DE este titular hicieron bandera, negocio y justificación los más conspicuos prohombres del navarrismo navarrero para implantar un régimen excluyente basado en la apropiación del poder, el clientelismo y el rechazo al diferente.
"Si se hunde el mundo que se hunda, Navarra siempre p'alante".
"Navarrico valiente nadie puede con ti, que ni Dios pué contigo pues que Dios te hizo así".
Coplas de este pelo, alusiones a ese rey que cada navarro lleva dentro voceadas en jotas bravuconas y paletas hinchando la vena, son la banda sonora de quienes se atrincheraron en la obsesión navarrera foral y española en contraposición a la Navarra plural que es una realidad incuestionable, se acepte o no que fuera conquistada y anexionada por las armas castellanas en 1512. En esa trinchera coincidieron protagonistas y descendientes de los golpistas del 36, de los requetés voluntarios dispuestos a acabar a cristazos con las hordas rojo-separatistas, advenedizos enriquecidos en el franquismo y poderes fácticos espirituales y mediáticos.
En nombre de esta Navarra casposa y reaccionaria, Jesús Aizpún Tuero fundó Unión del Pueblo Navarro (UPN) en 1979, después de que en 1978 abandonase la UCD en discrepancia con la Disposición Transitoria Cuarta de la Constitución española que preveía la incorporación de Navarra a Euskadi si así lo decidiera el Parlamento y lo refrendase el pueblo navarro en referéndum. A impedir esa posibilidad dedicaría Aizpún todas sus energías convirtiendo UPN en una muralla contra cualquier aproximación institucional, social, cultural o económica a la Comunidad mugante por el norte.
La UPN de Aizpún, a cuyo empeño se unió con entusiasmo el PP navarro, desde su posición social de jauntxos difundió entre buena parte de la sociedad navarra la alarma ante una imaginaria invasión bizkaitarra y se convirtió en parapeto contra la amenaza de "que vienen los vascos".
En lo político y social, UPN ha venido siendo un baluarte de la españolidad traducido en beligerancia enfermiza contra todo lo vasco léase idioma, cultura, o seña de identidad. En lo institucional, en base a su patológico antivasquismo, UPN ha impedido cualquier iniciativa compartida, marginando toda disidencia y renunciando con arrogancia a la riqueza de su propia diversidad.
UPN se erigió en defensora del Amejoramiento del Fuero, chapuza que en 1982 pactó con el PSN como actualización del régimen foral navarro a modo de texto constitucional para la autonomía uniprovincial, texto que jamás fue sometido a referéndum por el pueblo navarro. El compañero de viaje, segregado del PSE con todas las consecuencias, fue cómplice desde la presunta izquierda para la travesía de treinta años de la Navarra foral y española convertida en cuestión de Estado.
La Navarra plural quedó reducida a pura entelequia ante el poder unido del navarrismo regionalista de UPN/PSN, erial al que contribuyó en buena manera la enloquecida actividad de ETA que creó tanto odio y tanta animosidad contra todo lo que se moviera en torno a lo vasco.
Mediados los ochenta, los socialistas navarros se enfangaron en la más zafia corrupción, la de echar mano a la caja y llenarse los bolsillos, lo que les valió un castigo en las urnas del que aún no se han repuesto dejando el paso libre a UPN ya desde hace 23 años, con la excepción del breve Gobierno tripartito que duró meses a causa de los antecedentes corruptos del presidente socialista Otano.
A aquella corrupción cutre y desaprensiva sucedió otra depravación de guante blanco propiciada por una UPN crecida, ocupada en solitario en invadir todas las parcelas del poder. Así se creó el cortijo bajo la presidencia de Miguel Sanz, en el que se fraguaron nuevas complicidades que enriquecieron familias, clanes y amigos. Se estableció un Régimen de impunidad al amparo y con la presidencia de Caja Navarra, de cuya teta tiraron fuerzas vivas, sindicatos, medios de comunicación e ilustres PTV (pamploneses de toda la vida). Todos ellos unidos en defensa de esa Navarra foral y española (curiosa contradicción) que ha batido el penoso récord de ver comparecer ante los tribunales a cuatro de sus presidentes: Jaime Ignacio del Burgo acusado de malversación de fondos; Gabriel Urralburu, condenado por cohecho y delito fiscal; Javier Otano, implicado en la trama Roldán-Urralburu, y Miguel Sanz, imputado por delito de cohecho. Y podrían ser cinco si Yolanda Barcina deja de ser aforada.
Esta es la realidad de la Navarra foral y española, que se aferra al poder agónica, desesperadamente. La Navarra foral y española que en sus estertores pretende sacar pecho en su obsesivo y acomplejado antivasquismo a cuenta del mapa del tiempo de ETB como última y grotesca anécdota.
Los gobiernos de UPN han llevado a Navarra al estado de postración en que se encuentra, una comunidad empobrecida, un desempleo pavoroso, unos servicios sociales degradados y una corrupción institucional rampante. Abandonada, y menos mal, por sus efímeros socios del PSN, Yolanda Barcina y sus compañeros de presunta rapiña deberían dejar paso a la regeneración de un Gobierno de progreso, un Gobierno que asuma la pluralidad navarra, acabe con el clientelismo y se libere del control de los poderes fácticos de siempre. Y para eso es necesario no improvisar y tejer un laborioso espacio de acuerdos y complicidades, dejando de lado golpes de efecto y protagonismos partidistas.