tRESCIENTOS kilómetros por los Balcanes que me he comido íntegramente siguiendo la ruta de la 8, la carretera costera que une Rijeka con Dubroknic y que es un homenaje a los paisajes, con el Adriático permanentemente a la derecha y las escarpadas montañas a la izquierda. La 8 no me va a dejar hasta que salga de Croacia, todavía casi 300 kilómetros más adelante por Metkovic, para adentrarme en la misteriosa Bosnia-Herzegovina camino de Mostar.

Y es que no hay muchas más alternativas para andar, salvo que me introduzca en mitad de montes que no conozco y que no tienen señalización alguna más que la que pueda conseguir por mis propios medios a través del GPS.

Pero tampoco puedo olvidar que circulo por unas tierras que sufrieron una devastadora contienda hace poco más de una década y que una de las armas más mortíferas utilizadas fueron las minas terrestres. Ya he tenido ocasión de observar varios carteles turísticos en los que se advierte de zonas no especialmente seguras. Y eso que todavía no he entrado en Bosnia, en donde el único consejo que me han dado por activa y por pasiva es que circule en el perímetro de las carreteras, no en vano se calcula que todavía hoy, más del 10% de la superficie de esta república balcánica está minada. Así que no queda otra, carretera costera estrecha y peligrosa, a lo que se unen unos peculiares arcenes, que ya eran bastante frecuentes en Italia, inclinados a la izquierda si circulas por la izquierda, con lo que los, ya de por si, castigados pies todavía sufren más.

Y en cierta manera he sido afortunado, porque en septiembre cae en picado el volumen turístico y, por lo tanto, el tráfico; pero estoy convencido de que los problemas en el meñique de mi pie derecho han llegado, precisamente, de esos arcenes inclinados a la izquierda, con lo que el peso lo he ido cargando en la parte exterior de ese pie, exactamente el que tengo bastante dañado.

Tanto como para que a mi llegada a Zadar no me quedara otra que ir de cabeza al hospital del Bolnica, en donde el doctor Mihanovic me lo dejó muy claro: "O meto las tijeras en ese dedo o tendrás que seguir hasta donde puedas cada vez con más dolor".

Así que no se hable más. Me tumbé en la camilla, anestesia y a hurgar dentro de un dedo que ya parecía cualquier cosa menos dedo. Y otros diez días de reposo obligado que me van a venir bien para poder asistir a la inauguración de la planta solar de Sunstroom, empresa patrocinadora del proyecto, en Orhavica y celebrar el Día Internacional del Alzheimer en Zagreb con la asociación croata del Alzheimer. Por cierto, la atención sanitaria en el hospital Bolnica fue, amén de excepcional, gratuita por completo, a pesar de que estaban tratando a un inmigrante sin papeles. Pequeñas diferencias con esa sociedad salvaje en la que nos quieren meter en nuestra propia casa.

Ahora, otra vez a parar. Pero espero que sea la definitiva, que el dedo se recupere por completo y que en ocho días pueda volver a coger la 8 para rendir homenaje al circuito del basket europeo por excelencia. Sibenik, ciudad de Drazen Petrovic, y Split, localidad en donde había un pabellón en el que jugaba la Jugoplastika. Casi nada.