "fidelista" al estilo cubano (su discurso en 1967 al ganar el premio Rómulo Gallegos tampoco tiene desperdicio) se volvió conferenciante antifidelista. Le costó unos cuantos miles de muertos darse cuenta. Si es que la coherencia de algunos que llevan la etiqueta de intelectuales contemporáneos es así, voluble, según vengan los premios, según la nacionalidad que escojan, según de dónde vengan los muertos y el viento.

Tomo al escritor peruano, y desde hace poco español fervoroso, como ejemplo de la peor aportación que muchos intelectuales (título muy discutido) hacen en tiempos de zozobra. En Euskadi tuvimos una UPV convertida en trinchera hasta que llegó el antes citado Juan Ignacio Pérez Iglesias como rector. Entonces, la universidad, cuna de intelectualidad, nos devolvía como pago de nuestros impuestos lo peor de la radicalidad. El Departamento de Periodismo era especialmente convulso, con cruce de insultos, amenazados, amenazadores: un desastre. Resumo el resto: Basta Ya, Savater, Juaristi y los líos cuando hubo problemas para repartirse la pasta, plataformas de curas trabucaires, germinar de asociaciones que pensaban con la izquierda y cobraban con la derecha, etc.

Corro adelante la cinta: nos encontramos ya en 2013. ETA no asesina, Vargas Llosa está preocupado por un movimiento civil y democrático, Juaristi y Savater ya tienen su cacho por ahí, y nosotros necesitamos que los intelectuales vascos den un paso adelante.

No para decir lo que nos gusta escuchar, sino para alumbrar el camino, para darnos pistas que se salgan del lenguaje tabernario de los que llevaron a Pantaleón a regentar los puticlús de las visitadoras diciendo que era una orden.