Vitoria. CORREN malos tiempos para el excelentísimo señor don Iñaki Urdangarin, el duque de Palma. La trama de corrupción en la que presuntamente se halla inmerso le ha situado en el centro de un huracán mediático que amenaza con sacar a la luz hasta el último detalle de interés sobre su vida privada. La sordera que padece, por ejemplo. Urdangarin está como una tapia. O eso, al menos, es lo que alegó para librarse del servicio militar, argumento que terminaron dando por válido en el Ejército. La jugada denota una alarmante falta de espíritu castrense que, a buen seguro, apenaría mucho al jefe de las fuerzas armadas españolas, su suegro el rey Juan Carlos.

La historia en cuestión arranca en 1992, cuando las autoridades consideraron a Urdangarin "apto" para realizar el servicio militar, asignándole al destino de Ceuta. Por aquel entonces el duque de Palma era un joven de 24 años que disfrutaba de una exitosa carrera deportiva como jugador de balonmano profesional. Defendiendo la zamarra del FC Barcelona, Urdangarin conocía ya por aquel entonces el significado de ganar una Copa de Europa.

El deber militar, no obstante, no iba a truncar su exitosa trayectoria deportiva. Un año después de su clasificación como "apto", aunque antes de la llamada a filas, Urdangarin remitía al Ejército una solicitud de exención del servicio militar alegando unos problemas auditivos que no parecían interferir demasiado en su carrera como balonmanista. Sin complejos, el yerno del rey afirmaba sufrir "sordera completa". Urdangarin se apoyó en unos informes médicos que no terminaron de convencer al Ejército, pues los consideró insuficientes para una exclusión, aunque también para la aptitud. Por tanto, quedó exento temporalmente, sujeto a revisión.

Dos años después, vencido el plazo, el proceso volvía a ponerse en marcha. El duque de Palma volvió a la carga con el argumento de su supuesta sordera, aportando de nuevo documentación médica en la que se aseguraba que sus problemas auditivos habían empeorado "sensiblemente", por lo que insistía en pedir la exención total. Sin embargo, el propio galeno que firmaba el informe reconocía que "quizás hubo algo de exageración", aunque matizaba, para tranquilidad de los mandos militares, que "hasta los sordomudos exageran". Semejante argumento convenció al Ejército: Urdangarin se libraba de la mili.

Pero el recorrido del yerno del rey español por los despachos militares iba a tener todavía un breve epílogo. En marzo de 1997, la historia del jugador de balonmano profesional sordo debió de chirriar a alguien en la Dirección general de reclutamiento del Ejército, por lo que desde esta instancia se instó a la oficina de reclutamiento de Barcelona a enviar el expediente de exención de Iñaki Urdangarin. Un mes después, en abril, casualmente cuando se hacía público su noviazgo con la infanta Cristina, los documentos exigidos llegaban a Madrid. El expediente, a toda vista contundente, terminó por aplacar cualquier tipo de suspicacia, pues el caso quedó definitivamente aparcado. Mientras, en la cancha, Urdangarin, con su sordera, seguiría cosechando éxitos hasta la temporada de su retirada, en el año 2000.

Ahora, sin embargo, el argumento de la "sordera completa" no le serviría de mucho al duque de Palma en el caso de que quisiese hacer uso de él durante el juicio al que en breve será sometido, pues la Ley de enjuiciamiento criminal recoge claramente qué hacer ante este tipo de situaciones: "Cuando el procesado rehuse contestar o se finja loco, sordo o mudo, el Juez le advertirá que, no obstante su silencio, y su simulada enfermedad, se continuará la instrucción del proceso".