Ni champán, ni fiesta ni cohetes. Más bien todo lo contrario. Indiferencia, hartazgo y, sobre todo, incredulidad. El asunto de Garoña hace ya tiempo que cansa entre el vecindario que circunda a la polémica planta atómica, que supuestamente el pasado sábado cesó oficialmente en su actividad desde que Franco la inaugurara hace 42 años. La decisión de Nuclenor, la compañía propietaria, de no reanudar su actividad -se encuentra en parada técnica desde el pasado mes de diciembre- y aprovechar el año de prórroga que el Gobierno le acaba de conceder para replantearse su futuro es algo que no ha pillado por sorpresa a ningún vecino de la zona. El sentir mayoritario en Espejo, Barrio y Tuesta, por ejemplo, coincide con el hastío de lugareños como Ángel Poza, un jubilado de Valdegovía que denuncia abiertamente "el paripé" que supone "este nuevo circo que nos han montado los políticos y las empresas". Una penosa situación, añade, que tristemente concluirá con el final que todo el mundo conoce, la continuidad sine die de Santa María de Garoña. La central más antigua del Estado y un nido permanente de enfrentamiento y polémica que incluso es capaz de dividir a los vecinos de una misma localidad. Es lo que tiene la crisis y el paro, que tienden a desembocar en extrañas coincidencias que en este caso juegan a favor de Nuclenor. De ahí que lo normal es que la actividad atómica siga "más pronto que tarde", intuye sin mucho convencimiento la panadera de Espejo, Maribel Bolinaga, que lleva más de veinte años despachando pan y conviviendo con la llamada "amenaza nuclear", una expresión a la que nunca ha hecho demasiado caso. "¿Qué más nos da que la quiten de ahí al lado si a menos de cien kilómetros, en Francia, tenemos otras tantas?", interrumpe Ángel Poza, que apura el pago de la barra y el periódico con otro mensaje cargado de sensatez. "¿Y quién quitará la mierda que esto deje luego o, peor aún, quién la cuidará cuando la empresa se marche? Las mismas trampas de siempre son las que acabaremos pagando los tontos de siempre", concluye con rabia contenida.

A pocos metros de allí, en el Bar Ruiz, su propietario apura una clara tras la barra mientras despacha a varios clientes que se lo toman con calma. Uno de ellos, el más veterano, prueba suerte en la máquina tragaperras; el segundo, cercano a los 40, ultima un botellín de cerveza antes de marcharse al "curro" mientras protesta por "la misma mierda de siempre que es esto (Garoña)". Preguntando por su postura en torno a la central accede a seguir opinando sólo si es desde el anonimato. "La central va a continuar abierta fijo, ponlo bien grande. El paripé que están montando en los últimos meses sólo es para callarnos la boca un rato", insiste el joven ante la mirada de Joserra Urrutikoetxea, un vecino de Vitoria que suele pasar el verano en este pueblo y que desea "fervientemente" el apagón de Garoña. También atiende José Manuel Orruño, el propietario del bar, que desde luego no demuestra una actitud tan beligerante hacia lo nuclear. Es más, parece que el hastío después de tantos años de "inútil" debate ha terminado por contagiarle hasta el punto de mostrarse indiferente ante el cierre o la continuidad. "Al final se hará lo que ellos quieran y el resto volveremos a tragar".

Ni el premio que acaba de dar la máquina ni tan siquiera las espectaculares imágenes de un tren descarrilando en Canadá que en esos momentos está emitiendo la televisión del bar distrae a los contertulios del local, a los que pronto se une Yolanda Zofio, una bilbaína que acaba de trasladarse a vivir a Pinedo, y que contrariamente al resto, se muestra partidaria de la continuidad de la central. "Entiendo que nunca ha habido problemas y que la seguridad es buena, y además nos aporta una energía más barata, que es lo que todos queremos en el recibo de la luz, ¿no?", despacha ante los presentes sin que nadie sepa, o no pueda, contrastarla. "Eso es cierto. Al final de lo que se trata es de pagar menos por la luz y con Garoña parece que se logra", es todo cuando acierta a decir uno de los clientes.

peligrosa indiferencia Mientras tanto, fuera del bar la temperatura a media mañana continúa imparable. Casi 33 grados que lugareños como el octogenario Elías soportan sin pestañear viendo pasar la vida desde el raso de su casa. Elías es el vivo ejemplo de que el tema Garoña hace tiempo que "aburre" a vecinos como él. Así que la noticia del cierre oficial del sábado no le provoca la menor reacción. "¿Que la van a cerrar? Pues bien, será porque es mejor, ¿no?", responde ante la mirada inquisidora de su mujer, que acaba de salir como un resorte de la casa con cara de pocos amigos hacia los periodistas.

A las bilbaínas Esti, Izaskun, Itziar y Agurtzane, en cambio, lo de hablar en público no es ningún problema. Es más, hasta son ellas las que organizan al fotógrafo. De vacaciones en Espejo, no parecen estar muy al tanto de la problemática de Garoña, ni del supuesto cierre de la planta, que prefieren obviar amparándose en "el recibo de la luz, lo bien que se come en Lantarón y lo calentita que la central nos deja el agua del río". Peligrosos conformismos.