artziniega. "la lepra es lo que tiene". Éste fue el comentario más oído ayer en las calles de Artziniega que, invadidas por cientos de visitantes en un soleado día de mercado en pleno siglo XV, también fueron testigo de la despedida de uno de sus vecinos: Don Armando Guerra Segura. Éste, metido en un ataúd con los zapatos asomando ("estamos en crisis y no tenemos ni para madera") y tirado por un burro, fue acompañado en su último viaje por su afligida esposa Dolores Fuertes de Barriga, sus hijos Benito Camela, Aitor Tilla y Alba Ñoguarra, así como por sus primos Josetxu Letón y Estela Gartija.
A distancia les seguía el hermano del difunto, aquejado del mismo mal, y arrastrando su carcomido cuerpo con la ayuda de una muleta. "Pronto le seguiré, estábamos muy unidos", explicaba, al tiempo que se apartaba del camino al oír un "¡Abran paso a la marquesa!", que auguraba la inminente invasión de la calzada por una imponente comitiva a caballo que poco o nada quería saber de los males del populacho. En las inmediaciones del lavadero de la teja, en el que afanosas mozas hacían la colada, el Arca de Ginés entretuvo a los visitantes con su ya tradicional exposición de animales de granja, entre los que destacó un hermoso ejemplar porcino, mientras en el redil de infantes, los txikis disfrutaron de los juegos y talleres de una guardería muy medieval que dio la oportunidad a los aitas y amas de visitar este XV Mercado de Antaño con la tranquilidad que da tener a los peques a buen recaudo, aprendiendo el oficio de alfareros.
Otro escenario novedosos fue el cercano campamento de guerreras que, a lo largo de toda la jornada, invitó tanto a nobles como a plebeyos a jugar a la Edad Media, armados de arcos y flechas, espadas y escudos, o incluso subirse a unos zancos. En las inmediaciones de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, se encontraba el maestro Alaña, que volvió a sorprender a propios y extraños con su magna experiencia en la talla y decoración de cuernos.
En Goiko Plaza esperaba otra sorpresa. Se trataba de los artistas de la localidad, que ofrecían inmortalizar a cualquiera que estuviera dispuesto a aligerar su bolsa, pintando su rostro al fresco en el mural que quedará para la posteridad en la entrada del Ayuntamiento viejo. Tal como ya hicieron en pasadas ediciones en la cúpula del pórtico de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, afrontaron la obra como antaño, utilizando productos tales como la arena, la cal o pigmentos naturales que mezclaban en enormes paletas.
En esta ya tradicional cita con el siglo XV (200 años después de que Alfonso X el Sabio fundase el lugar) tampoco faltaron citas clásicas como el despiece del cerdo y el desfile de tocados medievales a cargo de dulces mancebas, ni la música. De hecho, los tambores de Builaka y Kun-kun batukada hicieron retumbar los adoquines, los cantos medievales del Coro Bleibet invadieron de tranquilidad Goiko Plaza, y los bailes del grupo Ikusgarri animaron la calle de en medio.
Por lo que respecta al casco histórico, todas las señales que identificaban el progreso amanecieron cubiertas, incluso el asfalto con paja, mientras las calles, plazas y casas se hallaban engalanadas con pendones y escudos. Todas ellas fueron invadidas por un ejército de juglares, trovadores, tullidos, vasallos y nobles mercaderes, junto a parias, magos, rapsodas, artesanos, saltimbanquis, peregrinos, malabaristas, doncellas a caballo, aguadores, buhoneros, zancudos, barberos-sacamuelas, titiriteros, leprosos, pícaros, halconeros, afiladores, magos y un sinfín de personajes de la más vil ralea.
No en vano, la feria contó con varios teatros de calle, a cargo de los grupos Kipulak y La casa de los monos, que dejaron boquiabiertos a los presentes con su actuación de malabares y fuego; en torno a mil vecinos ataviados de época y un centenar de puestos de productos artesanos. Rosquillas de las Madres Agustinas, chocolate navarro, quesos, chorizos, morcillas, jarrones en madera de olivo, bolsos de cuero, joyas en plata, tocados en lino, flores de madera, perfumes y jabones naturales, plantas aromáticas y curativas para todo tipo de males, así como mermeladas realizadas a base de perejil, ortigas, calabacín e incluso cebolla atrajeron la mirada de los cientos de personas que se acercaron a realizar un auténtico viaje en el tiempo, que también contó con puestos de talla y vidrio para niños, así como exhibiciones de elaboración de txakoli en directo o exposición de aves rapaces, sin olvidar a los artesanos del Museo Etnográfico que salieron a la calle con diversos puestos con los que mostraron el extraordinario legado de tiempos pasados. Para facilitar la estancia a los visitantes, los restaurantes del municipio Herriko Taberna, Casa del Pozo, Batzoki y Torre de Artziniega prepararon menús medievales para la ocasión y se habilitaron dos puntos cercanos al mercado donde poder aparcar los vehículos.
Etnografía
Artea saca a la calle su patrimonio
Los gestores de Artziniega Museoa -la asociación etnográfica Artea- tienen acostumbrados a los visitantes del Mercado de Antaño a sorprender, mediante la ingente cantidad de piezas que atesoran, sacando a la calle ingeniosas muestras del extraordinario legado de tiempos pasados. Pero este año se han superado y no merece otro calificativo que auténtico despliegue. De hecho, -"tras más de cien horas de trabajos preparativos desinteresados", según informó uno de sus miembros, Mateo Lafragua- ocuparon de forma literal 200 metros cuadrados de Barrenkale, junto a la fragua y estanco, para mostrar parte de su patrimonio y dar a conocer de forma "didáctica, práctica y lo más fiel posible a las técnicas de antaño" una de las actividades de mayor importancia, no hace tantos años, en cualquier pueblo o ciudad: la elaboración del pan, desde la siega y recogida del trigo en gavillas, pasando por la trilla y la molienda, para finalizar con el amasado de la harina y el horneado del pan.
La zona principal estuvo dedicada a la preparación de la tierra y el trigo, y consistió en una exposición de herramientas de labranza tales como rozadera, azadas, layas garguillos, brabant, trapa y grada, "empleadas para preparar el campo", en la que tampoco faltaron hoces, desorillador, gavillas y trillo, usados en la posterior siembra y recolección. Junto a ellas se habilitó un horno donde se iba cociendo el pan que, previamente, amasaban in situ, elaborado con la harina de trigo que molían con el que, sin duda, fue la joya de la exposición: un molino fluvial a escala, con sus correspondientes piedras y listo para moler, que -según explicaron- "acabamos de incorporar al patrimonio del museo y esta ha sido su presentación en sociedad. Nos lo ha donado un vecino de Armentia en Vitoria".
El despliegue no terminó ahí. Y es que los miembros de Artea también elaboraron rosquillas de forma artesanal de rosquillas, y volvieron a poner en marcha la fragua de Pablo Respaldiza, donde Oier se encargaba de dar forma al hierro al rojo vivo recién sacado de las ascuas. "Es una joya entre las fraguas de Álava, de carácter privado y orgullo de todos. Aún conserva la colección de piezas existente cuando se cerró hace más de 50 años", sentenciaron.