POCOS sufrimientos resultan tan reconfortantes como el Camino de Santiago. Vía de peregrinación milenaria que recorren los peregrinos procedentes de España y Europa hasta alcanzar la ciudad de Santiago de Compostela, donde se veneran las supuestas reliquias del apóstol Santiago, el Mayor. Durante toda la Edad Media fue una ruta muy concurrida que siglos después cayó en el olvido hasta nuestros días, donde ha vuelto a tomar un peligroso auge social que amenaza con trivializar el verdadero espíritu del Camino, que no es otro que cumplir con un viaje iniciático donde no sólo se peregrina físicamente sino también desde el interior del propio alma. Es lo que reza, al menos, la norma no escrita que defienden los guardianes de esta ancestral ruta.
En Álava, esta fiebre xacobea también viene de lejos. Y hay tantas razones para explicarlo como personas decidan realizar tan singular travesía. Los hay que asumen el reto tras una promesa contraída con el santo, normalmente a raíz de una desgracia personal o una enfermedad. Los hay también que sólo buscan en esta aventura una experiencia deportiva más y los que, sobre todo, no ven satisfecha su devoción por Dios si no es complentado la llamada Ruta Jacobea, cuyos cánones exigen que sea transitada al modo tradicional, esto es, andando. Una opción durísima que ha provocado en los últimos años la aparición de alternativas más asequibles como la bicicleta o el caballo, lo que ha modificado igualmente el perfil del peregrino, "ahora casi multicolor", lamentan con ironía los defensores de este dogma.
Del interés que esta ruta despierta en los alaveses da una idea la memoria de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago de Álava, cuya sede en la calle Zapatería tramitó el pasado año 1.052 credenciales, esto es, el pasaporte del peregrino necesario para recibir al final del trayecto la tradicional Compostela, un documento del Cabildo Catedralicio de Santiago que certifica la peregrinación a pie o en bicicleta por motivos religiosos o espirituales. De ese millar de peticiones, la gran mayoría (933) completó la ruta a pie, 418 optaron por las dos ruedas y cinco se decantaron por la opción equina. Fue una cifra importante para esta Asociación, que se fundó en 1990 y que en la actualidad cobra vida merced a sus algo más de 500 socios. Según reconoce su actual presidente, Javier Corcuera, las cifras del pasado año coinciden con las de los mejores años del Camino, especialmente los xacobeos, que encajan en el calendario cuando el 25 de julio coincide en domingo, una excepcionalidad que ya se dio en 2010 y que no volverá a repetirse hasta el año 2021, advierte el presidente.
una mochila muy pesada A pesar de eso, el tirón continúa aumentando y ganando adeptos. Lo demuestra el registro de solicitudes de la Asociación, que en lo que va de año ha tramitado casi 700 pasaportes para iniciar el viaje hasta Galicia desde Roncesvalles, Vitoria, Santo Domingo de la Calzada o Frómista. De mantenerse el ritmo actual de preinscripciones, avisa el presidente, "el número de peregrinos alaveses superará al de el año pasado, algo fantástico".
Pero, ¿qué esconde realmente el Camino de Santiago que engancha tanto? La respuesta es relativamente sencilla, al menos para un vitoriano como Jon González, que a sus 80 años ha completado 20 caminos y ya está preparando el siguiente, que iniciará el año que viene. "El Camino es convivencia y solidaridad, pero sobre todo es algo espiritual que cambia a las personas por dentro. Sin duda es realmente emocionante", relata con sentimiento a los pies de su otro santo, el de San Prudencio, donde gracias a la propuesta de este periódico acaba de conocer otro caso singular en Álava vinculado con la locura santiaguesa.
Se trata de Francisco Javier San Vicente, que de momento lleva completadas con éxito otras 17 travesías. En su caso, además, con orígenes tan diversos y lejanos como Sevilla, Barcelona, Lisboa, París, Le Puy (Francia) o Roma, de cuya gesta da cuenta la tarjeta de visita que siempre lleva encima: peregrino y romero. Reconoce este alavés de 77 años nacido en Kontrasta, en pleno Valle de Arana, y que trabajó, entre otros, en la central eléctrica de dicha localidad, arreglando cafeteras en Vitoria después y, finalmente, en la entonces emergente Michelin, que le prejubiló con 57 años, que la ruta romana, de 2.750 kilómetros de distancia, fue sin duda una de las "mayores locuras" que ha cometido en su espartana vida. La culpa, recuerda, la tuvo el párroco de su pueblo, Alfonso Ocio, que en 1996 le animó a acompañarle hasta Santiago en uno de sus viajes. A aquella primera experiencia le seguiría otra más al año siguiente y otra un poco después, y así hasta que "el gusanillo de Santiago terminó por engancharme".
Según el póster que un amigo del municipio alavés le ha diseñado con todas sus hazañas xacobeas, el viaje desde la capital romana le costó 74 días. Partió rumbo a Finisterre un 24 de abril y llegó al "fin del mundo" el 6 de junio, con una mochila de 14 kilos que paulatinamente fue "adelgazando" conforme sellaba su acreditación en los albergues, posadas y refugios que visitó en su particular peregrinar. "Pagué la novatada", lamenta hoy.
La historia del Camino de Santiago es la historia de sus peregrinos. Y es a partir del siglo X cuando el número aumenta extraordinariamente. El repunte no es casual. Coincide con el fin de una época de aislamiento en Europa donde sus pueblos inician contactos e intercambios, sobre todo del tipo religioso, que harán de la peregrinación la forma más difundida de devoción.
75 kilómetros al día Siglos después, el vitoriano Jon González mantiene vivo ese mismo espíritu. El mismo que le ha llevado a completar "inconsciencias" como la que protagonizó en 1995, cuando completó en sólo nueve días la distancia que separa Roncesvalles de Compostela. Casi 800 kilómetros a pie que realizó a una media de 75 kilómetros al día, que se dice pronto. "Fueron jornadas de casi 15 horas, pero siempre he gozado de unas buenas condiciones y las lesiones, además, me han respetado", explica con una sencillez llamativa este exprofesor de Educación Física en Diocesanas durante 39 años, un detalle, sin duda, que ayuda a entender su devoción por las grandes marchas.
Añade a continuación que esta afición no termina en el Camino. Recuerda y explica con meridiana claridad otros recorridos "igualmente duros" dentro del ámbito aficionado y algunas salidas de carácter solidario como las que realizó a mediados de los 90 hasta Zaragoza para exigir la liberación del empresario Publio Cordón, secuestrado por los GRAPO, o hasta Burgos para demandar igualmente la puesta en libertad del funcionario de Prisiones José Antonio Ortega Lara, privado de libertad por la banda terrorista ETA durante 532 días. "Era lo menos que podía hacer", justifica este vitoriano años después. De regreso a la ruta jacobea, insiste González en que a pesar del gran número de rutas que existen para alcanzar la Plaza del Obradoiro, "ninguna despierta la emoción y el sentimiento de la tradicional", que arranca en esa merindad de Sangüesa que es Roncesvalles y que el año que viene volverá a "trabajar" desde O Cebreiro hasta Muxía. Acompañado siempre de su inseparable bastón -tallado por él mismo en madera de avellano con recuerdos y citas de la ruta peregrina-, no esconde tampoco momentos duros y "pájaras de campeonato" que muchas veces surgieron por el "exceso de confianza", un error de principiante tan habitual como las rozaduras, ampollas y tendinitis que surgen al final de cada etapa. Dolencias que amigos de la ruta acostumbran a sanar con métodos tan arcaicos como eficaces. Y ahí recuerdan al unísono estos dos alaveses el santo remedio del "hilo y la aguja" para curar las temidas ampollas y poder continuar la marcha al día siguiente, una solución de urgencia de la que, afortunadamente, no han tenido que echar mano con frecuencia, y eso que sobre sus piernas descansan grosso modo más de 40.000 kilómetros en los últimos años, un perímetro suficiente para completar una vuelta al mundo.
"Superé mi enfermedad" Tratar de alcanzar semejante reto no fue, ni mucho menos, el objetivo del vitoriano Pedro Aznar, que el pasado 24 de mayo inició su particular aventura hasta Santiago en compañía de dos amigos. "Fue un ejercicio de superación, de querer saber realmente si después de la grave enfermedad que pasé el año anterior podía sentirme igual que el resto y completar el mismo esfuerzo". Y así fue. El 1 de junio, nueve días después de su partida desde Vitoria, arribó pletórico en Obradoiro. Elevó su pesada bicicleta al Santo en señal de victoria y proclamó su compromiso con la vida. Es la magia de esta ruta milenaria, siempre capaz de "agitar" el interior de las personas.