PONGÁMONOS en lo peor. Pongámonos en que la sentencia del Tribunal Constitucional hubiera sido adversa a la participación de Bildu en los procesos electorales. Por seis votos contra cinco, pero al revés. Con el inútil consuelo del voto particular. A estas horas, la coalición habría quedado fuera de las elecciones, un partido ya histórico sin ninguna tacha antidemocrática ni violenta ilegalizado, una reciente formación política de inmaculado ascendiente democrático corriendo la misma suerte, y los de siempre, esos 150.000, o 200.000 o los que sean, de nuevo ausentes, en el limbo de los ciudadanos sin derechos.

Si el fallo del Tribunal Constitucional hubiera sido el contrario, si hubiera seguido la inercia natural de no enmendar la plana al Tribunal Supremo -como debía ser previsible-, Euskal Herria estaría sumida en el desaliento o en la ira, o en la indiferencia. Peor todavía, la sociedad vasca tendría por delante un largo tiempo de confrontación en el cual el aire de la convivencia sería irrespirable. Los miles de ciudadanos arrojados a las tinieblas de la ilegalidad, con todo su derecho y con toda la razón, demandarían el espacio que les correspondiera en las instituciones democráticas de las que habrían sido injustamente excluidos, los no afectados directamente serían ferozmente interpelados y presionados para no participar en la farsa y volveríamos a los peores tiempos del enfrentamiento.

No es consuelo reconocer que esta situación sería un déjà vu, que ya hemos pasado por ahí, porque en esta ocasión el apartheid alcanzaría a nuevos espacios políticos hasta ahora libres del anatema. Más aún, los supuestamente contaminantes y contaminados de ahora habían dado fe expresa de su compromiso con las vías democráticas y de su rechazo a toda violencia, incluida la de ETA. Y todavía más, hablando de ETA, la previsible sentencia condenatoria hubiera caído como una losa en pleno alto el fuego y distorsionando gravemente el proceso hacia el final de la violencia.

El atropello, en este caso, se hubiera consumado con tales agravantes que despertarían la furia de los peores demonios familiares y quién sabe si hasta las expresiones más radicales de la frustración.

En este escenario de una sociedad vasca herida en su convivencia, sería todavía más insoportable el cálculo tramposo que deforma la realidad electoral. El Gobierno Vasco presidido por Patxi López y sostenido por su socio preferente soportaría impávido su soledad, la aritmética volvería a aplicarse para consumar y ampliar el pacto antinatura, mientras un vergonzante manto de antinacionalismo vasco cubriría las instituciones.

Pero no ha sido así.

La sentencia del Tribunal Constitucional, esta vez, ha sido favorable y revocó el fallo del Tribunal Supremo. Bildu, a saber, la coalición entre Eusko Alkartasuna, Alternatiba y, sobre todo, la izquierda abertzale histórica estarán en las elecciones. Ya era hora.

La frustración, la ira, la confrontación, la crispación más extrema no está en Euskal Herria. Está en Madrid. Y, por extensión, en España. Los mismos que han envenenado el ambiente durante décadas, los que han echado mano del terrorismo para justificar los más infames atropellos a la democracia, están ahora arremetiendo unos contra otros como fieras.

Mientras Euskal Herria respira aliviada, la caverna embiste contra todo lo que se mueva. No se libra nadie. Ni el Gobierno, ni los jueces, ni los medios de comunicación, ni los opinadores ecuánimes. Desatada la Inquisición, el fallo del Tribunal Constitucional supone la herejía de negar que todo es ETA, hasta ahora dogma de fe en tribunales, medios y discursos. El fallo del Tribunal Constitucional "es prueba del acuerdo entre Zapatero y ETA", clama Mayor Oreja. "Con escolta y buen sueldo, es fácil quedar de demócrata mundial", injuria González Pons. Babean tertulianos y creadores de opinión que los amigos de ETA ya están en las instituciones, y todo por culpa de un Gobierno connivente con el terrorismo y unos jueces sobornados. Algo más que marejada en la meseta.

Éste es el ambiente al inicio de la campaña. Barra libre además, por ser campaña. Nunca como ahora se ha comprobado cómo se las gastan del Ebro para abajo cuando no se salen con la suya. Se las prometían muy felices tras la sentencia del Tribunal Supremo, la voz de su amo, y les traía absolutamente sin cuidado el previsible deterioro de la convivencia en la sociedad vasca. A fin de cuentas, la mayoría son filoterroristas..

Pues no ha sido así. ¿Querían guerra? Pues ahí la tienen, pero no donde pretendían, sino en su casa. Tengan ellos su bronca y con su pan se lo coman, chapoteando en estas tempestades que son consecuencia de los vientos que ellos sembraron. Ah, y todavía les queda lo de Sortu.