Seguid hambrientos, seguid alocados", lanzó a modo de soflama y cierre Steve Jobs el 12 de junio de 2005 durante el discurso de la ceremonia de graduación de los alumnos de la Universidad de Stanford en San Francisco (Estados Unidos). Con el paso del tiempo, aquella disertación frente a los estudiantes fue celebrada con gran entusiasmo entre la audiencia como uno de las conferencias más brillantes que se recuerdan. El lema final, esa frase, que empleaba a modo de mantra, sedujo a Jobs en los febriles 70. Era el epílogo de 'The Whole Earth Catalog'. La leyenda de un pie de foto de una imagen donde asomaba una carretera atravesando el campo con el pespunte de la mañana. Una invitación a la aventura. Al viaje. Al futuro. A lo desconocido. "Si algo me ocurre, no será una fiesta, pero hay mucha gente capaz en Apple para sucederme", dijo Jobs cuando la enfermedad, un cáncer, le rodeó hasta apagarle hace un año.

El apetito, la voracidad, es la gasolina que alimenta a Apple, que continúa la hoja de ruta un año después de la muerte de Steve Jobs, el mago de Cupertino (California), un hombre capaz de fagocitar la empresa por su omnipresencia en cada palmo y de alterar la leyes que rigen el mercado, de generar la demanda, de caminar por delante del resto. El creativo y visionario Jobs acudía al legado del revolucionario Henry Ford cuando emprendía otro acto contracultural, otro gadget con el que alimentar a los 'sectarios' clientes de Apple, una religión tecnológica. Decía Ford, el fabricante de automóviles que democratizó su venta, que si hiciera caso a sus clientes debería hacer caballos más rápidos. Él les dio coches. Así pensaba Jobs. En otro dimensión. A lo grande. Impulsándose con saltos mortales hacia lo inexplorado. Con es catecismo construyó un imperio, su criatura, Apple, a la que profesaba un amor infinito, ilimitado, que convirtió gracias a sus hits en la segunda mayor empresa en bolsa, únicamente superada por la petrolera Exxon-Mobile, el mamut estadounidense que depende de la valija diplomática y de la geoestrategia además de los pozos de petróleo para operar en el mercado.

La tecnología, empero, discurre por el carril izquierdo. Es velocidad. La industria de los esprinters, pero también de los soñadores, de la gente capaz de prever los giros del futuro, de anticiparse. Por eso se temía en Cupertino, sede de la empresa en San Francisco, la esquela de Jobs, su guía, el dinamo de Apple, el líder único. Jobs era Apple y Apple Jobs. Unicelulares. Jobs estaba presente en cada decisión, en cada vericueto, implicado hasta el tuétano. Lo mismo gobernaba el timón, que daba el visto bueno final a los productos o elegía el suministrador de café para la cafetería de la sede central. Convincente orador, era la voz y la garganta de Apple en cada presentación, elegante e impactante, cuidadas como si de un estreno operístico en la Scala de Milán se tratara. Admirador confeso de la belleza -criticó a otras compañías que competían con la suya por la fealdad de sus productos, por su escaso atractivo-, la imagen de Jobs, el retrato de la compañía en cada puesta en escena de sus artilugios, respondía a su uniformización, uno de sus sellos.

Refugiado en unas gafas de montura la aire, acariciado por un jersey negro de cuello alto, sostenido por unos tejanos azules y unas zapatillas deportivas, el genio no dejaba ni un solo centímetro a la ruleta de especulación. Menos aún a la improvisación. El mercado sabía cuál era el perfil de Jobs, inequívoco, y también lo que Apple ofrecía: la excelencia. El valor, un insuperable intangible, de evitar la decepción, vinculando funcionalidad y belleza. Sobre esa idea motriz, la compañía parida por Steve Jobs, para algunos un purista al que comparaban con Trotski, y Steve Wozniak en un garaje, se propulsaba conjugando términos como revolución, innovación y anticipación y que enlazaban irremediablemente con la fascinación que generaba en su legión de admiradores, grupis de Apple.

transición Apagada la luz de Jobs, su mirada, los ojos que intuían el mañana, responder a las exigencias y anhelos de los consumidores es el gran desafío al que se mide la compañía de la manzana. El legado de Jobs -"un visionario", según Bill Gates, máximo mandatario de Microsoft y probablemente su némesis- resulta tan voluminoso y trascendente como complejo de gestionar. La administración de esa ingente herencia, de esas enormes expectativas, es el homérico reto que debe afrontar Apple. El sillón lo ocupa Tim Cook, en el que Jobs delegó durante diferentes fases de su dolencia hasta su muerte el 5 de octubre del pasado año. Siendo el jefe, Cook, menos hermético y más flexible que el implacable y perfeccionista Jobs, se ha apoyado en la guardia pretoriana, el núcleo duro, que gobernaba junto al líder de la manada, el macho Alfa de Apple, para prolongar la extraordinario andadura de la criatura. Cook, al que describen como una persona educada, metódica, firme, pero amigable, fue el báculo de Jobs, su mano derecha, durante 13 años. Ahora Cook es el hombre que lleva el timón de la empresa tecnológica más reconocida y envidiada por su huella e impacto en la sociedad, detrás del rastro de los productos de Apple, puro fetichismo.

Cook, que mantiene la misma idea empresarial que Jobs, es la pantalla de inicio de Apple, su rostro. También con gafas, pero que prefiere la camisa, negra, eso sí, para acompañar a sus jeans. El ejecutivo fue quien alumbró en la alfombra roja el Iphone4, un día antes del fallecimiento del líder carismático, Iphone 4s, una evolución del rompedor Iphone 4, y el que relevó el pasado mes el esperado Iphone 5, la última incorporación al catálogo de Apple después de la nueva tableta. En su gateo, el móvil ha resultado un éxito de ventas absoluto (vendió cinco millones de unidades en los primeros tres días en el mercado) en que superó en sus primeros días el registro de su antecesor. Las grandes cifras, doce meses después, abrazan a Apple con enorme cariño. Incluso con más fuerza que antes. Por vez primera en su historia las acciones de la compañía en en el parqué de la Bolsa de Nueva York escalaron hasta cotizar a 700 dólares por título el mes pasado. Fue el 18 de septiembre. Apple se pelea en el parqué bursátil con Microsoft, la otra gran compañía tecnológica, a la que adelantó en abril.

Tres semanas antes de la cota máxima alcanzada por las acciones, el 24 de agosto, un jurado federal de los Estados Unidos ordenó el pago a Samsung, su principal competidora en el negocio de telefonía móvil y tabletas, de mil millones de dólares a Apple al estimar que la empresa coreana había copiado patentes de la compañía californiana para incorporarlas a sus productos. Durante el litigio, que aún continúa en otras países y cortes de justicia (un juez del distrito de Tokio sin embargo no deduce que haya plagio), Tim Cook negoció con Samsung para alcanzar un acuerdo extrajudicial. No lo consiguió. Algo que Jobs jamás hubiera intentado. Radical en muchos de sus postulados, Jobs juró gastar hasta el último centavo de la empresa en contra de Android, el sistema operativo para móviles y tablets más empleado del planeta porque entendía que se habían beneficiado de las patentes de Apple. A aquel episodio lo bautizó él mismo como la guerra "termonuclear". Nunca se encendió tamaña maquinaria bélica.

¿desarrollo o revolución? Los pleitos para Apple son, por el momento, otros, menos beligerantes, pero que demandan la adopción de ciertos riesgos, que Cook ha evitado con una transición serena, observando el curso del río, pero sin interferir en su caudal y menos aún en su recorrido. Por eso, entre los más fervientes seguidores de la empresa -son miles los que son capaces de pasar noche alrededor de las tiendas para hacerse con sus productos más novedosos- está enraizando la idea de que en sus más recientes presentaciones de móviles, el Iphone 4S y el Iphone 5 la revolución está dando paso a la simple evolución de los productos, a su mejoría. Puro darwinismo. La evolución de la especie. Para los más ortodoxos y académicos fans de la marca, a los que se les volcó el corazón con cada desafío que planteó Jobs desde lo tecnológico, se desliza la idea de que los artículos de la empresa de Cupertino no son tan innovadores como cuando era el genio creativo de Steve Jobs y su mirada afilada, el que ponía el enfoque sobre las nuevas incorporaciones al escaparate de Apple.

Queda por ver hasta dónde se perpetúa la sombra de Jobs, combatida en su primer aniversario por la cegadora luz que escupen lo asientos contables de la compañía, cuyo fulgor no admiten discusión. Para los expertos, el año I de Apple después de Jobs, algo así como su primer A.D. ofrece un balance sin mácula, pero estiman que todavía es pronto para saber con exactitud cómo se desarrollará la compañía en un porvenir más lejano, ese que era capaz de descifrar Jobs alargando el cuello. En los años venideros, sin el influjo directo del prestidigitador, sin el eco de su latido, se comprobará de qué material se compone la arquitectura futura de Apple, si esta será capaz de mantener intacto el apetito que dio de comer a los sueños de Jobs en aquel garaje cuando bajo una foto, se leía: "Seguid hambrientos, seguid alocados".