El anuncio de Rodríguez Zapatero del adelanto de las elecciones generales al 20 de noviembre no fue una sorpresa. En realidad, tampoco la anticipación era demasiado significativa como para añadir más elementos de fracaso a un Gobierno que venía agonizando de lejos y dirigido además por un zombi. El efecto ralentizador del verano, sin embargo, va a provocar que la intensidad política contenida por el periodo vacacional estalle en los meses de septiembre, octubre y noviembre. Nos esperan, pues, unos meses de alta tensión que los medios están empeñados en polarizar a través de dos ejes de atención. Por un lado, el enfrentamiento entre PP y PSOE con la economía como pretexto. Vuelta a las viejas acusaciones de incapacidad de uno y de inoperancia del otro, con los cinco millones de parados como elemento de incriminación. Por el otro, PP y PSOE con su coro mediático cebándose contra Bildu-Sortu y también enfrentados para ver quién aparece como más exigente ante el terrorismo inactivo pero aún presente, y más firme en defensa de las víctimas.
En medio de estos dos ejes de protagonismo, polarización y tensión, nos esperan tres meses de asfixia. Tendremos que ir preparándonos para soportar una vez más el discurso de la crispación, el insulto como argumento y la brocha gorda como procedimiento para embarrar hasta la náusea el terreno del debate. No hay que perder de vista que en el circo electoral celtibérico lo que está en juego es la recuperación del poder por parte de quienes jamás se resignaron a perderlo en 2004, y no se van a andar con remilgos a la hora de ir desalojando a patadas al intruso. Después de haber destrozado la imagen de un Zapatero a la fuga -ya se ocupó también él de descomponérsela-, descargarán toda la artillería contra el aspirante y le sacarán quién sabe cuántos cadáveres del armario.
Asistiremos a la competición de exabruptos en la que, eso sí, confluirán los dos adversarios irreconciliables pujando en intransigencia contra cualquier asomo -real o imaginario- de apoyo al terrorismo o, más bien, contra cualquier interpretación interesada que así quiera deducirlo. Rivalizarán en agravios contra todo lo que se mueva en torno a la actuación o declaración de Bildu, a la legalización o ilegalización de Sortu o, por extensión, a las aspiraciones nacionalistas. Al mismo tiempo, blandirán como interesada bandera de firmeza constitucional el dolor de las víctimas del terrorismo, una vez más instrumentalizadas por intereses electorales.
Esto es lo que nos espera. Pero sería estúpido caer en la trampa de esta confrontación apañada, absolutamente parcial, que se desentiende de los debates que más interesan a la ciudadanía vasca de cara a las elecciones generales. Allá los dos partidos españoles hegemónicos con sus insultos y sus visceralidades. Allá ellos con su disputa encarnizada por el poder en La Moncloa. Aquí, en Euskal Herria, deberíamos entrar en otros debates que precisan enfoques constructivos, más allá de su pelea de gallos.
Son varios y muy trascendentales los debates que nos interesan. Es hora de que busquemos soluciones para que nuestra recuperación económica no soporte el lastre de las hipotecas propias de la economía española. El periodo electoral debería ser el momento propicio para lograr que los pasos hacia la paz definitiva sean irreversibles. Hay que aprovechar el momento para consolidar propuestas viables que garanticen el mantenimiento de las políticas sociales. Durante estos meses debería debatirse sin miedo y con responsabilidad sobre cómo seguir creciendo en autogobierno. Buen momento, también, para reflexionar sobre cómo afecta a todas estas propuestas la posibilidad de un Gobierno español con mayoría absoluta o sin ella. El ruido de los grandes medios de comunicación y, sobre todo, los intereses de los dos partidos que se van a jugar el poder del Gobierno español, van a evitar que nuestro interés se centre en estos temas claves para la sociedad vasca. Pero no tenemos obligación de soportar durante estos meses la música que nos viene impuesta por el poderío mediático de las dos bandas. Podemos escuchar la música que nos interese, o la que más nos guste. Es cuestión de elegir el repertorio.