por fin, y ya era hora, los resultados de las elecciones del 21-O reflejan la realidad sociopolítica de la Comunidad Autónoma Vasca sin el artificio de las trampas legales ni la coacción de la violencia. Ya no hay excusas. Esta sociedad ha querido que los cuatro próximos años saquen el país adelante los representantes de las formaciones más votadas, y ellos están obligados a cumplir con eficacia la misión que se les ha encomendado.

Sin paños calientes, en la CAV están encendidas todas las luces de alarma relativas al desempleo, a los derechos sociales, a la viabilidad empresarial, a la financiación, a la sanidad, a la educación, al desarrollo tecnológico; a los mínimos de calidad de vida, en definitiva. Los efectos de la crisis están siendo demoledores y no vale mirar alrededor como el sabio de la fábula y consolarse por el hecho de que otros estén peor.

Uno de los principios básicos de la democracia es que los elegidos por la ciudadanía para gobernar sean responsables de hacerlo bien, de buscar por todos los medios soluciones a los problemas estructurales o coyunturales que se presenten. Sin embargo, a lo largo de la historia se ha podido comprobar que la clase dirigente -o "la clase política", como se viene definiendo a los que se dedican a la cosa pública- demasiadas veces se ha limitado a representar un papel de lobby dedicado a favorecer a sus partidarios con empleos y prebendas, sin asumir la responsabilidad de mejorar las condiciones de vida de la sociedad, que es la función para la que fueron elegidos.

En los últimos tiempos se están viendo señales claras de hartazgo, de distanciamiento entre la ciudadanía y la clase política, precisamente porque es demasiado evidente que no ha sabido o no ha querido poner remedio a la penosa situación en la que se encuentra buena parte de nuestra sociedad. Sin llegar a la drástica aunque saludable solución adoptada en Islandia, movimientos como el 15-M, o 25-S y numerosos sondeos sociológicos están demostrando que los políticos pueden llegar a ser un problema en sí mismos.

Teniendo en cuenta la grave situación en la que se encuentra el país y el grado de conciencia que se supone a la sociedad vasca, no se les podría perdonar a los políticos cualquiera de estas dos circunstancias: que no supieran presentar un plan para salir de la crisis, o que por intereses partidistas ese plan quedase bloqueado.

De lo conocido hasta ahora, parece que los cinco partidos con presencia en el Parlamento Vasco están dispuestos a llegar a acuerdos. Serán acuerdos complicados, por supuesto, pero inevitables. El PNV, en su calidad de convocante y en su responsabilidad como partido más votado, ha situado los acuerdos en tres parámetros fundamentales: salida de la crisis, consolidación del proceso de paz y ampliación del autogobierno. Que ello se haga en Gobierno de coalición, o con acuerdos parlamentarios, o recurriendo a la "geometría variable", será cuestión de viabilidad y de capacidad de diálogo. Pero, al menos de acuerdo al discurso conocido, en lo que parece haber mayor consenso es en afrontar con prioridad soluciones para buscar una salida a la crisis económica, financiera y laboral.

Y en esto, en ponerse a trabajar para recuperar el pulso económico, la ciudadanía vasca no va a aceptar que se pongan palos en las ruedas por intereses partidistas, no va a comprender que se rechacen propuestas de solución por mantener intactos los propios programas, no va a perdonar que el bienestar del país se ponga en riesgo por la arrogancia de no querer ceder. En una política de acuerdos, a la que al parecer todos están dispuestos, la cesión de cada parte es imprescindible y todo lo demás sería pura hipocresía y, lo que quizá es peor, una imperdonable irresponsabilidad.

Los partidos que representan a la oposición en el Parlamento Vasco, por supuesto que tienen el derecho y la obligación de ejercer el control sobre el Ejecutivo. Pero una cosa es oposición y otra obstrucción. La sociedad vasca, agobiada por una crisis pavorosa, ahora menos que nunca aceptará que los partidos de la oposición ocupen todas sus energías en desgastar a quien gobierna, según el proceder habitual de la práctica parlamentaria que tanto ha alejado a los políticos de la sociedad. Desde el máximo respeto a los programas de cada uno, es la hora de la responsabilidad, del trabajo conjunto y de acordar prioridades aplicando una exquisita sensibilidad hacia lo que la mayoría de los ciudadanos demandan.

Evidentemente la aritmética endiablada salida de las urnas no facilita acuerdos estables, pero con la que está cayendo van a ser necesarios.